Rivalidad femenina. ¿Cuántas veces oíste esta expresión? ¿Cuántos textos leí sobre eso, cuántos libros, cuántos debates y charlas de amigos estuvieron centrados en “fulana contra sultana”? Siempre caímos en la tentación. Es parte del imaginario social la mujer que compite con otras en todas las instancias: familia, carrera, amor, etc. Esa mujer tachada por otros de descontrolada, celosa, desconfiada; cuya naturaleza no le permite ser amiga de otras pares, apoyarse en mujeres. Ninguna de nosotras quiere ser ese personaje. Pero sinceramente ¿ya fuiste esa mujer hoy? Yo sí.
Es por eso que decidí admitir que aun frente a la deconstrucción, frente a la acogida que el movimiento negro feminista me proporcionó, a las hermanas de lucha que gané y al ejercicio de alteridad que cultivé, todavía no estoy libre de los daños del machismo estructural. Todavía me descubro haciendo enemistades por rivalidad con iguales, veo mujeres juzgándome por celos o competencia.
El miedo irracional que las mujeres sentimos por unirnos unas a otras es a veces herramienta de una lógica machista hegemónica, otras autodestrucción guiada por misoginia. Para mantener el orden de una sociedad que viola, mata, subyuga y oprime a la mujer, nada más vil que hacerlas odiarse a sí mismas.
Según una encuesta de la Fundación Perseu Abramo, para el 37% de los hombres “ser hombre” es mejor por factores como no embarazarse, no parir, no menstruar, tener libertad e independencia financiera. Luego, 90% de los hombres y 98% de las mujeres coinciden en que existe machismo en el Brasil, pero sólo el 22% de los hombres se considera machista. En la misma encuesta, 43% de ellos considera correcto que “en las decisiones importantes es justo que en la casa el hombre tenga la última palabra”. En otra encuesta de Datafolha, 1 de cada 3 brasileros considera culpable a la víctima de violación, mientras 85% de las mujeres brasileras temen ser violadas.
Esta violencia de género presentada en los datos, simplemente confirma la cultura misógina brasilera. Esa desigualdad se alimenta y se mantiene en las estructuras sociales frente a la coerción psicológica que el machismo causa. Sea en la culpabilización, en la sumisión, en la banalidad de la violencia, en la inseguridad o en la desconfianza con nosotras mismas y de unas con las otras. Esa relación se torna aún más tensa cuando metemos a un hombre en el medio. Es como un clásico de novela: dos mujeres, un hombre. Dos competidoras, un premio. Una batalla social y psicológica destructiva para conquistar ¿qué cosa? No existe primer lugar, no existen banda ni trofeo. Mientras, a las mujeres se nos enseña a subyugarnos unas a otras en pro de un pedestal patriarcal. La novia que odia a las amigas del tipo, las amigas que odian a la novia; la compañera de trabajo que no confía en las otras; la chica que dice que sólo tiene amigos hombres porque son menos problemáticos.
Ellos nos dicen “no confíes en las mujeres, son traicioneras, astutas, sucias, dramáticas, van a apuñalarte por la espalda.” ¿Pero qué somos sino mujeres, también? ¿Cuándo te miras al espejo te ves falsa, disimulada, dramática, exacerbada? Cuando me miro en el espejo me veo no sólo a mí sino a todas mis iguales. Compartimos las mismas inseguridades, alegrías y dolores de tornarnos mujeres.
Puede parecer cliché, hasta puedes pensar que este texto es campaña sobre hermandad teórica de Facebook. Es fácil hablar. Es fácil escribir dos páginas sobre cómo el machismo domina nuestro inconsciente, pero es difícil entender cómo pararlo.
Es difícil no meterse con la amante del ex, con la suegra, con la hermana, con la amiga. ¿Pero sabes qué es peor? Oír a los hombres vanagloriándose por la competencia, exaltados mientras nos bajan de escalón, llamándonos “locas, chusmas, celosas”, fortaleciendo la falsa idea de que a las mujeres no les gustan las mujeres, mientras se unen y apoyan a sus camaradas.
El hombre patriarcal guarda el verdadero amor para sus iguales. No para la compañera, la amiga, la hermana. Sólo la madre es digna de compartir ese sentimiento; para la otras, queda un simulacro. Cuando de pronto precisan elegir, no temen apoyarse unos a otros. ¿Por qué deberíamos estar de acuerdo? ¿Por qué deberíamos facilitar esta cultura que nos torna autodestructivas e inseguras? ¿Por qué nos sentimos solas una al lado de la otra?
Por lo tanto, lo que quiero decir después de tantos párrafos, es que no dejaré de ser influenciada por esta cultura misógina sólo por escribir este texto. Tampoco tú, pero intentar es parte de un cambio efectivo. El feminismo no funciona sin tí, sin mi. Es nuestra lucha, nuestra autoafirmación diaria. El protagonismo de nuestras vidas es nuestro y de ningún hombre o individuo. La escritora negra americana Audre Lorde, feminista lesbiana y activista de los derechos humanos, ya dijo: “no soy libre mientras otra mujer sea prisionera, aun cuando sus cadenas sean distintas de las mías”.
Por Naiara Teixeira / Blogueiras negras
Naiara Teixeira es feminista negra, escritora estudiante de periodismo de la UNESP. Le gusta escribir sobre temas de la vida de las mujeres negras brasileñas. Tiene 21 años.
Este artículo es de Blogueiras Negras y ha sido traducido y cedido por Pressenza
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Que importante y necesario me resulta que reflexionemos acerca del tema que nos acabas de exponer. Ser conscientes y no machacarnos entre nosotras.