El Día Internacional de las Mujeres despierta emociones ambivalentes en nosotras, las feministas gitanas. La Asociación de Mujeres Gitanas de Euskadi (AMUGE), participa con ilusión en la organización de la manifestación del 8 de marzo, dentro de la plataforma Bilbo Feminista Saretzen. Además, este año ha sido especial, porque nuestro coro, Gure Golé, ha preparado una versión flamenca del himno “Zutik, emakumeak”.
Pero lo cierto es que a la mayoría de las mujeres gitanas les cuesta participar en estas movilizaciones. La persecución histórica que ha sufrido nuestro pueblo nos ha llevado a interiorizar que, si protestamos, si ocupamos el espacio público, habrá un castigo por parte del sistema payo y racista. Esta memoria colectiva también se traduce en desesperanza, en pensar que corear lemas en las calles no va a servir para que haya cambios efectivos en nuestras vidas.
Con todo, queremos ser visibles también en el 8 de marzo, así como contribuir a que el movimiento feminista incluya el antirracismo en su discurso y en sus prácticas. Esto exige conocer cuáles son las realidades específicas de las mujeres racializadas y, en concreto, de las mujeres gitanas.
El feminismo dialógico que practicamos es crítico con la asunción de un sujeto “mujer” universal. El movimiento feminista de Euskal Herria comparte esa vocación interseccional, pero resulta inevitable que, en la práctica, nuestro rol se limite a acompañar a las feministas blancas en sus demandas, aportando alguna pincelada gitana a temas que no coinciden con nuestras prioridades políticas ni con nuestras urgencias vitales.
Este año, Bilbo Feminista Saretzen ha centrado su comunicado en la defensa de un sistema público de cuidados. Obviamente, las feministas gitanas entendemos la importancia de exigir que se garantice el derecho de todas las personas a ser cuidadas y los derechos de las trabajadoras dedicadas a los cuidados (un sector atravesado por las relaciones de poder sexistas, clasistas y racistas). Cuestionamos los roles de género impuestos y la obligación histórica de las mujeres a cuidar. Además, estas reivindicaciones nos han servido como pretexto para conocer distintos postulados feministas sobre cuidados y para debatirlos dentro de Amuge. Pero, dado que muchos de los análisis y de las demandas recogidas en el comunicado no se corresponden con la realidad de las mujeres gitanas, nos ha parecido importante contar cómo entendemos y vivimos nosotras los cuidados.
Nuestras familias siguen siendo extensas, por lo que no nos sentimos afectadas por la crisis de cuidados a la que se refiere la economía feminista. Cuando alguien está enfermo, sostenemos a toda su familia, para que no se vea sobrecargada ni sola. Además, el respeto a las personas mayores (a las que nombramos como Tías y Tíos) es uno de los valores prioritarios en la cultura gitana; su reconocimiento y valor social aumenta con la edad. Por ello, nos resulta muy chocante la situación de soledad o de desamparo en la que se pueden encontrar personas mayores no gitanas. Cuando nuestras madres o padres ya no tienen autonomía para vivir solos, lo habitual es que se vengan a vivir a alguna de nuestras casas; o bien que el hermano o hermana más joven o sin casa propia se mude con ellos.
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Una diferencia respecto a las familias payas es que nos repartimos el cuidado a las personas mayores y dependientes en función del sexo: las mujeres cuidamos a nuestras madres, abuelas o tías, y los hombres son los responsables del cuidado de sus familiares varones. Puede resultar sorprendente, pero esos hombres que el antigitanismo de género caricaturiza como patriarcas machistas han crecido teniendo claro que cuidar a los ancianos de su familia es una responsabilidad y un orgullo.
En consecuencia, reclamamos recursos públicos gratuitos y de calidad para atender a las personas ancianas o en situación de dependencia, pero lo cierto es que no hay apenas gitanas ni gitanos viviendo en residencias. Los centros de día y el servicio de ayuda a domicilio son también poco utilizados, salvo cuando se trata de personas con necesidades especiales (alzhéimer, demencia, discapacidad intelectual…) o cuando todos los miembros de la familia trabajan fuera de casa.
En cuanto a las mujeres mayores, una de nuestras principales reivindicaciones es acabar con una discriminación específica que las empobrece: se les deniega la pensión de viudedad, porque el Estado no reconoce validez civil al matrimonio gitano. Además, la práctica totalidad de mujeres gitanas mayores de 65 años cobra una pensión no contributiva, porque no han tenido acceso al mercado laboral; las que han trabajado fuera de casa, lo han hecho en la economía informal o por cuenta propia.
Y es que, mientras que el racismo institucional y social impone a muchas mujeres migradas el trabajo del hogar o de cuidados como una de las pocas salidas laborales, esas no son opciones para nosotras, porque hemos interiorizado que, debido al antigitanismo imperante, nadie metería a una gitana en su casa. Una de las pocas mujeres que conocemos en Amuge que ha trabajado cuidando a personas mayores fue despedida en cuanto la familia supo que era gitana.
También es distinta la forma de vivir los cuidados a la primera infancia. Apoyamos la demanda de gratuidad de las guarderías, pero la mayoría de familias gitanas no recurren a ellas. Por ello, nos parece urgente que se garantice un permiso por nacimiento universal durante al menos un año. Sabemos que esta cuestión ha suscitado fuertes debates intrafeministas (por considerar que profundizaría la división sexista de los cuidados), pero defendemos que las mujeres que decidan cuidar de forma intensiva tengan apoyos económicos y legales y que las ayudas para la crianza dejen de excluir a quienes no cotizan. Al mismo tiempo, la corresponsabilidad en la crianza es uno de los temas que están trabajando los hombres gitanos que participan en nuestro grupo de masculinidades.
En Amuge defendemos un feminismo que tiene que ser, necesariamente, antirracista y anticapitalista. En ese sentido, reclamamos un sistema público de cuidados que no sólo respete la diversidad cultural, sino que tenga en cuenta la diversidad de circunstancias y necesidades de las familias que habitan Euskal Herria. Pero, además, creemos que el sistema público de cuidados que imagine el feminismo no debería pivotar únicamente sobre la externalización. Reclamamos figuras profesionales de gestión pública para quienes necesiten o elijan recurrir a ellas, pero abogamos también por explorar alternativas comunitarias. Tal vez se pueda aprender algo de los valores y la cosmovisión del pueblo gitano en esa apuesta ecofeminista por poner la vida en el centro.
Tamara Clavería
Responsable de Amuge
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Me ha gustado mucho aprender al leer esto y ver lo necesario que estas necesidades y reivindicaciones se visibilicen, dialoguen e integren en la agenda feminista, gracias por escribirlo