Analizar el documental estilo serie limitada High on the hog o “A pedir de boca” es esencial para entender lo relevante que es crear múltiples espacios para la mirada afrocentrada. ¿Quién no está familiarizado con programas de televisión cuyo presentador es un chef viajero? Por lo general, esta narrativa de viaje culinario está acompañada por un hombre blanco de mediana edad; hemos visto diversos paisajes gastronómicos de la mano de figuras como Anthony Bourdain, Andrew Zimmern, Adam Richman, Guy Fieri o Philip Rosenthal. Las miradas que atraviesan esos viajes, esos platos y esas historias tienen perspectivas similares y, en varias ocasiones, son miradas de tradición eurocentrada, capitalista o neocolonial. No obstante, el esfuerzo que hizo el director de High on the hog, Roger Ross Williams, por darle un enfoque exclusivamente afro merece una venia, en especial por el magistral resultado.
Este documental nos muestra la influencia de la diáspora africana en la cocina estadounidense y, también, resalta cómo es que el legado de la cocina afroamericana ha sido históricamente invisibilizado, menospreciado o blanqueado (whitewashing). Si bien este documental se concentra en lo que ocurre en Estados Unidos, vale la pena destacar el cómo se realizó para cualquier persona afro del Planeta. Esta producción tiene una característica importantísima: fue hecha, en su gran mayoría, por personas negras. No recae solo sobre la representatividad, mostrar a Stephen Satterfiel un escritor culinario y productor afromericano; sino también quienes manejaron las cámaras, las luces, el sonido; las personas que invirtieron en el proyecto, quienes lo investigaron, la autora en la que basaron la serie, Jessica B Harris, y el director, por supuesto; todas personas afrodescendientes.
Podemos deducir que es gracias a la conformación de este equipo que terminamos viendo un documental sensible, respetuoso y diverso sobre la gran influencia de África en la cocina estadounidense. El documental reconoce la gran raíz de dicha influencia y por eso comienza en Benin. Satterfiel emprende la tarea de encontrar alimentos que sean comunes tanto en Benin como en su país, hace un recorrido a la ciudad de Oidah, puerto por el que salieron millones de personas esclavizadas, y aprende sobre platos pre-coloniales. No es gratuito que esta producción se acerque a estos temas con entusiasmo y verdadera fascinación por los descubrimientos culinarios, históricos y hasta antropológicos que van hallando en el recorrido; no vemos ese insufrible complejo de salvador blanco en ningún momento. Además, el episodio en Benin también exalta una pregunta que muchas personas negras nos hacemos: ¿por qué los platos africanos no alcanzan la fama mundial que alcanzan otras cocinas (como la cocina francesa o la cocina japonesa)? Una respuesta que solo se insinúa: por la mentalidad colonial.
El documental hace un paralelo entre puertos, ahora desde el otro lado del océano, por esto llegamos a Charleston, puerto que recibió a millones de personas que venían de África ya esclavizadas. Podemos aventurarnos a afirmar que cuando se trata de este período de la historia de la humanidad nos encontramos, por lo general, con material amarillista o lastimero. Sin embargo, lo que este programa resalta es el espíritu inventivo de las personas que pese a todos los vejámenes que estaban padeciendo, se dieron la oportunidad de crear y transmitir sus conocimientos de generación en generación, saberes culinarios que aún hoy sobreviven. No es la esclavitud el centro de la conversación; sino la cocina que se gestó en un espacio tan hóstil y, áun más, que ha sobrevivido hasta nuestros días.
Por último, cabe resaltar que la mirada afrocentrada está puesta, de forma maravillosa, en la diversidad de las experiencias afroamericanas. A diferencia de los productos culturales hegemónicos con los que nos topamos constantemente, este documental se encarga de mostrar una perspectiva más redonda de lo que es la experiencia negra. Así como vemos qué pasó con la comida que crearon las personas esclavizadas, vemos también opulentos platos de personas afroamericanas que estuvieron en posiciones de priviliegio. La experiencia negra no es un monolito en ningún lugar del mundo, en ningún momento histórico. Por lo tanto, la mirada afrocentrada muestra que sí hay un espectro. Por ejemplo, en el documental también se habla de como el negocio del catering que fue inventado y manejado por una familia afro a mediados del siglo XIX que vivía en libertad en Filadelfia. También nos habla de un empresario negro llamado Thomas Downing, un especialista en ostras que vivió en 1800 en la ciudad de Nueva York, donde además de manejar un negocio -con una clientela predominamentemente blanca-, ayudó a centenares de personas esclavizadas a huir o esconderse mientras viajaban en busca de su libertad. Hoy el chef Omar Tate trae su legado a la mesa con su proyecto The Honeysuckle.
La determinación es una de las características que más se resalta de la influencia afro en la historia de la cocina estadounidense. La misma determinación que le ha servido a la diáspora africana como aliada en los miles de rincones del mundo donde estamos, somos y creamos con o sin circunstancias adversas. Para terminar les invito a que vean este documental, creo que mi reseña no le podría hacer justicia suficiente y les dejo esta frase de Satterfiel: “hay pocas cosas más importantes para mi que mantenerme conectado a mis raíces, porque así es como nos aseguramos que la Historia no nos olvide.”
Carolina Rodríguez Mayo
Egresada de Literatura con opción en Filosófia de la Universidad de los Andes. Especialista en Comunicación Multimedia de la Universidad Sergio Arboleda. Colombiana de Bogotá. Feminista interseccional y defensora de las preguntas como primer paso al conocimiento. Escribir poesía es lo único que me reconforta. Todo lo demás que escribo es una invitación al diálogo. Viajera, fashionista, cinéfila y amante de la buena comida.
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Es una de las reseñas más interesantes, diferentes y que me transportaron a mi realidad como mujer negra que soy. La comida ancestral hace honor a nuestras raíces al amor por lo propio. A esa diversidad de sabores, texturas y colores que puedes saborear y mirar en un plato. Ya mismo miraré ese documental qen el cual escribes tan maravillosamente.