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viernes, abril 26

«No hagas movimientos bruscos. Mantén la calma. Saca tu identificación tranquilamente»

Mi abuela es una mujer negra de un pueblito pequeño de campo, colindante a los límites que separa a La Habana y Matanzas.  Siempre que la pienso en la lejanía, me viene a la memoria su figura grande y el olor a colonia violeta que siempre la perseguía. Es una mujer de carácter fuerte y temperamental, sin pelos en la lengua, y con gran sentido de la destreza, para resolver conflictos, tanto familiares como ajenos.

Pero mi abuela no se convirtió en la matriarca de una familia grande, doblegando nuestro respeto, solo con puño de hierro, también es una mujer inteligente, maternal y sabia, que sabía que crear lazos a través de rituales y rutinas. Recuerdo los domingos de hacer tamales, donde sujetaba las hojas de maíz, mientras la oía tarareando a Barbarito Diez.  O su rutina diaria, de trabajo fuera y dentro de casa, que culminaba sentada en su sillón favorito cerca de la ventana, hablando con los vecinos.  O como los sábados me lavaba el afro, y luego me hacía unos moños enormes y parados, para que no se me enredaran. Cuanto odiaba esos moños, que hacía que les niñes me llamaran, pelo estropajo. Cuanto los echo de menos hoy.


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Pero esta mañana, me vino a la memoria el recuerdo, de un ritual que hacía en particular. Cada mañana, luego de las carreras diarias, las peleas por el baño, y por sentarse en el suelo o en las butacas a desayunar, se preocupaba que antes de salir por la puerta, ninguno se hubiera dejado la identificación. Y repetía monotemática el discurso de como comportarnos si nos paraba la policía.«No os mováis muy brusco», «No discutan, usen la educación que os di, con tranquilidad», «Sacad el carné, y ya está».  Cada mañana. Y, aun así, no era un salvoconducto, para que, al policía de turno, no le gustara tu cara y te llevara. 

De niña llegado un momento, oía todo aquello con desapego y somnolencia, y en el fondo mas de una vez pensaba, en lo pesada que se podía poner. Pero la señora lo único que hacía era prepararnos para la realidad y sobrevivir a ella. Es lo que hacemos las personas negras, ir pasándonos de generación en generación, trucos para sobrevivir. Como quien hereda la receta de pastel de calabaza de su bisabuela, nosotres recibimos, también estos tips. Porque el sistema está empeñado, en no erradicar la opresión, pero si nos permiten que nos medio defendamos (siempre que sea a un nivel bajo y pasivo). La victima siempre tendrá que ingeniarse estrategias, para salir dañada lo mínimo posible, mientras el victimario solo tiene que esperar, a encontrar un punto ciego en la defensa. Y a veces ni eso.

El 23 de agosto Jacob Blake, recibió siete disparos por la espalda, en Wisconsin, Estados Unidos. Siete disparos por no hacer caso a una orden de alto. No uno de alerta al aire, ni uno de alerta al suelo. No, una descarga eléctrica y luego, siete disparos en la espalda con sus hijos en el coche mirando.  Al parecer el delito de Jacob, fue desobedecer una regla tácita para miles de personas negras en todo el mundo: «No hagas movimientos bruscos. Mantén la calma. Saca tu identificación tranquilamente». Porque a las personas negras, no se nos está permitidos este tipo de licencias, no nos dejan ser humanos. «Siempre ve con cuidado». No nos dejan descansar. «Mantente alerta».

Cuando escucho y veo noticias como estas, luego de la rabia inicial, solo siento agotamiento y desazón, porque, aunque mi abuela me enseñó a mantener el rango bajo, para sobrevivir, por el camino he aprendido que no significa nada; cuando al racismo le da la gana te dispara siete balazos y te deja en estado crítico como a Jacob Blake, Dios quiera sobreviva.

El racismo en Cuba no es el mismo que en Estados Unidos, o España. Cada uno cuenta con componente culturales y sociales a nivel individual, que hacen que tenga características diferentes; aun así, hay un elemento en común, en todas partes, sin importar que idiomas hables, o que música bailes, el racismo mata. La comunidad negra sigue harta y frustrada, no hemos aprendido nada. Solo nos queda resistir, a nivel individual y como colectivo, y condensar toda esa frustración para seguir recordado, que queremos justicia, y la queremos ya.

¡Sin justicia no habrá paz¡


Dayana Catá

‌Educadora especial y escritora. Ante todo humana, negra, cubana, mujer y activista. Todo en ese orden y con el mismo grado de intensidad.


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