Flor era una niña encantadora y muy simpática. Jugaba cada día muy cerca de una charca donde se unía el río y el mar. No le faltaban amigas y amigos. Cada día era una fiesta para ella hasta que todo comenzó a cambiar.
Ahora, compartía el tiempo de juego con otro que al principio no fue de su agrado. Tenía que ir a un sitio donde siempre había un adulto delante y donde habían también niños y niñas que no conocía.
A Flor todo eso se le hizo cuesta arriba, pero como era tan simpática intentó hacer nuevos amigos. Era cuestión de adaptarse. Se acercó. Quería correr, quería reír, quería recoger flores, pero para su sorpresa aquellos niños sólo le llamaban «bruta», «has corrido tanto que apestas», «de qué país eres».
Al llegar a casa regresó con mucha nostalgia y muy triste a su sitio de juego, a aquella charca donde se unía el río y el mar. Se preguntaba qué había hecho mal. Y fue en ese momento cuando emergió un hada azul llamada Yemaya y una dorada llamada Ochun.
Y con voz muy dulce le dijeron «no te asustes, somos tus ancestras». La niña muy sorprendida, les preguntó qué querían. A lo que ellas respondieron: ayudarte.
Las hadas le entregaron 3 piedras: una brillaba mucho. Las otras dos no tanto. La niña les preguntó qué podía hacer con 3 simples piedras. Y las hadas le dijeron que ya lo comprobaría al siguiente día.
Flor regresó al otro día a aquel lugar donde había adultos hablando y niños antipáticos. Regresó intrigada. Quería saber cómo le iban a ayudar esas tres simples piedras.
A la hora del recreo hizo lo de siempre. Quería correr, quería reír, quería recoger flores. Y los niños volvieron a hacer lo mismo.
Cuando Flor escuchó «bruta» la piedra que más brillaba, brilló aún más y le hacía cosquillas. Flor empezó a reír sin parar y algunos niños y niñas se unieron a su risa y otros quedaron entre enfadados y desconcertados.
Al escuchar «apestas», la segunda piedra se puso azul celeste. La niña se vio animada a responder con cierta ironía: ¿tan amargado eres que confundes el perfume de estas flores con el mal olor?
Y al escuchar «de qué país eres» la otra piedra se puso dorada y Flor también respondió esta vez muy seria pero sin enfado: ¿por qué necesitas saber dónde nació la gente para jugar con ellas?
Después de sus tres respuestas rotundas, Flor se alejó muy sonriente y con ella su nueva pandilla de amigos y amigas que al igual que ella querían correr, querían reír, querían recoger flores.
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