Si me preguntasen cómo me siento, no sabría describirlo. Ser una mujer negra implica revivir tu pasado innumerables veces, un pasado que muchas veces ha sido trágico por nuestra ascendencia afro, por los estereotipos hacia las personas racializadas y por la discriminación que enfrentamos.
Recuerdo la primera vez que escuché hablar de Lucrecia. Era mucho más pequeña y sentí temor. Por unos instantes, experimenté una gran inseguridad ante mis raíces. Lucrecia era una mujer dominicana y yo también lo era. Lo soy.
El racismo no era algo ajeno a mí, pero descubrir que el primer crimen de odio en España fue hacia una mujer con rasgos similares a los míos y el mismo origen me estremeció, porque, a pesar de que ese lamentable suceso supuso un cambio hacia una sociedad más tolerante, el miedo de ser yo la siguiente persistía.
Lucrecia no lo sabía y yo tampoco puedo saber si mi final se esconderá tras unas manos intolerantes que no aceptan mi existencia por mi color de piel, mis orígenes y los estereotipos que se nos han atribuido.
Cuando vi el documental sobre su vida, pensaba que, al conocer ya la historia, no me afectaría tanto. Pero no fue así. No había terminado de ver el primer episodio y las lágrimas ya ocupaban parte de mi rostro. Lucrecia no era tan diferente a mí; era una mujer negra, una mujer dominicana, con sus amigos, su familia, sus costumbres. Lucrecia era solo una mujer trabajadora que buscaba el bien para su familia y había arriesgado todo lo que tenía para que las personas a su alrededor llevasen una vida mejor.
Y nunca lo entenderé, por mucho que me esfuerce en comprender lo sucedido, nunca entenderé por qué, para tener yo derechos y ser considerada persona, tuvo que morir alguien. Ese pensamiento golpea mi vulnerabilidad constantemente porque, pese al avance, para muchas personas no racializadas, soy simplemente una mujer negra a la que se le puede arrebatar la vida sin ningún tipo de consecuencia, porque para muchos, ni siquiera somos considerados humanos.
Lucrecia pudo haber sido cualquiera. Cualquiera puede sentir todavía ese miedo, esa inseguridad de no saber si la próxima persona con la que vas a coincidir va a agredirte, ofenderte o menospreciarte por tus rasgos, tu color de piel, tus raíces, tu acento.
Han pasado más de 30 años desde lo sucedido y, a pesar del paso del tiempo, todavía hay gente que ve normal que se castigase, golpease, insultase y encerrase a los dominicanos. Era algo común de la época, la gente no era consciente de lo que hacía, dicen muchos. Ese fue y siempre será el problema. Nadie se alarmó hasta el asesinato de Lucrecia y la cuestión de nuestra inseguridad no solo radica en la agresión, sino en la reacción de los presentes. Ante una agresión, si no sangramos, ¿realmente se nos daría importancia? Si no sangramos y nuestras heridas no son físicas, ¿seguirían considerándonos humanos?
Para muchos, quizá sea una tontería, una queja más que añadir a la lista para ignorarla. Pero es algo que sigue sucediendo. Siempre hay algún grupo minoritario que vive atemorizado por el próximo comentario o la siguiente agresión que sufra en un país que dice ser tolerante y solo respeta a quienes tienen los rasgos de una persona blanca.
El asesinato de Lucrecia es un recordatorio de lo vulnerables que somos ante personas que utilizan la ignorancia como excusa. Pero el asesinato de Lucrecia no fue en vano, también fue un nexo de unión entre culturas y un recordatorio de que, si estás leyendo esto, es porque, trágicamente, gracias a Lucrecia y decenas de personas afrodescendientes, puedo reivindicar nuestra historia y luchar por un futuro más justo y equitativo. Porque cada vez que recordamos a Lucrecia, también recordamos nuestra fuerza, nuestra resiliencia y nuestra determinación de no ser definidas por el odio, sino por nuestra dignidad y humanidad.
Yovanna Blasco López
Nacida en La República Dominicana. Escritora, activista y luchadora por los derechos humanos. Estudiante de Traducción y Mediación Interlinguisitica.
Instagram: @_melaninwoman_
Email: yovibl@outlook.es Interesada en la igualdad de los derechos humanos y comprometida con la concienciación sobre las personas negras, el racismo y la cultura afro.
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