Mientras escribo este artículo, Brasil suma más de 70 mil óbitos causados por el virus de la COVID-19. Este número crece rápidamente cada día, al mismo tiempo, en que las tasas de aislamiento social disminuyen. Bares, tiendas y hasta centros comerciales retornan a sus actividades, mientras los hospitales están llenos y con una falta acuciante de insumos básicos de sanidad. En mi ciudad, Natal/RN, así como en otras capitales, hay que esperar palza en los hospitales para ser atendidos y permanecen cerrados hasta que estas estén disponibles. Esto ocurre, incluso en hospitales privados.
Al contrario de otros países, en Brasil no hay un modelo uniforme de distanciamiento social. Esta decisión fue colocada a criterio de cada estado, después de enfrentamientos entre el presidente y los dos ministros de sanidad que el país ha tenido desde el inicio de la pandemia (el país está sin ministro desde mayo). Para Bolsonaro, la COVID-19 provoca apenas una pequeña gripe que puede ser curada con cloroquina. Mientras el pueblo sufre, él pasea en moto acuática, come “cachorro quente” y protagoniza escándalos políticos que echan más leña al fuego a la crisis política y económica del país.
Es verdad que cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) confirmó la pandemia, los supermercados brasileños agotaran las existencias de alcohol en muchos lugares. Pero, la falta de medidas concretas del gobierno para garantizar la supervivencia de las personas abrió espacio para las clases altas organizaran manifestaciones en favor de la reapertura del comercio y de las industrias del país. La situación se agravó al punto de que los trabajadores de la sanidad que protestaban por mejores condiciones de trabajo sufrieron agresiones por manifestantes de la extrema derecha.
Bolsonaro defiende que las personas debían volver a trabajar o quedarse en casa. Incitó la asociación de que las personas que defienden el distanciamiento social lo hacen por pereza de trabajar. El llamado “auxílio emergencial” propuesto a las personas de baja renta, desempleadas o sin ingresos está lleno de fallos y muchos continúan sin acceso al mismo. Además, crecen las denuncias de personas de las clases medias y altas que han tenido su registro aprobado y han recibido los R$ 600 que no llegan al sueldo mínimo brasileño.
La elite brasileña siempre quiere más. Está acostumbrada al poder, a tener dominio sobre la vida de las personas, pues el país fue construido con la sangre de los esclavizados. Después de la abolición, la exploración continua presente. Con nuevos contornos, las mucamas se transformaron en trabajadoras del hogar, algunas heredando la profesión por generaciones de madre a hija como si fueran un objeto. Muchas perdiendo la convivencia con sus proprios hijos para cuidar de los hijos de los jefes. Así, en muchos estados brasileños son consideradas trabajadoras esenciales, aunque su sueldo y seguridad en el trabajo no corresponda a esto.
Otras continuaron trabajando, porque en la práctica no tenían opción: ¿cómo podrían mantenerse ellas y a sus familias? ¿Morir de hambre o de coronavirus? Son ellas las que reciben los paquetes en la puerta y quienes hacen la higienización de posibles contaminantes. Son así, escudos, como los esclavizados que probaban la comida de sus señores para que se certificara que no había veneno.
La primera víctima fatal del coronavirus registrada en Brasil fue una trabajadora del hogar que no fue liberada del trabajo cuándo su jefa llegó de Italia con sospecha de infección. Ella solo fue liberada, cuándo quedó enferma. La jefa se recuperó, pero la familia de la trabajadora ya no más la tiene consigo y quedó en riesgo.
Por temer quedarse sin sueldo, Mirtes continuó trabajando también. Después de que su jefe enfermara de coronavirus, ella, su madre y su hijo Miguel de solo 5 años presentaron síntomas. Días después, una tragedia mayor ocurrió. Mirtes llevó el perro de los jefes a pasear, mientras a su jefa le hacían la manicura y le aseguraba que cuidaría del niño. Minutos después, el niño Miguel cayó del 9º piso del edificio. Estaba perdido en busca de su madre, las cámaras de seguridad registraron a la jefa dejándolo solo en el ascensor. Las imágenes, también muestran el desespero de la madre al reconocer a su niño en el suelo.
Mientras se desesperaba, Mirtes no soltó al perro de sus jefes, una imagen que puede simbolizar las ataduras de la esclavitud que permanecen en las vidas negras brasileñas. Miguel falleció en el mismo día. Mirtes, su familia y la comunidad siguen en la lucha por #justiciaparamiguel contra una de las familias más poderosas del estado del Pernambuco.
El racismo estructural que devalúa las vidas negras durante siglos en el país nos mata uno a uno. Más de 70 mil óbitos y la vida vuelve a la “normalidad” en Brasil. Una de las principales causas de esta posible apatía es que la mayoría de los óbitos son de personas pobres y negras. Hoy hay un genocidio de la población negra en gran parte concentrada en las periferias urbanas y comunidades/favelas. Según Amnistía Internacional, el país es campeón mundial en asesinatos. El 77% de los jóvenes asesinados son negros.
Ser una mujer negra es luchar todos los días con el dolor de la pérdida y de una sociabilidad que la pone en un lugar subalterno. Por otro lado, hay una gran fuerza ancestral que las impulsa a seguir sobreviviendo y luchando para destruir el poder de la Casa Grande en cada generación.
La voz de mi bisabuela retumbó niña en los sótanos del navío retumbó lamentos de una infancia perdida La voz de mi abuela retumbó obediencia a los blancos-dueños de todo. La voz de mi madre retumbó bajito revuelta en el fundo de las cocinas ajenas debajo de los fardos ropajes sucios de los blancos por el camino polvoriento rumbo a la chabola A mi voz aún retumban versos perplejos con rimas de sangre y hambre. La voz de mi hija recoge todas nuestras voces recoge en sí las voces mudas calladas engasgadas en las gargantas. La voz de mi hija recoge en sí el habla y el acto. El ayer-el hoy-el ahora. En la voz de mi hija Se hará oír la resonancia El eco de la vida-libertad. Conceição Evaristo, Voces Mujeres.
Tabita Moreira
Brasileña, doctoranda en Psicología con experiencia en las temáticas de los derechos de la infancia, juventud y de las mujeres, con beca de la Coordenadoria de Aperfeiçoamento do Ensino Superior (CAPES). Membro do Observatório da População Infantojuvenil em Contextos de Violência – @obijuv_ufrn.
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.