En las últimas décadas ha habido un cambio radical en la idiosincrasia de los movimientos sociales, las décadas de los 60s y 70s que se caracterizaron por procesos de lucha y resistencia transformadores han sido coaptados por las lógicas neoliberales basadas en la falsa idea de la meritocracia y la responsabilidad individual. Situándonos en un contexto geopolítico estadounidense, es interesante observar cómo estos dispositivos no sólo se han infiltrado en el feminismo, las luchas antirracistas y el colectivo LGBT+ sino que se han convertido en la hegemonía. Cada vez más apartados de la búsqueda de una justicia social, sus métodos encausan una emancipación fraudulenta que sólo beneficia a las personas más privilegiadas dentro de esa comunidad, mientras quienes escapan de otras matrices normativas y se ven oprimides por distintas estructuras, quedan relegades a esa extrema condición de vulnerabilidad y aúnan sus esfuerzos en una liberación que no es la suya.
El concepto Neoliberalismo Progresista explica muy bien esta cuestión, desarrollado por la filósofa estadounidense Nancy Freaser, busca comprender lo que fue el ascenso al poder de la extrema derecha con Donald Trump, a partir de un tipo específico de votantes (varones blancos y heterosexuales) que fueron abandonados por los últimos gobiernos demócratas mediante una alianza entre el empresariado, las personas de clase media y los movimientos sociales, puntualmente el feminismo, el antirracismo y el movimiento de gays y lesbianas. La justicia social por su lado, fue el motor de la mayoría de movimientos de liberación que antecedieron el neoliberalismo, basándose en sus tres dimensiones complejas (distribución de recursos materiales, reconocimiento y representación) las personas racializadas, las mujeres y las disidencias sexo genéricas en los 60s y 70s centralizaron su atención en el problema de la redistribución, concentrada posteriormente a través de políticas identitarias en el sitio del no reconocimiento que reducidas en un único eje de la identidad, acabaron hiperprecarizando a las mujeres, las personas no blancas y los gays y las lesbianas más marginades.
A través de una focalización excesiva en el reclamo de determinados derechos, se aumentó la brecha entre ricos y pobres y se benefició a las personas más privilegiadas dentro de estos colectivos, pues las medidas jurídicas obtenidas por estos grupos se concentraron solamente en el género, la orientación sexual o la raza pues no se articularon estas variables, encaminando las estrategias colectivas a pensar a les sujetes oprimides de modo unidimensional y no desde múltiples vértices. Como menciona la filósofa y politóloga estadounidense Wendy Brown “aparecemos en la ley, en los tribunales y en las políticas públicas como mujeres (indiferenciadas) o como económicamente desposeídas, o como lesbianas, o como estigmatizadas racialmente, pero nunca como los sujetos complejos, compuestos e internamente diversos que somos”. Es por esto que las políticas identitarias son funcionales al neoliberalismo y al paradigma de la meritocracia, persiguiendo la idea de que las posiciones jerárquicas son alcanzadas exclusivamente desde el esfuerzo individual y un espíritu competitivo, las leyes antidiscriminatorias o medidas de discriminación positiva como veremos más adelante, parecen suficientes para romper con las barreras institucionales que segregan a cierto tipo de individues pensades desde un solo lugar de su identidad. La idea de que las personas escalan posiciones únicamente a partir de su mérito, rechaza el privilegio que tienen determinados cuerpos a partir de cierto origen social, la acumulación histórica de la riqueza y las relaciones sociales. En este sentido, hacer reformas como este tipo de leyes, lejos de perseguir una verdadera transformación social, sirve como paliativos para perpetuar esta desigualdad característica del capitalismo.
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El feminismo, el movimiento de gays y lesbianas y las luchas antirracistas fueron sin duda algunos de los sectores más aliados a este tipo de dispositivos neoliberales, no sólo desde el paradigma de la meritocracia sino desde un corporativismo en los movimientos, a través de la subrogación sistemática de organizaciones horizontales con activistas no profesionales por instituciones jerárquicas conducidas por empresaries y polítiques, además de la sustitución de medidas de resistencia como la ocupación disruptiva del espacio público (la marcha de Selma a Montgomery en 1965 encabezada por Martin Luther King, líder del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos, los disturbios de Stonewall, recordados como la revuelta que dio lugar al movimiento moderno por los derechos de las personas queer o las manifestaciones en 1968 lideradas por referentes del feminismo radical, No more Miss America, en contra de un concurso que consideraban sexista y racista) por slogans publicitarios como #lovesislove, el empoderamiento femenino o la noción neoliberal de querer es poder.
La idea del empoderamiento femenino, beneficia a un sector en particular de la heterogeneidad de este colectivo. El estereotipo evolucionado de una mujer liberada por las cadenas del machismo sólo funciona para quienes están encadenadas únicamente al sistema sexo género jerarquizado y en otros ejes identitarios como la raza/etnia, la clase, la capacidad, la religión, la orientación sexual están completamente liberadas y gozan de los privilegios que les permite estar desde ese lugar. La idea de la mujer empoderada es funcional a una experiencia única de mujer, la experiencia blanca, occidental y heterosexual y a partir del reconocimiento de esa única subjetividad posible, la emancipación pueda darse de hecho, a costa de la sujeción de otras mujeres. Este modelo implica un paso de lo privado a lo público, centra gran parte de la liberación “femenina” en el acceso a cierto tipo de trabajo remunerado y en el abandono de las tareas de cuidado propias de lo doméstico, relegando sin embargo este trabajo a otras mujeres en una condición diferencial de precariedad. En ningún momento hay un cuestionamiento radical por la estructura dicotómica entre lo público y lo privado y aunque no se cuestiona su generización si se cuestiona la jerarquía. La mujer empoderada perpetúa estas estructuras binarias pero no se cuestiona por ellas, en tanto sus privilegios excluyentes al género, le permiten salir de ese lugar. La mayor parte de arquetipos profesionales sobre el empoderamiento femenino, están relacionados con trabajos empresariales o cargos políticos con determinadas jerarquías. Las medidas como la paridad en las listas o los problemas del techo de cristal son exclusivos de estas mujeres privilegiadas, descuidando que muchas otras, ni siquiera pueden aspirar a uno de estos cargos laborales pues hay otras condiciones estructurales, ajenas al género como la clase, que imposibilitan siquiera su acceso a la universidad.
En el caso del movimiento de gays y lesbianas sucede algo similar; las luchas de los 70s y los movimientos de resistencia queer de la época concentrados en contrariar la brutalidad policial, desmilitarizar la sociedad y reclamar un espacio público sexual queer fueron suplantados por medidas jurídicas que permitieran la inclusión a estas instituciones a través de la promoción de ciertas leyes y así, darle legitimidad a instituciones como el ejército o el matrimonio criticados al comienzo del movimiento. El reclamo por un espacio público sexual queer y la negación por parte de las personas gays, lesbianas, bisexuales y trans en los 70s a seguir la normatividad sexo afectiva característica de la heterosexualidad, se convirtió en un discurso de “normalización” de estas identidades a través de un estereotipo de las relaciones homosexuales, bajo los mismos patrones regulados socialmente afines con la heterosexualidad como la monogamia o el matrimonio. El matrimonio igualitario se convirtió en la lucha jurídica más importante del movimiento de gays y lesbianas a nivel mundial desde la década de los 2000s, alegando derechos civiles como la herencia o la residencia para regular el status migratorio a través de la ciudadanía del cónyuge del mismo género y el matrimonio igualitario se convirtió en un mecanismo jurídico que beneficiaba a los gays y las lesbianas más privilegiadas; en palabras de Dean Spade, profesor universitario y activista trans, “casarse parece beneficiar en primera instancia a aquellas personas cuyos privilegios de raza/etnia, clase, inmigración y capacidad permitirán incrementar su bienestar, incorporándose al estatus de relaciones privilegiadas del gobierno” . Además, los movimientos de base característicos de los 70s, pasaron a ser estructuras verticales dirigidas por los gays y las lesbianas más privilegiadxs donde identidades como la de Marsha P. Johnson (mujer trans negra y veterana de los disturbios de Stonewall) o la de su compañera Sylvia Rivera (mujer trans latina, de ascendencia puertorriqueña y venezolana) quienes no sólo se consolidaron como íconos del movimiento LGBT+ sino además crearon STAR, un grupo dedicado a ayudar a travestis y mujeres trans en situación de calle, difícilmente tendrían lugar en las organizaciones actuales donde sus representantes están atravesades por su orientación sexual homosexual y en otros aspectos como la raza/etnia, la clase, el nivel educativo o la identidad de género son privilegiades.
En el caso de los movimientos antirracistas el discurso neoliberal está fuertemente atravesado por la idea de la meritocracia. Al haber mayor representatividad de personas afrodescendientes en espacios como la política, los medios o las altas gerencias presupone una idea de igualdad de oportunidades y de la variable étnico-racial como algo que quedó en el pasado y que hoy en día no es impedimento para el tan anhelado ascenso social. Hitos históricos como la llegada de Barack Obama a la casa blanca, primer presidente afroestadounidense de la historia, sostienen esta tesis. Sin embargo, la persecución policial y la violencia represiva hacia las personas negras no se detuvieron en sus dos mandatos. Además, las leyes antidiscriminación que ven el ataque a personas racializadas como hechos aislados, perpetuados por sujetos malvados y no como agresiones legitimadas por un sistema estructural que es el racismo legitiman lo que Alan David Freeman, abogado afroestadounidense, llama la perspectiva del perpetrador ¨la atención se centra más en lo que ciertos perpetradores en particular han hecho o están haciendo a ciertas víctimas, y no tanto en la situación general de la vida de la clase a la que pertenece la víctima”. Desde este punto de vista que no considera el racismo como una cuestión estructural e institucional es imposible entender movimientos como #BlackLivesMatter (que surge en las redes sociales tras la absolución del asesinato en manos de un policía blanco a un adolescente negro desarmado) que aunque nace tras la indignación de un delito que cumple con las características para ser validado como crimen de odio, entiende que si hay una violencia sistemática hacia les jóvenes negres no es porque hayan sujetes perverses que lean sus vidas como desechables, sino porque hay una estructura que legitima que ciertos cuerpos tengan valor y otros no. #BlackLivesMatter entiende la precariedad de las vidas negras, hace un llamado a que sean reconocidas, en palabras de Judith Butler significa apreciar las vidas negras, como vidas que merecen ser lloradas, vidas dignas de duelo.
Asimismo, la perspectiva jurídica del perpetrador, vigente en las leyes antidiscriminatorias y en la identificación de delitos de odio, imposibilita denunciar actos racistas mucho más implícitos, como el no permitir que personas negras utilicen su cabello o peinados propios de su cultura en espacios de trabajo pues entiende el racismo no como una cuestión estructural sino como un problema de personas malas que atacan a otras, legitimando tácitamente la idea de igualdad de oportunidades, base del paradigma liberal de la meritocracia pues supone que sin esos individuos malvados se restablecerá el orden natural de la igualdad de oportunidades donde todes sin distinción de género, raza/etnia, clase, etc., podremos competir. En 2009, tras asumir su primera presidencia, Obama dio un discurso en el centenario de la NAACP (Asociación Nacional para el progreso de la gente de color) formada en 1909 en busca de la justicia étnico racial para les afroestadounidenses. Vinculada con el movimiento por los derechos civiles, a partir de los 2000s se encargó de cuestiones relacionadas con discriminación étnico-racial, garantizar la igualdad política, educativa, social y económica no sólo para las personas negras sino para las personas racializadas y lo interesante del discurso de Obama es como éste, está atravesado transversalmente por el paradigma de la meritocracia, tras su reciente posicionamiento como presidente, hay una reiteración del ser negre como un eje más dentro de la identidad que no reafirma del lado del privilegio, pero tampoco de la opresión. En uno de los fragmentos de su discurso afirma: “[… si son afroamericanes, las probabilidades de crecer en medio del crimen y las pandillas son mayores, (…) pero esa no es una razón para renunciar a su educación y abandonar la escuela. Nadie ha escrito tu destino para ti. Tu destino está en tus manos y no lo olvides.]” (Obama, B., 2009, p. 5). En los discursos antirracistas, así como en el feminismo y en el movimiento LGBT+ la lógica de la igualdad de oportunidades toma la batuta y se posiciona como la hegemonía, proyectos radicales por una transformación en las condiciones de existencia de la población negra como los 10 puntos de las Black Panthers, quienes no sólo se denominaban antirracistas sino antifascistas, anticapitalistas y antiimperialistas, fueron suplidos por políticas identitarias y medidas jurídicas que apenas funcionan como paliativos a los problemas elementales de la comunidad.
Centrar todos los esfuerzos de los movimientos sociales en políticas públicas o cambios jurídicos tomando un único eje de sujeción, lejos de construir la utopía de la igualdad de oportunidades, margina a los cuerpos que son atravesados por múltiples estructuras de opresión, negando cómo las dinámicas sociales son mucho más complejas y cómo estos sistemas que violentan, asesinan y vulneran estos cuerpos se retroalimentan y se sostienen entre si.
Alejandra Pretel
Afrocolombiana radicada en Argentina. Estudiante de filosofía en la Universidad de Buenos Aires y estudiante de la Especialización en Estudios Afrolatinoamericanos y caribeños de CLACSO. Militante afrofeminista, lesbiana y antirracista.
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