En una foto mi madre aparece sujetando una pizarra pequeña en la que ella misma ha escrito con tiza: “’No hables como negra’, me decían, y yo me sentía mal. Ahora hablo como afroperuana y me siento mejor con los demás”. Para la misma campaña fotográfica, otro día y en otra locación, aparezco yo sosteniendo la misma pizarra con un mensaje distinto: “Negra, sí. Negra, soy. Negra, negra, ¡negra soy!”. Inspirada en el poema de Victoria Santa Cruz, Me gritaron negra, yo había decidido decirle a la audiencia que yo me identifico como negra. En cambio, mi madre, quien no sabía de mi decisión, optó por reivindicarse públicamente como afroperuana. Esto me motivó a pensar en la diversidad de categorías que usamos para identificarnos. ¿Cuál es la diferencia entre ser negra y afroperuana? ¿Cómo madre e hija pueden identificarse públicamente en términos étnicos y raciales usando un lenguaje distinto?
Sé que el debate está abierto, es amplio y denso. Cómo nos denominarnos a nosotres mismes aún es un tema de conversación dentro y fuera del grupo. Es probable que incluso dentro de este mismo sitio web, existan opiniones diversas entre colaboradoras sobre con qué etiqueta nos identificamos. Personalmente, antes no me preocupó mucho la denominación porque el principal problema en mi opinión no es cómo nos llamen, sino como somos tratades en base a cómo nos ven. Y las etiquetas raciales son simplemente parte de tal trato diferenciado.
Al inicio
Hablar de afrodescendientes o afroperuanos es un fenómeno más bien reciente. Cuando yo estaba creciendo en los noventas, en mi familia nos referíamos a nosotros mismos como negros. En casa había un disco long-play de Ritmos Negros del Perú de Nicomedes Santa Cruz y otro de Cumanana (del mismo autor) acompañado de un cancionero que incluía piezas como Negra o Negrito. Pasé horas de mi infancia estudiando ese cancionero, intentando memorizarme las palabras de Nicomedes. “De África llegó mi abuela, vestida con caracoles”, decía uno de sus versos. Yo me imaginaba que su abuela era negra como nosotros.
No recuerdo cómo llegué al poema Me gritaron negra siendo aún pequeña. Seguramente había otro registro de ella en casa también. Desde esa vez me impresionó que Victoria pudiera contar con precisión mi experiencia, sin conocerme: “Tenía siete años apenas, /¡Qué siete años!/ ¡No llegaba a cinco siquiera! /De pronto unas voces en la calle/Me gritaron ¡Negra!”. Mi padre, por esos mismos años, me llevaba con entusiasmo a los ensayos de los grupos artísticos Perú Negro y Perú Negrito (la versión de niñas, niños y adolescentes). Así fui construyendo mis referentes tempranos de negritud.
En este punto, la negritud o ser negros no era realmente un problema salvo porque otros (no-negros) usaban esa misma palabra y característica para disminuirnos. En realidad, no. Cuando la clasificación venía de afuera se usaban palabras extrañas para mí, aún una niña, como negritos, morena, morenitos o negroide.
El activismo es afroperuano
Conforme fui creciendo se habilitaron otras opciones de identidad. A los 12 me encontré con el activismo. Con este surgió una forma diferente de llamar al grupo humano que se veía como yo y con el cuál me sentía identificada. Éramos afroperuanos. El cambio se daba, según entendí, porque “negros” era una categoría colonial e impuesta por el sistema racista sobre nuestros cuerpos. En los 2000, el nuevo siglo, resistiríamos a esa categorización colonial como interlocutores válidos del Estado. Para eso, necesitábamos también una nueva categoría, una más lejana del estigma de la racialización y más cercana a nuestra ancestralidad africana. El resultado era reconocernos como afro-peruanos, o descendientes de africanos en Perú. Sin saber exactamente de dónde en África, nuestros cuerpos nos llevaban a intuir que tal afirmación tenía sentido. Lo que conocemos de la historia apuntaba a eso mismo. Ya lo decía antes Nicomedes: “De África llegó mi abuela…”
Mientras escribo esto miro atrás y me pregunto cómo me fue sencillo adoptar la categoría afroperuana, cuando la negritud para mí también representaba algo: familia, resistencia y expresión colectiva. Tal vez no fue tan sencillo y es por esa razón que aún hoy la categoría negra no me es ajena.
Varios años después (más de diez), me encuentro iniciando otro proceso activista. Esta vez de ciberactivismo, producto del aislamiento social durante la pandemia. Un grupo de personas que entonces nos identificábamos como mujeres negras decidimos empezar a activar juntas. Al momento de definir el grupo, lo que hacía sentido era referirnos a nosotras mismas como mujeres negras, no afroperuanas o afrodescendientes. Casi casi que la negritud se dio por sentado. Lo asombroso fue cuando notamos que, en nuestros materiales de difusión, por inercia, hablábamos de mujeres afroperuanas. En nuestro manejo interno y reflexiones colectivas, seguíamos haciendo referencia a nuestra negritud. ¿Una contradicción? Para nada. Nosotras también nos identificábamos como afroperuanas. ¿Eran entonces palabras sinónimas? Tampoco. Así nos dimos cuenta de que teníamos que conversar al respecto.
Producto de la conversación concluimos que teníamos una identidad multidimensional y que cada etiqueta la usábamos para referirnos a distintos aspectos de nuestra experiencia. Negras en nuestro manejo interno, en el espacio seguro, íntimo y colectivo con otras personas de identidades similares, como nuestras familias. Afroperuanas era una categoría para el uso público y político, en diálogo con aquellos que no compartían nuestra identidad. Afrodescendientes, para nosotras, era un término que nos permitía entendernos como parte de la diáspora africana en el mundo.
Espacio público y privado
Yo sigo diciendo públicamente que soy una mujer negra, pero soy también consciente que no me gusta que otras personas no racializadas, se refieran a mi de esa manera. El hecho que yo haya decidido resignificar el término y llenarlo de resistencia, no hace válido que la sociedad continúe utilizando la misma palabra inicialmente creada para disminuirnos. Ni quienes nos identificamos como negros y negras, ni nuestros ancestros y ancestras creamos tal categoría. Es una categoría creada como herramienta de opresión.
Nuestra identidad como negras, la llenamos de un sentido diferente al impuesto desde afuera, aquel que nos indica que hay algo erróneo con la forma en la que nos expresamos, por ejemplo. Como en la foto de mi madre, hablar como negra es considerado negativo y en ese contexto, consideramos pertinente reivindicarnos de otra manera. Lamentablemente, la categoría afroperuana o afroperuano ha sido tomada como un eufemismo para lo que antes era conocido como negro/negra. Interpreto el aparente cambio en la identidad de mi madre en el marco de la necesidad de encontrar un nuevo lenguaje para hacer referencia a nosotres mismes para los demás, como dice ella. ¿Por qué necesitamos un término para los demás? Porque históricamente hemos sido vulnerados mediante el lenguaje y etiquetas como negro y negra para estigmatizarnos. No por coincidencia mi compañeras y yo compartíamos haber sido llamadas negras por alguien más en algún momento de nuestras vidas con el propósito de hacernos sentir otras. Resignificar el acto violento de la racialización fue una decisión consciente.
Si mis compañeras activistas y yo usamos la palabra negra entre nosotras es justamente porque estábamos en un espacio íntimo, privado y familiar. En esos espacios, la etiqueta no se usa “con cariño” como algunas personas no-negras pretenden convencernos para normalizar su uso. La usamos porque remitía a una matriz compartida de afinidad basada en la existencia y resistencia dentro de un sistema opresivo que así nos nombremos negres, afroperuanes o afrodescendientes, nos mantiene al margen y asedia nuestras vidas.
El debate sigue abierto.
Sharún Gonzales Matute
Mujer negra peruana, activista. Licenciada en Periodismo, magíster en Estudios Latinoamericanos y en Ciencia Política y Estudios de la Diáspora Africana.
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