La pregunta siempre ha sido la misma; una pregunta heredada de la curiosidad de muchos y la intencionalidad de otros. Una pregunta que una y otra vez, en mi cabeza ha resonado con la misma cantinela. ¿De dónde eres? Qué simpleza, ¿no?, Soy española, bueno, nací en España. Pero, verán, no es tan simple.
Desde tiempos inmemorables el ser humano ha estado ligado a una necesidad innata, consustancial: la necesidad de respuesta. El intelecto ha explorado durante siglos en busca de respuestas a interrogantes tales como: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿A dónde voy?
Y es que realmente, todas estas formulaciones, están ligadas entre sí. Uno no sabe quién es, si no sabe de dónde viene, y tampoco sabe a dónde va si no sabe quién es.
Ante semejante diatriba interrogativa, cabe formularse una última pregunta: ¿Qué narices debo responder cuando me pregunten de donde soy?
Bien, resulta que en mi afán por descubrir precisamente esto, caí en la cuenta de:
1º. Que no conocía todo lo que debiera mis orígenes y 2º. Que mi país de nacimiento (España), por un lado, no contemplaba como realidad el hecho de que mi etnia tuviese un lugar dentro de su sociedad, y por otro, esta, no me hacía sentir lo que se dice muy autóctona dentro de ella.
Entonces, a modo de “jeroglífico picasiano”, empecé a desgranar todas estas piezas de un mismo puzzle…
He nacido en España, luego, soy española.
Soy negra, luego, soy afro-descendiente.
Me he criado en España, luego, mi educación (y parte de mi cultura) es occidental cuando menos.
Bien, a priori queda claro que soy una mujer, española y negra. Fácil…, ¿o no?
Porque si un español de “primera división”, es decir, blanco, me pregunta de dónde soy, mi respuesta
nunca puede ser española, y ya está. Siempre esperan otra respuesta un tanto más… ¿exótica?, o por lo menos diferente, más extensa. Luego, no quieren saber de dónde “soy”, quieren saber de dónde “vengo”. O mejor todavía, de dónde viene mi color.
Volvemos entonces al mismo sitio, soy española, nacida en Madrid, España, pero como uno de mis padres es español y blanco, y el otro es extranjero y negro, yo paso automáticamente a ser del país del padre que es negro. Eso sí, si los dos fuesen blancos aunque extranjeros, sería española y absolutamente nadie cuestionaría mi nacionalidad, ¡por derecho, vamos!
Así es que realmente, mi primera conclusión fue que, no importa el lugar físico de nacimiento de uno, no importa el lugar donde uno se ha criado, dónde uno ha estudiado, o dónde se ha graduado, no importa. Tampoco importará de qué país sean los padres de uno, cual sea nuestra altura, peso, corte o color de pelo. Nada de eso importa… Para ser español únicamente es necesaria una cosa: SER BLANCO.
Suena fuerte, ¿verdad? Pues es la pura realidad.
Me he acostumbrado a responder desde una edad más que temprana, a preguntas muchas veces estúpidas, cuando no indecentes, como:
¿pero vosotros os laváis?, ¿si te tiro del pelo te duele?, ¿por qué tienes las palmas de las manos blancas?, vosotros en verano no os ponéis más negros, ¿no?…
o expresiones tales como:
“No, pero tu no eres tan negra”, “¡Qué bien hablas el español!” “Vete a tu país”, “para ser negra eres guapa…”, “¡Ah, que tu madre es blanca!, entonces tú te pareces a tu padre, ¿no?”…
por no hablar de frases estereotipadas absoluta y aberrantemente aceptadas en la cotidianeidad del vocabulario español, como:
“¿qué pasa que soy negro?”, “la oveja negra de la familia”, “me pone negro”, “trabajar como un negro”, “fin de semana negro, lista negra, merienda de negros, dinero negro, mercado negro, tener la negra, beso negro”, etc, etc, etc…,
Y lo peor de todo es que estas expresiones y frases, las he oído de boca de todo tipo de personas y de gente de todos los estratos sociales: en personas cultas e incultas, en pobres y ricas, en políticos o pescaderos, en periodistas o informáticos, en comerciales o médicos, en mujeres y hombres, en niños y adultos…
Si me extendiera lo necesario para plasmar en papel todo lo que he oído y sentido al escuchar ese tipo de improperios, este escrito no sería un artículo de opinión; de hecho, daría para una novela, eso sí, una novela negra.
Luego, he ido creciendo, creyendo yo misma que lo negro es negativo, que como me han hecho creer, lo negro está asociado a la miseria, el esclavismo, la tragedia, el pesimismo, la ilegalidad y todo lo peor de cualquier aspecto de la vida. (Basta con echar un vistazo a la definición de la palabra “negro” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua…)
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Crecí deseando ser blanca, sin culo y de pelo lacio. Crecí queriendo no llamar la atención por la calle. Crecí luchando, por y para mi propia identidad desde que tengo uso de razón. Intentando saber de dónde era, y porque era distinta a los demás niños, (realidad que alcance a comprender la primera vez que en el colegio me llamaron negra, aunque sinceramente, yo me veía marrón…).
Este es mi país, este es mi lugar natal, el país de mi madre y mis abuelos, pero como no soy blanca, todo eso se tambalea, todo eso se esfuma en el tupido entendimiento de los demás… porque ellos no ven mi lugar de nacimiento en el carnet de identidad, ni mi idioma, ni que en mi casa se coma cocido los fines de semana, ni mi acento madrileño (madriz con zeta, o “ej que” en vez de “es que”). Ellos ven mi color, y cuando me preguntan: ¿de dónde eres? Solamente quieren saber que hago en España, qué me trae por aquí…
Como quiera que acepté al final de mis elucubraciones, que en España, hoy en día, un negro solo puede estar de paso. He pensado que quizá lo más correcto sea contestar a la maldita pregunta: Y tú… ¿de dónde eres? Con un: No me importa de dónde vengo, ni quién o de dónde soy, solo me importa a dónde voy… Voy a luchar por ser una mujer negra y española de pleno derecho.
Y eso seguro, será muy pronto, ya lo verán…
Noemí Ondo Mesa
Es afroespañola pero reside y trabaja en Londres.
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[…] como dice la compañera Noemí Ondo Mesa y como vivimos todas a diario, si un español de primera te aborda con cuestiones, no es que quiera […]