La verdad es que no sé muy bien cómo empezar este artículo porque me faltan palabras y me sobran emociones. El tema del que quiero hablar hoy es un tema “Tabú” en nuestras sociedades modernas.
Por la televisión y por la prensa nos inundan con noticias y anuncios para denunciar o evitar la violencia doméstica, para prevenir accidentes por carretera pero hasta ahora no he visto ni UNA SOLA campaña hablando de un tema que es la primera causa de muerte no natural (en España) por delante de los accidentes de tráfico, un tema que no entiende de sexos, etnias, ni edades, ni tampoco de clases sociales. Para los que no sepáis de qué estoy hablando lo voy a dejar más claro, estoy hablando del Suicidio.
Este año el INE (Instituto Nacional de Estadística) ha revelado que, según sus últimas investigaciones, la cifra de suicidios crece en España por tercer año consecutivo, estamos hablando de las tasas más alta de suicidios en los últimos 25 años (3.870 personas se quitaron la vida en 2013 y de entre ellas 2.911 fueron hombres y 959 mujeres). En Estados Unidos, según los datos del Instituto Nacional de Salud Mental, mueren más personas por suicidio que por homicidio. En Japón se suicidan 70 personas cada día. Las causas de este grave problema parece estar estrechamente ligado a la economía pero no únicamente puesto que también encontramos otros factores como la depresión, problemas de salud mental, historial de suicidio familiar, abusos físicos y mentales, etc. Muchas de ésas personas pueden salvarse con apoyo y el tratamiento adecuado.
Ahora mismo, en este preciso momento, mientras estoy escribiendo esto, alguien ya no quiere vivir más, ni tiene esperanzas, ni se siente feliz, ni comprendido, ni querido y lo peor es que mira a su alrededor y la realidad le corrobora que sus sospechas son ciertas. Vivimos en un mundo supuestamente civilizado y “desarrollado” donde sin embargo no podemos ofrecer soluciones a los que sufren. Preferimos mirar a otro lado o echar la culpa al gobierno, a la sociedad o a los propios suicidas. En estas sociedades capitalistas donde somos libres de consumir, según la profundidad de nuestras carteras, y donde tenemos de todo incluidos medicinas, terapeutas preparados, tecnología punta y coches de último modelo, aún no hemos encontrado todavía una solución “políticamente correcta” al tema del suicidio. Está claro que hay sucesos inevitables pero muchos de esos potenciales suicidas pueden salvarse si les brindamos nuestro cariño y comprensión pero sobre todo ayuda psicológica.
Esta sociedad nos educa para ser competitivos, para triunfar a costa de todo, para ser los mejores y todo para qué: para ganar más dinero, poder y adquirir todo tipo de objetos inservibles. Nos enseñan a ser agresivos, competentes, ganadores pero no nos enseñan a pedir ayuda cuando realmente la necesitamos ni a compartir abiertamente nuestro dolor. Y esto ¿por qué? pues muy sencillo, porque “los niños no lloran” y mostrar dolor es muestra de debilidad y los débiles no triunfan en la sociedad o eso nos cuentan.
Las personas afectadas con este mal prefieren sufrir en silencio para no preocupar a sus familiares, por miedo a decepcionarlos o por vergüenza (“la vergüenza del suicida”). Las personas que dan este trágico final a sus vidas no son malas ni cobardes, sino todo lo contrario sufren solos para ahorrarles a los demás su triste carga. Muchas de esas personas son padres, madres, hermanos, hijos, trabajadores, el vecino del quinto… Puede que te hayas cruzado con alguna de ellas en la calle sin ni si quiera saberlo, son personas responsables, inteligentes, con talento, fuerza y dignidad pero que sienten que ya no pueden más con la vida y se sienten decepcionadas de sí mismas y sufren tanto que están dispuestos a dejarlo todo, hasta la vida, para acabar con su sufrimiento.
Muchos se enfadan con los suicidas o no los entienden ni intentan empatizar con ellos. Pienso que hay que ser muy fuerte y estar muy decidido para hacer algo así y que también hay que verse muy desolado y desesperado. Y es que a estas personas la sociedad (o sea, todos nosotros) les ha fallado en cierta forma porque no ha hecho todo lo posible para que esas personas pudiesen curarse y vivir felices de nuevo. Vivimos en una sociedad donde las enfermedades mentales se consideran como una lacra o un estigma. Vivimos en una sociedad donde se invierte cinco veces más en estímulos para la sexualidad masculina y en la silicona que en curar enfermedades mentales. Vivimos en una sociedad donde se desvaloriza el trabajo de los psicólogos y terapeutas, cuyos servicios se ha convertido en un lujo porque el gobierno, gracias a los recortes, ofrece pocas plazas públicas a éstos. Vivimos en un mundo donde la gente muere por “vergüenza” y a mi esto me da que pensar… pero afortunadamente hay esperanzas. Las benditas estadísticas demuestran que cuando los humanos nos empeñamos en algo, lo acabamos consiguiendo: gracias a las campañas de concienciación sobre los accidentes de tráfico se ha reducido un gran número de muertes (las muertes por tráfico en el periodo 2011-2012 se redujeron según el INE en un 9% mientras que los suicidios aumentaban en un 11%). También se ha conseguido salvar a muchos enfermos afectados por el VIH, ahora sólo mueren 15 de cada cien, lo que supone un descenso del 85% (increíble, ¿verdad?).
Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), la Depresión es la tercera causa de discapacidad en el mundo y en el 2020 puede convertirse en la primera si no hacemos todos algo para cambiar esta triste realidad. No podemos seguir mirando más hacia otro lado ni decir que no se puede hacer nada, no podemos ni debemos condenar a una muerte segura a miles de personas que sufren y pueden curarse. Siempre he sido de ésas personas que cree en el poder extraordinario de la gente común como yo. Por favor demostremos que otro mundo es posible y luchemos para cambiar las estadísticas. ¡Dejemos de trivializar el dolor ajeno y hagamos algo ya!
Autora: Rían de la Torre – Universidad Complutense de Madrid
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Usted me habla de una situación creada por un estilo de vida, por una sociedad decadente que apremia todas las normas equivocadas, y no permite desviación alguna de esas normas. Usted me habla de una enfermedad creada directamente por un sistema que subyace al sistema capitalista donde el dinero y las apariencias significan todo para un sector de la sociedad, que sin las apariencias no son nada, y muchos no son nadie. No veo en que puede ayudar el individuo de raza negra, que en su mayoría viven cuasi insolados en sus propios círculos, donde la acción relevante ante el poder es en la mayoría de los casos nula. La tarea Señora Rían, es descomunal, usted habla de cambiar todo el sistema y de esa manera los valores que en ella se cultivan, algo que realmente solo será posible desde arriba hacia abajo, son los poderes, y el capitalismo en primer lugar cual hacen de esos valores relevantes. Podemos ser solidarios, incluso podemos ser benevolentes, pero le aseguro que eso no afectara para nada al capitalismo o estilo de vida que ejemplariza los valores equivocados. Mi lucha se limita para con lo negro, que en ese mismo sistema solo tiene los derechos básicos de forma aleatoria, donde tu color es la base de tu destino, y donde todo intento de superación es castigado severamente por el poder, si ese mismo poder cual nos da valores equívocos. Creo necesario luchar por las causas plausibles, y cercanas como persona de raza negra. Muchos han conseguido derechos, estas décadas pasadas vemos como más y más colectivos reafirman sus derechos de igualdad etc. etc. Y es una paradoja porque piden derechos de igualdad cuando la igualdad entre hombres no existe. Creo necesario luchar primero por esos derechos, y si alguno se deprime por el camino que vaya a un psicólogo o psiquiatra, que para eso están, y si por casualidad no tienen la altura de miras para ver la sinrazón en la cual el sistema capitalista nos ha llevado, creo que será algo de su propia responsabilidad, es así que es diferente deprimirse por no tener tus 15 minutos de fama, que deprimirte por ser acosado o asesinado impunemente por el color de tu piel. Como vera la lucha es ardua, y es por varios frentes, le deseo la mayor de las suertes en su lucha contra la depresión, y un consejo le daría yo a esos deprimidos, “dejar de ver la televisión” y si es posible tirarlo por la ventana.