Soy mujer, negra, afrocolombiana, afrocaribeña y afrobolivarence. Crecí viendo cómo mujeres cercanas a mi entorno alisaban su cabello. La vecina, la conocida, las amigas, las tías y hasta los hombres terminaban teniendo el cabello liso.
Durante mi crecimiento en el municipio de María la Baja (Bolívar) presencié varios alisados; en el patio de mi casa o en un salón de belleza. Vi cómo las cremas alisadoras cuando se pasaban del tiempo establecido, causaban quemaduras en el cuero cabelludo. De hecho muchas veces tuve que ayudar a alguna amiga con esas quemaduras, y lo que hacía era rociar agua de vinagre en su cabello, ya liso, para que las heridas cicatrizaran rápido.
Más tarde comprendí; que el problema era tener el cabello afro y en ocasiones cuando lo expresaban la respuesta principal era “búscate a un hombre blanco con el pelo liso, hay que mejorar la raza» o “alísatelo». A mis catorce años, escuché cómo hombres y mujeres me decían, tu “pelo es un brillo”, “dios mío qué pelo tan apretado”, “bolita de pimienta” “pelo malo”, y creo que de alguna forma, y siendo apenas una adolescente, estos comentarios me llevaron a abandonar por completo mi cabello natural, mi identidad y la memoria ancestral, pero ahora, teniendo la edad de veintidós años, la gente me pregunta condescendiente ¿puedo tocar tu cabello? ¿Por qué no usas las trenzas mejor? Y bueno, ya no sé qué es peor.
Tener el cabello liso, al menos para mi, se traduce en soportar las consecuencias físicas que dejan las cremas alisadoras y el alicer, como el debilitamiento del cabello, las caídas por secciones, la calvicie, las quemaduras en el cuero cabelludo y las semanas en las que no es posible lavar el cabello, debido al dolor que causa el champú en contacto con las quemaduras y las costras, pero en ese momento, las pérdidas y heridas en el cuero cabelludo no eran realmente importante, porque ansiaba deshacerme de mi cabello afro y reemplazarlo por hebras lisas, que supuestamente, “exhiben mi belleza y status socioeconómico”.
Llegue a comprender, con mi cabello afro y sin dejar caer una pizca de alicer en mi cabello, una de las razones, por las que yo y muchas mujeres afros deciden alisar su cabello, y va sustentado en la discriminación racial que se vive con el cabello y cuerpo. Somos un deseo de ser y como resultado de los valores negativos que le son otorgados a nuestro cabello afro, terminamos convirtiéndolo en aquello que nos dicen y que al final se convierte en nuestra propia imagen, en efecto nos hacemos a la idea, de que hay algo dañado en nuestro cabello afro, que es defectuoso e imperfecto, por eso la dicotómica pelo “bueno”, pelo “malo “en la que nos hemos visto afectadas de manera social y política.
Han sido tantos los discursos de belleza racistas y las formas de discriminación hacia el cabello afro, que en la actualidad, funciona como elemento capaz de determinar la posibilidad de empleo en una mujer afro y su correcto desarrollo en un área laboral. Ahora recuerdo, cómo en los diciembres y en cualquier mes festivo del año, los rulos, cremas alisadoras, planchas de pelo, alicer y secadores se utilizaban en una parte de la casa, y después de terminar el secado, la mujer decía “mira quedé lisa, está largo” o “Andrea se alisó desde que comenzó a trabajar; es que ella no podía presentarse con ese pelo churrusco”.
Todo esto me lleva a pensar, que el pasado da cuenta de un presente que se queda sumergido en la memoria de una esclavitud infame, que insiste en blanquear a mujeres afros y a hombres afros. Pero hay avances, las mujeres están luciendo su cabello afro y libre. Hace unos días, una joven muy cercana me dijo, “deje de alisarme el cabello, desde hace seis meses”, se lo soltó y comenzó a mostrarlo “y me siento orgullosa de mi cabello afro, antes no lo estaba”.
Mi cabello afro, me muestra los caminos sofocantes de mis antepasados, me señala las huellas, las direcciones y la memoria para tejer una sola historia.
Betty Zambrano Zabaleta
Soy una mujer, negra, Afrocolombiana, Afrocaribeña y Afrobolivarence. Estudiante de comunicación social y periodismo.
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