Amanda Gouws, Stellenbosch University
Hace casi un año y medio, cuando Alyssa Milano pidió a las mujeres que escribieran Me too («yo también») en las redes sociales, nació el movimiento #MeToo. Desde entonces, millones de mujeres han manifestado a través de las redes sociales que han sido víctimas de acoso o agresión sexual.
La fuerza de este movimiento residió en su capacidad para mostrarle al mundo que el acoso sexual es algo generalizado, y ha tenido consecuencias para los acosadores. En la industria del cine, productores y actores como Harvey Weinstein, Kevin Spacey y Bill Cosby han perdido su trabajo.
¿Pero forma parte África de este movimiento mundial contra la violencia sexual? En su análisis sobre el activismo transnacional en África, la autora Titilope Adayi señala que el #MeToo se ha centrado en ciertos países, como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, India y China. Prácticamente no se habla ni de África ni de Oriente Medio.
Pero la visibilidad del #MeToo hace que sea fácil pasar por alto las potentes campañas contra la violencia sexual que se están llevando a cabo en África, pues la mayoría se hacen fuera del espacio digital.
En realidad, el #MeToo lo inició una mujer afroamericana, Tarana Burke, en 2006 (once años antes del #MeToo) para ayudar a las jóvenes a hacer frente al acoso sexual. Su campaña no estaba en las redes sociales y no se internacionalizó, pero ahora se ha sumado a la campaña digital.
Antes del #MeToo también existía la campaña #EndRapeCulture («acabemos con la cultura de la violación»), que comenzaron las estudiantes en Sudáfrica en 2016. Esta campaña fue lo suficientemente influyente como para obligar a las universidades del país a constituir equipos de trabajo para hacer frente a la normalización generalizada de la violencia sexual en los campus. Pero #EndRapeCulture no se convirtió en un movimiento mundial, pese a combinar la acción directa (protestas en toples) con la campaña digital.
Entonces, ¿por qué el #MeToo no triunfó en África?
La respuesta de las mujeres africanas
Uno de los motivos de la falta de aceptación está relacionado con la naturaleza racial de la campaña: la iniciaron mujeres blancas y ricas de la industria del cine de Estados Unidos que tenían acceso a las plataformas digitales.
Otra razón por la que el #MeToo no tuvo tanto éxito en África tiene que ver con la fuerte cultura patriarcal, en la que las mujeres temen ser estigmatizadas si hablan sobre acoso o agresión sexual. La propia visibilidad de este tipo de acciones las hace más vulnerables, y también temen que sus familias puedan enterarse del abuso. Por lo tanto, son silenciadas por la «cultura del honor».
Además, las mujeres saben que la ley no las protege. En varios países, incluidos Sudáfrica y Zimbabue, la victimización secundaria de las supervivientes es frecuente. En los tribunales, controlados por hombres, las condenas por violación están, de media, por debajo del diez por ciento.
Sin embargo, mujeres de muchos países de África han organizado protestas en las calles. Esto les permite evitar la atención individualizada mientras visibilizan la causa.
En Kenia, iniciaron las protestas #MyDressismyChoice («mi ropa es mi elección») en las calles de Nairobi después de que una mujer fuera agredida en una parada de autobús por vestir minifalda.
En Senegal, dos chicas iniciaron la campaña #Nopiwouma (que significa «no me voy a callar» en wolof) para cuestionar el silencio de Senegal con respecto a la violencia de género. La campaña #Doyna, también en Senegal, significa «basta ya».
Una de las consecuencias de no hablar sobre el acoso sexual es que los hombres se salen con la suya, pese a su comportamiento, aunque las mujeres se manifiesten.
En Sudáfrica la incidencia de la violencia de género es muy alta. Un caso reciente implicó al ex-viceministro de Educación Mduduzi Manana, que golpeó a dos mujeres en una discoteca. Manana acabó renunciando a su escaño parlamentario, pero se hizo de rogar.
En Uganda, la diputada Sylvia Rwabwogo denunció a un hombre que la había acosado durante ocho meses. Al final, fue condenado a dos años de cárcel, pero Rwabwogo fue muy criticada por los ugandeses, que manifestaron su solidaridad con el estudiante «enamorado».
Organizaciones como la Unión Africana (AU) también han fracasado en lo que respecta a las agresiones sexuales. En enero de 2018, sus trabajadoras reclamaron a los altos cargos que acabasen con el acoso en la organización. El asunto solo se trató después de que saliese en los medios de comunicación. La insulsa respuesta oficial de la Unión Africana fue decir que las jóvenes y vulnerables becarias y voluntarias, que tenían la esperanza de conseguir un trabajo fijo, fueron acosadas, sí, pero que poco se podía hacer para protegerlas.
La novelista y cineasta zimbabuense Tsitsi Dangarembga lamenta que el #MeToo no haya llegado a su país, donde el acoso sexual también está extendido. Ella misma mantuvo una relación en la que sufrió acoso durante casi ocho años.
En Sudáfrica las mujeres iniciaron otra campaña, #MenareTrash, para desafiar a los hombres a que se manifestasen contra la ola de violencia contra las mujeres, especialmente contra el feminicidio en el ámbito privado. Hubo un gran rechazo hacia la campaña por parte de los hombres, porque algunos sintieron que todos estaban siendo estigmatizados.
Este no parece ser un problema que se limite a Sudáfrica. A nivel mundial, los hombres tienen problemas para solidarizarse con las mujeres que se manifiestan contra el acoso sexual, las agresiones y las violaciones. Se hizo evidente en el caso de Brett Kavanaugh, en los Estados Unidos. Pese a estar acusado de intento de violación, fue nombrado juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
Amanda Gouws, Professor of Political Science and SARChi Chair in Gender Politics, Stellenbosch University
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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