jueves, noviembre 7

Construir resiliencia en un mundo racista

*Publicado originalmente en Wellcome Collectión. Parte de la colección Broken hearts not broken brains. Traducido por María Belío Bergua 

Para Louisa Adjoa Parker, el racismo que sufría cuando era una niña era parte habitual de su vida. Sin embargo, en la adolescencia llegaron los problemas de salud mental, consecuencia directa de ese racismo, como se daría cuenta más tarde. En este artículo, Parker explora lo que podemos hacer, como individuos y como sociedad, para reconocer los daños. 

Escrito por Louisa Adjoa Parker. Ilustraciones de Olivia Twist. 17 de marzo de 2020.

Uno de mis primeros recuerdos es de cuando tenía 4 años, de un día que estaba sentada en el suelo del recreo comparando mis manos con las de mi amiga. Su piel era blanca y lisa; la mía marrón y, para mí, fea. Ella tenía el pelo rubio y liso, yo llevaba un Afro corto. Incluso a esa edad, yo ya era consciente de mi alteridad, mis diferencias. Sabía que blanco era igual a bueno, y que moreno era igual a malo.

Crecí en la Gran Bretaña de los 70 y los 80, en la era del Thatcherismo y la antinmigración; del Frente Nacional y skinheads rabiosos calzados con Doctor Martens granates; de nuestra bandera, ese emblema del Imperio británico que, junto a los que le ponían voz a este mensaje, le decía a la gente como yo “Volveros a vuestro país”. Para una niña británica de padre ghanés y madre blanca e inglesa, no había ningún otro país. 

Como la mayoría de la gente de color durante aquella época, sufrí malos tratos, terribles insultos que cargaban con el peso de la historia y la violencia. No me molestaba demasiado, era algo habitual, algo de lo que nunca se hablaba. Pero los malos tratos se te meten debajo de la piel, se incrustan dentro de ti. A veces hacen falta décadas para identificar el trauma y el racismo es, sin duda alguna, una forma de trauma y una que afectó gravemente a mi salud mental. Sentía que el país en el que vivía no me quería, que era inútil.

Racismo en todas sus formas

Uno de los muchos problemas relacionados con el racismo es que se presenta en muchas formas. Opera a niveles estructurales e institucionales, está anclado en la historia colonial y se ha ido transmitiendo de generación en generación, como si de una horrenda reliquia familiar se tratara. Es explícito, tiene la cara roja, está enfado y puede atacarte por la calle. Y es sutil, pero está allí. Está en la falta de representación, en los comentarios “bromistas” e “inofensivos”, en los dedos incontrolables de las personas blancas que no pueden resistirse a tocar el pelo de las personas Negras. 

El racismo es complejo, tiene múltiples niveles, y muchas personas no son conscientes de que actúan de forma racista instintivamente, porque tienen actitudes racistas grabadas en el subconsciente. El año pasado, la encuesta sobre perjuicios en Gran Bretaña (Bias in Britain) realizada por The Guardian, halló evidencias que sugerían que los prejuicios inconscientes tienen un efecto negativo para los 8,5 millones de negros, asiáticos y minorías étnicas (BAME, por sus siglas en inglés), algo que normalmente no aparece en los datos que se recogen sobre discriminación racial.

Porque yo he habitado la intersección de “raza”, género y violencia doméstica, no está claro cual de estas tres identidades marginalizadas (negra, mujer o víctima de violencia doméstica) es la causa de las enfermedades mentales que experimento ahora. Sin embargo, sé que el racismo tuvo una gran influencia en que nunca me sintiera a salvo, en que nunca sintiera que era suficiente, en que estuviera constantemente a la defensiva.

Tuve problemas con mi identidad mixta durante mi adolescencia y empecé a sufrir ansiedad y depresión, pero también dismorfia corporal (veía a una joven fea y obesa reflejada en el espejo). Era completamente consciente de que podía encontrarme con actitudes racistas cada vez que salía de mi casa, que la gente me juzgaría solamente por el color de mi piel.

Durante los 90 y los 2000, décadas más políticamente correctas, las cosas mejoraron. Después, la situación política cambió y, sobre todo tras el Referéndum, parece que el racismo es perfectamente aceptable otra vez. 

Vivir o trabajar en espacios blancos es todo un reto para la gente de color. He vivido en la Gran Bretaña rural durante la mayor parte de mi vida. Al final, te acostumbras a que te miren, a las micro-agresiones, a ser “exotizada” y a la falta de diversidad, pero a veces uno no puede evitar sentirse terriblemente solo.

Debido a la infrarrepresentación en una amplia gama de profesiones, incluso en zonas urbanas, las personas negras o morenas de piel todavía se encuentran con que son las únicas no blancas en su lugar de trabajo. Plantarle cara al racismo en los entornos blancos es increíblemente difícil para nosotros. Hace poco me di cuenta de un extraño fenómeno: cuando las personas de color se atreven a hablar sobre el racismo, hay quien puede darle la vuelta a la situación y acusarnos de ser racistas con las personas blancas. 

El efecto de la discriminación en el bienestar

Sinceramente, la discriminación aes agotadora, y no resulta sorprendente que las personas BAME suframos de una salud mental más delicada que nuestras contrapartes blancas. Un creciente número de pruebas señala que las personas que sufren racismo también tienen más probabilidades de recibir un tratamiento, y alcanzar unos resultados, más mediocres en lo que se refiere a los servicios de salud mental.

Rianna Walcott, coeditora de la pionera antología sobre salud mental en el colectivo BAME, “The Colour of Madness” (el color de la locura), escribió recientemente sobre las barreras a las que se enfrentan las personas Negras cuando acceden al sistema de asistencia sanitaria en relación con problemas mentales. Sabemos que esto lleva sucediendo bastante tiempo, pero a pesar de los informes y de las iniciativas, sigue habiendo flagrantes desigualdades.

Es obvio que cualquier forma de discriminación dejará una marca en tu bienestar emocional, pero el racismo puede dejarte esa marca incluso cuando no va dirigido a ti personalmente; El trauma global transgeneracional es enorme. Para las personas de color, ver cuerpos Negros o morenos sometidos a abusos, brutalizados o asesinados puede ser un desencadenante.

Donde yo vivo ahora, básicamente sufro micro-agresiones, pero el hecho de saber lo que les está pasando a otras personas (a nivel regional, nacional e internacional) me produce un gran malestar y sufrimiento. No puedo soportar ver ningún video que contenga violencia racial.

El racismo puede dejarte marca incluso cuando no va dirigido a ti personalmente. El trauma global y transgeneracional es enorme.

No puedes huir del racismo. Cuando uno experimenta otras formas de abuso, es posible encontrar un espacio seguro y empezar a recuperarse. Por nuestra naturaleza de personas de color, nos encontramos con muchos desencadenantes y sufrimos los mismos traumas muchas veces a lo largo de nuestra vida. Y, ¿qué tipo de ayuda está disponible para nosotros?

A día de hoy, todavía no he podido recibir un diagnóstico sobre mis enfermedades mentales de un psiquiatra, pero muchos terapeutas han señalado que podría sufrir de un complejo TEPT (trastorno de estrés postraumático), y yo estoy de acuerdo con ellos. El año pasado, después de esperar nueve meses, tuve una sesión de terapia cognitivo-analítica con una simpática mujer blanca. Tuve que explicarle que no era correcto utilizar el término “de color” (coloured) para describirme, pero que sí, sí podía usar el término Afro. Un puñado de sesiones como esta no van a conseguir arreglar el trauma que llevo conmigo, y menos si el tema “raza” también entra en juego. Mi sueño sería trabajar con una o un terapeuta BAME que se especializara en traumas complejos.

Contar nuestras historias

Así que, ¿qué podemos hacer de forma colectiva para mejorar la salud mental de las personas BAME? Para empezar, es esencial que los terapeutas entiendan la idea de que el racismo es un trauma (cuando se suman otros tipos de opresión, su impacto será mayor)

Estamos empezando a entender el impacto a largo plazo de los abusos físicos y emocionales, como el que deja presenciar violencia doméstica durante la infancia. Y, sin embargo, no conozco ningún trabajo, realizado en el Reino Unido, sobre adultos que han sobrevivido al racismo. También es necesaria una mayor representación del colectivo BAME en el sistema de salud mental: ¿Cómo podemos recibir el tratamiento que necesitamos si todos los terapeutas disponibles son blancos?

Necesitamos seguir teniendo estas conversaciones, especialmente con el clima político actual. Y también tenemos que encontrar la manera de promover la resiliencia, tanto en nosotros mismos como en otros. Entre los consejos de cuidado personal de la Doctora Roberta K Timothy, especialista en enfoques de salud mental anticolonialistas y no opresores, se incluyen: construir espacios seguros, crear un plan continuado de recuperación, tener “tiempo para nosotros mismos”, expresar nuestras emociones, tener una liberación física, y crear una comunidad que nos apoye.

Para aquellos que se vean capaces, contar nuestras historias constituye una parte importante del proceso de recuperación. Como dice la psicóloga Guilaine Kinouani en el libro mencionado antes, El color de la locura: “En un mundo que nos impone el mantenernos fuertes… nuestras lágrimas son un acto político, ser vulnerable es revolucionario. Es algo que nos humaniza profundamente.”


Louisa Adjoa Parker

Escritora y poeta afrobritánica



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