Mi cabello más que un accesorio, es mi herencia y aceptarlo me liberó. Descendiente de negros, nací a pesar de todos los rezos de mi mamá, con el cabello malo. Abundante, de hebra fina y rizado, mi cabello se convirtió en el dolor de cabeza de mi mamá, que se entregaba en jornadas de casi tres horas a la tarea de lavarme, desenredarme y peinar mi cabellera negra, de manera religiosa todas las semanas, quedando la tarea diaria, mucho más sencilla, de peinarme mis moñitos, trencitas, colas, y el sin fin de peinados infantiles apropiados para el domado de mi melena.
Así transcurrió mi infancia, sentada en un banquito con olor a aceite de ricino, con templones de cabello, distraída en interminables jornadas de peinado. Mi cabello al ser tan abundante era inmanejable para mi pequeña e infantil persona, fue hasta los 11 años que pude y peine mis primeras trenzas, las cuales significaron el final del arduo trabajo de mi mamá. Rápidamente llegó la desesperación, el cansancio, la frustración, el complejo y la negación, tener un cabello tan MALO, era un castigo divino, peinarlo, desenredarlo, hacerlo lucir bonito, aceptable, era un reto que siempre perdía o quedaba a medias. Por lo que poco a poco fue naciendo en mí, el anhelo del desriz, el fin de todos mis sufrimientos.
«…cumplía con los estándares de belleza que rondaban mi cabeza desde muy pequeña.»
Fue hasta los 15 años que desricé mi cabello y este tuvo una apariencia un poco decepcionante ya que no era liso, por el contrario tenía mucho friz, pero para mí era un descanso y mi felicidad no tenia límites. Pasó un poco más de un año cuando llegué a las manos de una excelente amiga y peluquera que cumplió mi sueño y me dejó con los cabellos ¡LISOS! Ahora mi hebra fina se traducía en una melena lisa y pobre a decir verdad, era un liso asiático un poco raro en contraste con mis facciones negras. A pesar de lo raro, me cegaba el sueño al fin cumplido, ya no tenía que pelear con mi cabello, ahora peinarme no implicaba un reto, y lo mejor de todo, cumplía con los estándares de belleza que rondaban mi cabeza desde muy pequeña.
El espacio de tiempo entre ese desriz superior y el gran corte ahora se muestra confuso en mi memoria, porque la verdad me sentía bastante feliz, tan feliz que decidí ser totalmente libre, y liberarme de la tortura que implicaba aplicarme un químico tan corrosivo en mi cuero cabelludo, liberarme del secador, liberarme de la caída compulsiva de cabello, y más importante, liberarme de los estándares culturales y estéticos que nos fueron impuestos a los negros como forma de dominación. «Me liberé» como dice la canción, y a pesar de la amenaza para mi estatus y aprobación social, me corté todo el cabello, dejando solo lo que había crecido desde mi último desriz.
«Mi cabello era mi herencia y yo la había negado por mucho tiempo, me había sentido avergonzada de ella»
Y volví a nacer, fui de nuevo la niña pelo malo, pero sin frustraciones, reconociendo mi cabello, que resulta que era hermoso. Ahora me sentía libre, feliz, tan yo, mi cara tenía el accesorio perfecto, mi cabello era apropiado para mis facciones. Y resultó que no era difícil de manejar, con cariño y dedicación se ponía bien bonito, mi cabello y yo ahora éramos los mejores amigos.
Mi cabello era mi herencia, y yo la había negado por mucho tiempo, me había sentido avergonzada de ella y la había ocultado de la vista ajena. Pero resulta que fui objeto de la esclavitud, seguí siendo dominada, como fueron dominados mis ancestros y como son dominados de tantas formas mis hermanos y hermanas negras. Ahora mi cabello natural es más que una moda, o una opción de peinado, es más que banalidad femenina, mi cabello es parte de lo que soy, de mi herencia negra y es una muestra de resistencia al sistema, mi cabello natural es decir soy negra y qué.
Jessica Cueto
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Bravo!!! Como dicen los andaluces: olé tú!!