Diciembre 1997. Le miró incrédula. Sus ojos y su boca no podrían materialmente estar más abiertos, ¿perdona? ¿Podía ser cierto lo que acababa decirle una de sus amigas?
Espera… ¿le había dicho que era muy guapa para ser negra?. Ella miró a su izquierda, luego a su derecha y trató de captar las reacciones del resto de personas que estaban con ellas en la mesa. Nadie parecía haber percibido la violencia de esas palabras. Todos seguían bebiendo de sus copas de manera despreocupada, sin notar la ola de rabia, la tristeza y el dolor punzante que crecía en su interior desde el mismo momento en que ese puñado de palabras flotaron en el aire.
Se levantó soliviantada y tremendamente indignada. ‘¿Cómo? ¿Cómo podía alguien decirle algo así y no avergonzarse? Y ¿cómo podía el resto permanecer impasible ante tamaño comentario, racista, ignorante y condescendiente?’
– ¿Dónde vas?, ¿qué pasa?
– Sois increíbles, no os dais cuenta de nada.
Hizo un gesto, sacudiendo la cabeza y volteando los ojos y salió del atestado pub sin mirar atrás mientras chocaba con cualquier cuerpo que se cruzaba en el breve pero eterno camino de la mesa a la puerta.
Salió, miró hacia arriba… hacia al cielo negro. Estiró el cuello y cerró los ojos fuerte. Muy fuerte, como para borrar de algún modo aquella conversación. La noche era fría y ventosa. Respiró profundamente inhalando el fresco aire por la nariz y casi olvidando la manera de soltarlo. Quería llenarse de aire, quería sentirse limpia, libre de aquella terrible sensación de angustia. Todo aquel aire que traspasó su traquea y llegó a sus pulmones, se convirtió de algún modo en una catarsis.
Un torrente de lágrimas resbalaban ahora por sus mejillas, llenas de furia y orgullo. Saladas y purificadoras. Se sintió sola. Preguntándose si de alguna manera, la razón que creía sustentar, le hubiese abandonado. Dudó. Solamente por unos segundos de debilidad llegó a creer que estaba sola en el mundo. Si nadie en aquella mesa había captado esa agresión a su persona, a su raza, a su ser… quizá era ella la única que estaba equivocada…
Pero no. Enjugó sus lágrimas con la manga de la cazadora. Inhaló de nuevo una amplia bocanada de aquel frío viento de diciembre y aunque quería echar a correr y no volver la mirada, se giró hacia la puerta del local y saludando al «puerta» con un movimiento de cabeza que trató de parecer regio y resultó algo dramático, se sorbió la nariz y entró de nuevo.
Miró al fondo de la mesa y antes de que pudiese dar un paso al frente para dirigirse hacía allí, Sara apareció de la nada y le dijo que estaba justo yendo a buscarla, que le había estado buscando en el baño y al no verla allí, acababa de coger su abrigo en el ropero y se dirigía afuera.
– Parece que hubieses visto un fantasma chica… ¿Qué pasa, Jada?
«¿Que qué pasa?» pensó… «Os voy a decir lo que pasa».
Apartó a su amiga con un movimiento brusco y ante la mirada estupefacta de ésta, se encaminó hacia el fondo de la sala. Una extraña fuerza se apoderó de ella. Estaba llena de ganas, de respuestas que siempre estuvieron allí pero nunca fueron dichas, de determinación. No sabría decir si lo que iba a suceder iba a ser el mayor error de su vida, o por el contrario, la mejor decisión. Se acabó, Jada finalmente iba a responder y bien claro.
Noemí Ondo Mesa
Es afroespañola pero reside y trabaja en Londres.
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Buenísimo y me siento muy identificada! Pero caramba! que curiosidad en saber su respuesta =]