
En los museos solemos caminar demasiado rápido. La avalancha de estímulos nos impide detenernos y mirar con calma. Hace poco descubrí que llevaba conmigo, todos los días, una pintura inmensa sin haber reparado bien en ella. Estaba estampada en una bolsa que compré en el Guggenheim. Solo hoy, mientras esperaba en la puerta de una clase, me detuve a observarla.
Era Operários (1933), de Tarsila do Amaral. Una multitud de rostros obreros y obreras, de distintas etnias, con la fábrica detrás. Una imagen que en los años 30 retrataba la industrialización de Brasil, pero que hoy sigue interpelándonos. Porque la clase trabajadora existe, aunque ya no se reconozca como tal, y porque la estrategia sigue siendo la misma: enfrentar a unos con otros, ocultar que comparten un destino común.


Mirando la bolsa entendí algo más: lo importante que es visibilizar a las mujeres creadoras. Cuando se comercializan objetos con obras de arte hechas por mujeres, debería mostrarse también el rostro de la autora, su biografía, su historia. Porque hay demasiado que consumimos sin saber que fue hecho por mujeres, y muchísimo menos por mujeres negras. El nombre no basta si se pierde la persona detrás.
Y así, esta bolsa ha dejado de ser un simple objeto de consumo para convertirse en un objeto de reivindicación. Llevarla es llevar también un recordatorio de que en 1933 Tarsila ya estaba hablando de diversidad, de multiculturalidad, de la fuerza obrera que sostenía Brasil. Una mujer que en aquel tiempo puso en el centro lo que aún hoy nos cuesta reconocer.

Antoinette Torres Soler
Directora y Fundadora de Afroféminas
Lic. Filosofía. Máster en Comunicación de Empresa y Publicidad.
Cubana y española

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