No es una falsedad decir que las mujeres negras son uno de los grupos menos apreciados y más subestimados. No solo tienen que vivir el racismo a causa de la gloriosa melanina que portan, sino que también viven los efectos del machismo y de masculinidades tóxicas en la sociedad.
Como mujeres negras, históricamente se nos ha tratado diferente. Nuestra figura ha sido diferente de la de los hombres negros y de las mujeres blancas. Si bien es cierto que tanto las mujeres como los hombres negros han sufrido racismo y discriminación de manos de los blancos, las mujeres han sido tratadas con una doble discriminación en esa interseccionalidad, además de ser deshumanizadas, también se las ha sexualizado. Atribuyéndoles características como primitivas, descaradas, dominantes, “no femeninas” o sucias.
A raíz de la esencia de los estereotipos contra nosotras en la actualidad, vemos como se nos acaba imponiendo mitos como el de la mujer negra enfadada. En el mundo laboral, por ejemplo, las mujeres en general ya deben superar el techo de cristal, algo que resulta complicado de hacer, pero en el caso de las mujeres negras, además del techo de cristal también deben superar aspectos como dicho estereotipo (the angry black woman). Que trae consigo una imagen de mal temperamento, hostil y demasiado agresiva, en situaciones en las que si fuera un hombre, se le caracterizaría de dominante y que tiene las cosas en control, y si fuera una mujer blanca, se la caracterizaría como fuerte y que sabe resolver problemas de manera eficaz y directa.
Mediante este mito, se nos acaba negando la posibilidad y la oportunidad de expresar nuestros sentimientos y emociones, obligandonos a llevar una máscara en todo momento, para no caer en este estereotipo. Se nos niega el derecho a estar enfadadas, porque se concibe que la mujer negra, cuando se enfada es agresiva, salvaje, y amenazadora, por lo que no tiene derecho a enojarse, y debe estar siempre de buen humor.
Este mito viene de la concepción que se tiene del rol de mujer y feminidad, como seres frágiles, delicados y plácidos. Más la idea que se tiene de los negros, como personas que deben ser complacientes y sumisos, calmados y sin levantar la voz, porque supondría una amenaza. Este mito nace del inconformismo a la idea de feminidad que el patriarcado ha creado y la idea de las “posición” del negro que ha creado la sociedad. La sociedad no termina de estar plácida con la figura y la aceptación de que las mujeres negras somos personas fuertes, y con derecho a expresar nuestra opinión, a mantenernos firmes en nuestras ideas y a expresar nuestras emociones, no abrazando el silencio y la sumisión que se nos ha impuesto. Por eso, mediante mitos como este se busca invalidar ese derecho, el derecho a la ira, el derecho a la expresión de lo que sentimos, el derecho a querer manifestar nuestras experiencias y a buscar un cambio. Porque seamos sinceros, la expresión de la ira es necesario para que se pueda llegar a algún cambio en la situación en la que se vive.
La ira es una emoción tan valida de sentir y de expresar como la alegría o el miedo. Y absolutamente todos tenemos el derecho de expresarla como queramos, sin obstáculo, y sin temor a que se nos categorice como salvajes u otros adjetivos peyorativos. Nuestro enfado y la expresión de nuestras emociones es igual de válido que las de cualquier otra persona.
En aras de cuidados y salud mental, la represión de las emociones como la ira (por miedo a caer en ese estereotipo) puede acabar siendo muy perjudicial para nuestros cuerpos. Ya que la represión de estas emociones da lugar a que se prolonguen en el tiempo, causando así una asociación con altos niveles de presión sanguínea, de frecuencia cardíaca y una mayor secreción de adrenalina.
Lo curioso sobre este mito, es que no sólo le atribuye a una mujer negra cuando ciertamente está enfadada y lo muestra. Sino también se atribuye cuando damos una fuerte opinión sobre algo o cuando mantenemos una fuerte postura o defensa de algo.
Vemos así, como la experiencia que viven las mujeres negras es diferente, comparada con aquella de los hombres negros o las mujeres blancas. Es una experiencia que supone un estatus de doble minoría, la cual las hace más vulnerables a la marginalización. Y a pesar de todo esto, se nos niega el derecho a estar enfadadas y a expresar esas emociones, ya que se percibirá como amenazante. Y me pregunto yo, con todo lo que nuestras ancestras, nuestras madres, hermanas y nosotras mismas hemos vivido, ¿acaso no tenemos derecho a estar enfadadas? Nuestros cuerpos han sido violados, agredidos, cosificados, secuestrados, asesinados, menospreciados, sexualizados, etc. En las diferentes esferas de la sociedad, debemos hacer y trabajar el doble para conseguir lo que una persona blanca conseguiría haciendo lo mínimo, debemos estar constantemente alerta y en guardia, y a pesar de todo esto, ¿se nos niega también el derecho a expresar nuestras emociones, porque resulta amenazante?
La verdad es que cuando tienes un privilegio, acceso y no se te obstaculiza llegar a alguna posición, es fácil, no enfadarse, es fácil controlar tus sentimientos. Pero cuando tienes que lidiar con lo que supone ser negro en una sociedad sistemáticamente racista, y que te considera infrahumano, más el hecho de ser mujer en un sistema patriarcal, y se te acaban negando tantas cosas y acabas cargando sobre ti un conjunto de estereotipos, con las que te presentan como inferior, es difícil controlar las emociones de una y sobretodo la expresión de estas.
Favour Kelechi Ekaezunim
Madrid
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.