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sábado, julio 27

El prestigio de la belleza, «Ojos azules», la violencia y otros ritos de paso


Cuanta vigencia sigue teniendo la obra de Toni Morrison en el siglo XXI. Cuantas verdades desalmadas nos siguen gritando los ojos y sueños silenciosos de Pecola, las no tan inocentes palabras de Claudia, las vejaciones del padre de Pecola y la sociedad en general, que ha preferido girarse y seguir construyendo discursos, que solo son válidos para el papel al que todas las letras le caben… 

La literatura siempre ha sido mi lugar de escape preferido. Cuando el mundo, las teorías y todo lo que me circunda no me da respuestas, los libros lo hacen. Hace algunos años, tengo Ojos Azules; sin embargo, sus primeras líneas no me atraparon y lo abandoné; ahora 3 años después me pude inmiscuir en el mundo relatado de Lorain, Ohio en la década de los años 40 y en la vida de Pecola. Con esto, vuelve a recalcar que cada historia tiene su tiempo de entrar en nuestra historia para que pueda ser comprendida y alimentar nuestra sensibilidad. 

Ojos Azules es una respuesta contundente y que rebate y nos hace pensar en el “Black is beautiful” ¿Por qué es necesario cuestionarlo? Porque es una realidad, porque si bien, nos dio alicientes, mejoró el camino y nos abrió paso, aún en el siglo XXI,  Lo negro no es símbolo o un estandarte donde se pueda erigir la belleza o donde no sea necesario apelar y unir a los adjetivos ‘negro’ y ‘bonito’ sin que se genere cierto desazón, o triunfo ensombrecido.

Toni Morrison nos presenta una obra que es una multiplicidad de espacios narrativos y de formas de asumir el mundo. La teoría de la Estética de la creación verbal del crítico ruso Mijail Bajtin aboga por una construcción del héroe o personaje principal que sostiene la composición arquitectónica de la narrativa. Sin embargo, en Ojos azules asistimos a la construcción y, al mismo tiempo, a las ruinas del personaje principal. Personaje principal construido desde las orillas, corto y difuso que también obedece a unas tensiones políticas sociales e ideológicas tanto de la época como de la intencionalidad creativa de la propia autora. Pecola es una niña de 11 años nacida en una familia pobre y marginal, cuyos padres, víctimas de la violencia sistemática y en sus múltiples posibilidades son el epíteto del ‘no deber ser’ normativo y vital. 


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Fascinada con la idea de tener unos ojos azules para agradar al mundo y perseguida por el prestigio de la belleza, pero no cualquier belleza, sino la belleza blanca convencional, Pecola no tiene ni voz ni voto en el desarrollo de su destino, simplemente es víctima de las circunstancias de su entorno en su calidad de niña, mujer, negra y “fea”; todas las interseccionalidades que connotan el desprestigio social al cual nos ha lanzado el eurocentrismo de corte colonialista. 

La forma narrativa de la trama novelesca impacta por las posiciones que se pueden tomar y es que la literatura encargada de moldear fragmentos de realidad de comunicarnos por medio del lenguaje y de plantear también problemáticas sociológicas ha permitido que Morrison construya un análisis estructural y crítico de la sociedad norteamericana de los años 40 para hacer vigentes el colonialismo en calidad de la degradación social, física, emocional y psicológica de una niña de 11 años. 

Pecola quiere unos ojos azules, los ojos azules de Shirley Temple, ojos azules que tienen las niñas blancas que son alabadas por ser hermosas y tiernas, unos ojos azules que son los que tienen las muñecas que regalan en navidad, aunque no a Pecola, puesto que es pobre. En este caso, me ha llamado la atención los estándares de belleza de aquella época, no solo el de Pecola con sus ojos azules, sino la imitación axiológica de las mujeres blancas, así como la división permeada por el prestigio de la pureza entre las mujeres de color y las negras. Diferencias evidentes en la economía y lo que de ella deviene, así como en el aspecto físico y modal. El deseo de ser como las mujeres blancas para ser medianamente reconocidas en el seno de una sociedad que después de la plantación las ha enviado a limpiar las casas de los ricos o a la cocina, deseo que ellas también perpetran en sus hogares para lograr el tan anhelado ascenso social.



Un cambio, una transformación, un deseo de reconocimiento que solo darían unos ojos azules. La obtención de unos ojos azules que son, a la vez, la metáfora de una sociedad raída y envuelta en prejuicios sin sentido en torno a la noción general de humanidad y las consecuentes divisiones que sufren los seres humanos que no entran en la normatividad eurocéntrica. Cada espacio de esta narrativa que, sin ser estéticamente punzante e hiriente, posee entre líneas la vergüenza que comporta una construcción social arraigada en la violencia. Como en una suerte de círculo narrativo y fragmentado vamos asistiendo al caleidoscopio de Kentucky, Georgia y Ohio en la década de los 40.  Y con una ronda infantil y las estaciones climáticas, asistimos a un año en el cual Las caléndulas no florecieron porque Pecola estaba esperando un hijo de su padre, un año del cual Nadie dice nada…

El universo de Pecola es descrito, ella misma es narrada desde la voz de su amiga, años después. La tragedia del presente y el remiendo de historias aledañas que se conectan para mostrarnos el rompecabezas de su vida. Una madre que sueña melancólica con el amor mientras se dedica a los oficios del hogar; un padre que huye después de haber presenciado el funeral de quien velaba por él y en medio del cual es violado sexual e íntimamente en su primer encuentro con la sexualidad dada al otro; huye en búsqueda de un padre que lo niega. Y en la intersección de estos: Pecola, heredadera de su negrura y fealdad. Una niña despreciada por su cuerpo, ignorada por no comportar algún rasgo significativo que la acercara a la belleza, víctima de su propio padre y inmoralizada por una sociedad, que valora más la hipocresía, las buenas formas y el alejamiento de lo negro.

Pecola me hace recordar esos ritos de paso de las mujeres negras. Si bien, no pedimos unos ojos azules para ser reconocidas, visibilizadas, valoradas, humanizadas y apreciadas. Pedimos, moldeamos y luchamos por una cabellera larga y lisa. O al menos así lo he visto, el rito de paso del alisado. A partir de este, muchas jóvenes negras dejan a su niña para convertirse en mujeres. Mujeres esclavizadas en el seno del siglo XXI, mujeres que regresan a la plantación para sucumbir ante unos estándares y una economía devastadora. Mujeres que después tejen discursos en torno a: mi cuerpo, mi territorio, mi definición de belleza, para no reconocer que el contexto y sus singularidades, la estética normativa y todo el discurso tejido entorno a la tenencia de un cabello desnaturalizado son un regreso a la casa del amo.

Quizá hoy, Pecola no quisiera unos ojos azules, sino una larga extensión, una rinoplastia, una piel más clara. Esa Pecola puede ser nuestra niña interior, aquella que preferimos normativizar antes de quitarle los temores y de ahogarla en autoafirmación y orgullo de identidad. Quizá hace 3 años no hubiese tenido este fragmento de reflexión sobre la opera prima de Toni Morrison. Pecola es la niña del barrio que no habla, Pecola es la mujer que creció insegura, Pecola somos nosotras que aún tenemos miedo de no ser escuchadas…

Que nunca sea tarde para abrazarnos nos con nuestra niña interior, y pedirle perdón por tanto violencia ejercida en nuestros cuerpos, algún día también la sociedad pedirá perdón…


Eliana Guerrero Manzano

Afropatoja, hija performativa de la diáspora africana

Profesora de Literatura y Ciencias Humanas

@eliigmanzano



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