domingo, diciembre 22

El papel de los inmigrantes sin rostro en el cine italiano

El documental italiano ‘Fuocoammare’, sobre la llegada de inmigrantes a Lampedusa, ganó en 2016 el Oso de Oro en Berlín. Météore Films

Antonio Javier Marqués Salgado, Universidad de Oviedo

En unos mares en los que cada vez es más difícil llegar a puerto y en una Europa en la que los pantocazos de la política parecen ser más peligrosos que las propias tempestades, obras como Fuocoammare –ganadora del Oso de oro de Berlín (2016)– sirven para poner rostro a mujeres, hombres y niños que dejan de ser números gracias al cine.

Gianfranco Rosi, director de la película, y su cámara desembarcan en la isla italiana de Lampedusa para mostrarnos la realidad de un territorio que por su situación ha sido elegido por el destino como puente entre dos universos, dos civilizaciones que zozobran más que los propios barcos.

Tráiler en español de Fuocoammare (Gianfranco Rosi, 2016).

Marilena Umohoza Delli

Éste es el caso de Marilena Delli, escritora y directora de documentales, quien desde muy pequeña tuvo que sufrir también bandazos, en esta ocasión de la ignorancia y de la falta de humanidad, por tener un color de piel diferente, mezcla de la Ruanda materna y la Italia de su padre. Una combinación que no supo ser apreciada por todos y que podemos descubrir en su libro Racismo a la italiana.

Portada del libro de Marilena Delli. Aracne editrice

Marilena revela la escasa relevancia que el cine italiano otorga a esos “otros”. Un hecho extraño, en una nación con más de cinco millones de habitantes de origen extracomunitario.

Para la joven directora italiana, el cine de su país “debe dar voz a quien lo mira, si no terminará inevitablemente por perecer. Hablamos aproximadamente de un 8% de la población que no tiene modelos en los que reconocerse. Empezando por el cine, siguiendo con la televisión, periódicos y revistas, para terminar con los libros de texto”.

Un fenómeno, el de “los otros”, que desgraciadamente no es nuevo en el celuloide italiano, sino que se remonta a principios del siglo XX cuando ya era utilizado para propagar leyendas y tópicos coloniales.

La huella del colonialismo

Unos mitos con peligrosas réplicas que llegan hasta nuestros días. Como el famoso eslogan Italiani brava gente, que transmite la idea de un colonialismo laxo y flexible en el que la violencia y el racismo serían pecados veniales -ya perdonados-, gracias a clichés tan manidos como civilización, carreteras y puentes.

Así, las primeras apariciones de “los otros” nos llegan a través del género bélico, con películas y documentales en los que se difundía el heroísmo del pueblo italiano: Cleopatra (1912) o Salambò (1914). Una vana tentativa propagandística de vencer, con grandes dosis de épica, una guerra que se iba a perder tanto en lo militar como en lo humano.

Para ello era fundamental la imagen, ya que tratándose de una población mayoritariamente analfabeta, había que recurrir al cine y a la fotografía.

Il ventennio fascista

Posteriormente, con el régimen de Mussolini, la gloria imperial subiría de tono a la vez que se afianzaban los estereotipos y los comportamientos xenófobos. Mientras el hombre negro era enjaulado en tópicos del tipo “bestia salvaje” y “súbdito fiel”, la mujer recibía títulos cargados de coronas de espinas. Uno de ellos, el de “venus negra”, pulularía durante muchos años por la fantasía de los italianos. El otro, más inquietante, el de la “madama”, le servirá para ser la sumisa acompañante del hombre blanco de las colonias.

Por tanto, un lienzo naif y sobrecogedor, al que pondrá marco la propaganda gubernamental. Películas como Jungla negra (1936) muestran la superioridad racial y cultural de los italianos. Unos personajes y unas características que van a cambiar tras la caída del fascismo y la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. El fin del conflicto no solo traerá consigo un nuevo flujo de contactos entre Estados Unidos e Italia, sino también inmigrantes afroamericanos.

Tráiler de Jungla negra (Jean-Paul Paulin, 1936).

Del simpático pero también infantil militar neorrealista de Rossellini en Camarada (1946), pasamos enseguida a multitud de artistas, en su mayoría cantantes y bailarinas, que cambian los escenarios americanos por los italianos. Katherin Dunham, Lola Falana o Eartha Kitt son solo algunos nombres de mujeres que habían dejado ya muestras de su talento junto a celebridades como Orson Welles o Sidney Poiter.

Llegan los sesenta

Con los sesenta y los setenta, además del boom económico y su posterior crisis, surgen también numerosas reivindicaciones y protestas como la revolución estudiantil o la emancipación de la mujer. A ellas habría que añadir la pérdida de valores y de confianza en las instituciones. Sin duda, un peligroso cóctel que terminará estallando con el terrorismo y que encuentra en el cine, especialmente en el de género, la vía de escape para el público.

El cine de terror, el péplum, el spaghetti western, el giallo, el poliziesco y, por supuesto, el exótico-erótico serán un paraíso laboral en el que el edén y el burdel se alternarán constantemente.

En cuanto a los personajes, irrumpen con fuerza “i bulli” y “le pupe” –-los violentos y las muñecas–, dos prototipos hipersexualizados con clichés muy señalados. Ellos destacan por sus conductas agresivas, falta de escrúpulos y porte atlético. Y ellas, por su seducción y sensualidad desbordada, atributos que les encadenarán a determinados papeles.

Estrellas, estrellitas y tipos duros vieron en Europa la oportunidad de hacer las Américas. Como Woody Strode, figura del fútbol americano, que ya se traía en la maleta el Espartaco de Kubrick (1960) y El hombre que mató a Liberty Balance (1962) de Ford. Y quien, una vez en Italia, seguiría empuñando el revólver en Hasta que llegó su hora (1968) de Sergio Leone, una estupenda obra de arte.

Muy lejos de esta se encuentra Horror Safari, filme que interpretó junto a Laura Gemser, una de las citadas muñecas e icono erótico de los setenta. Además de Gemser, otras Cenicientas en otro tipo de cuentos, como Zeudi Araya o Ines Pellegrini, también dieron vida a papeles provocativos y discriminatorios.

Fotografía de Inés Pellegrini, actriz italiana. Angelo Frantoni / Wikimedia Commons

Y es que los ecos del colonialismo parecen no tener fin. Por eso son ellas las más buscadas por la cámara. La emancipación de la mujer hacía que el hombre de una sociedad tradicionalmente machista encontrase su evasión en filones cinematográficos como el exótico-erótico. Los papeles de estas actrices nos harán recordar por momentos a la “madama” del siglo XX.

Todo parece indicar que los gérmenes coloniales del pasado se perpetuaron en el tiempo con la presencia aparentemente anecdótica de personajes de color pero con un notable trasfondo social. Ni siquiera el cine de autor, Fellini y Antonioni entre otros, pudo evitar incluir en sus noches romanas a bailarinas exóticas que daban luz a unos protagonistas oscuros, tan derrotados como la sociedad a la que pertenecían.

De los 80 en adelante

A finales de los ochenta e inicio de los noventa, Italia se da cuenta de que ha dejado ser un país de emigrantes para convertirse en meta –o tránsito– de esos “otros”. El fenómeno de la inmigración atraca en costas y ciudades con el protagonismo de personas que ya no buscan un papel cinematográfico.

Ahora la película es la vida real y los escenarios son tan peligrosos como ese mar con el que Gianfranco Rosi empezaba esta historia.


Antonio Javier Marqués Salgado, Profesor del área de italiano, Universidad de Oviedo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.


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