Si existe una palabra para describir a Bachir Samb es resiliencia. Samb nació en Las Palmas de Gran Canaria y, desde muy pequeño, tuvo el arte corriendo por sus venas: actor, cantante y escritor con tan solo 24 años, lucha por hacerse un hueco en el mundo artístico.
Poco tiempo después de su nacimiento, la separación de sus padres lo llevó a vivir con Adelina, una mujer canaria a la que Samb considera su “mami”. Pero, con ocho años, su madre biológica lo envió a Senegal –tierra natal de sus progenitores– para cuidar a su abuela enferma. La estancia que iba a ser de tres meses se convirtió en 14 años, tiempo en el que Bachir nunca se olvidó a Adelina. Por ello, cuando era un adolescente decidió relatar por escrito todo lo que estaba viviendo, para que su segunda madre fuera la destinataria. Una carta a Adelina es su primera obra, que salió a la venta el pasado mes de marzo y donde Samb recoge más de una década de vivencias, tanto buenas como malas, en un país totalmente diferente a lo que había conocido. Una misiva en forma de libro que no solo es un largo mensaje para Adelina, sino para todo el que quiera tener una visión más cercana a lo que es verdaderamente Senegal.
Te defines como actor, cantante y escritor. La parte de la actuación era tu sueño desde los seis años. ¿Cómo surgió esta vocación?
Pues empezó desde muy chiquitito en Las Palmas de Gran Canaria, cuando vivía allí con Adelina y sus hijos. Siempre al llegar de la escuela prefería quedarme en casa viendo una serie o una película en vez de salir a jugar con amigos o ir a la playa. Me pasaba algo curioso, y es que cada vez que veía una película de Will Smith no sabía quién era él o cómo se llamaba, pero lo reconocía y pensaba: “Quiero ser como él, de mayor quiero hacer todo lo que hace”. Y así fue como me di cuenta de que quería dedicarme a esto.
Explorando ahora la faceta de escritor, el libro recoge tus vivencias en Senegal a donde te fuiste con ocho años para cuidar de tu abuela. En él tocas temas como lo que significa aprender otro idioma desde cero, convertirte a la religión musulmana o la circuncisión. Entre todo lo que viviste en esos 14 años, ¿qué dirías que fue lo más duro?
Diría la circuncisión. Esto era algo que yo desconocía y no me dijeron lo que me iban a hacer hasta que estuve en el sitio a punto de pasarlo. Recuerdo que estaba jugando con amigos y me dijeron que me llamaba Adelina. Cuando me decían eso, yo dejaba todo lo que estaba haciendo y me iba corriendo hacia el teléfono para poder hablar con mi mami y hacerle mil preguntas sobre cómo iba todo por Canarias. Pero al ir al teléfono ese día y cogerlo, no había nadie al otro lado. Entonces llegaron dos señores, cada uno me cogió por una de las manos y me subieron a la mesa. Yo solo podía pensar: “¿Qué está pasando aquí?”. De repente uno de ellos me bajó el pantalón y el otro cogió las tijeras.
Sí que fue duro…
Sí. Pero me han dicho que tuve suerte, porque hay otras ciudades de Senegal donde a los jóvenes a los que se les hace se les lleva a un bosque y se realiza con una espada. Así que fui afortunado porque fuera con unas tijeras. Fue difícil cuando ocurrió, pero después, poco a poco fue desapareciendo el dolor gracias a las instrucciones del médico.
Viviste muchas cosas que se supone que un niño de tu edad no debería vivir. ¿Crees que todo este proceso te ha hecho madurar antes de tiempo?
Sí, me ha hecho madurar muchísimo. El tener que subirme solo y con ocho años a un avión para ir al continente africano, del que solo había visto imágenes estereotipadas por los medios, me ha marcado y hasta día de hoy, me sigue marcando. Me considero bastante adulto. También es verdad que cuando vivía con Adelina ella me impuso unas normas y una educación que, al aplicarlas en Senegal, me permitieron salir adelante. Y hoy en día también me siguen influyendo.
Hay que decir que también contribuyó que cuando estuve allí empecé a trabajar con once años. Ayudé a mi abuela con su tienda: hacía los inventarios y hablaba con los clientes. Después de eso trabajé de obrero, de guía turístico –aprovechando que casi nadie hablaba español–, profesor… Ahora mismo tengo 24 años y puedo decir que hablo cinco idiomas y he desarrollado once profesiones distintas. Y siendo actor uno puede hacer cualquier profesión, así que diría que me quedan muchas más.
Está claro que entonces ha habido cosas buenas. ¿Qué dirías que es lo mejor que te dio Senegal?
Poder disfrutar de vivir una experiencia por mí mismo y que esa experiencia no sea la versión en la que creía de pequeño sobre que África era hambre, podredumbre y guerras. Cuando estaba allí y Adelina me llamaba, la primera pregunta que me hacía siempre era “¿Tienes hambre?”, y yo le contestaba sorprendido que no. Luego, me cuestionaba si había guerras. “No, no hay guerras, mami, ¿de qué me estás hablando?”, le respondía yo, que estaba más preocupado por hacer amigos, aprender el idioma y poder salir adelante.
Por eso creo que lo mejor que me ha dado es el poder vivir cosas en primera persona, tanto buenas como malas. Pero según mi visión, no desde las cosas que me habían contado antes y que no encontré cuando llegué a Senegal. Ha sido un descubrimiento total.
Esta desinformación que existe en España sobre África la mencionas en el libro, haciendo que no sea solo una carta a Adelina sino al mundo. ¿Tienes el objetivo de que la obra ayude a luchar contra esa visión mitificada del continente?
Totalmente. Escribí el libro para contarle a Adelina lo que viví, pero también con la idea de que el resto de gente sepa lo que uno ve cuando está allí. Cómo es la realidad. Por ejemplo, cuando se habla de Nueva York, los medios te muestran Manhattan, Central Park o Times Square, no te enseñan el Bronx ni Brooklyn. En París lo mismo: ves la Torre Eiffel, los Campos Elíseos, el Mouling Rouge, pero no la parte pobre… Entonces yo he querido hacer esto, pero al contrario. Quería mostrar Senegal y Dakar (ya que vivía en un pueblo cercano a la capital) como verdaderamente es. Un lugar donde viví cosas buenas y malas, como en cualquier otro sitio, y que tiene cultura, lugares bonitos, religión… No todo es lo que parece. Hay que ir, probar y dar la oportunidad de conocer antes de decir “allí solo hay guerra y pobreza”.
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¿Te gustaría volver a vivir allí?
Sí. Ahora mismo me estoy formando como actor y trabajando como actor, cantante y escritor, pero tengo proyectos futuros allí.
¿Algo que se pueda adelantar?
Mmmm… (risas). Tengo algunas ideas, pero son para más adelante.
“Haber vivido en Senegal me ha permitido saber de dónde vengo, a dónde quiero ir y cuáles son mis objetivos”
¿Alguna vez has culpado a tu madre por haberte mandado a Senegal “rompiendo” con la vida que tenías aquí y forzándote empezar de cero?
La verdad es que no. Al principio, me costó. Cinco rezos al día, comidas totalmente diferentes, ya que yo en Canarias estaba acostumbrado a primeros platos, segundos y postres y los fines de semana ir a Agaete (Gran Canaria) a comer paella. Por eso le decía a mi madre que me quería ir. Pero luego fui avanzando y adaptándome. Esta primera parte de Una carta a Adelina recoge este proceso de adaptación y en la segunda cuento lo que me ocurrió una vez que estaba integrado en el país. Pero no la culpo por lo que te comentaba antes: haber vivido en Senegal me ha permitido saber de dónde vengo, a dónde quiero ir y cuáles son mis objetivos.
También has comentado en alguna entrevista que aquí muchos te tachaban de extranjero por tu piel negra y en Senegal, otros te decían lo mismo por haber nacido en Canarias. ¿Cómo fue sobrellevar el hecho de no ser ni de aquí ni de allí para el niño que eras en ese entonces?
Fue muy difícil, tuve episodios de ansiedad cuando era más pequeño. En Canarias solo hice el primer curso de la escuela. Tenía amigos, pero siempre había algún niño que te llamaba negro, te señalaba o te excluía de un modo u otro. Luego, al llegar a Senegal, ocurría lo mismo. Cuando un negro está en Europa, al ser un clima diferente, la tez la tiene más clara. En Senegal, al haber más sol, tienen una tez más oscura. Por ello, cuando veían mi piel, mi forma de actuar o mi acento sabían que yo no era de allí. En la escuela, me pasaba que me decían que era europeo (risas).
El hecho de que en España me dijeran “no eres de aquí” y en Senegal “eres de allí” me llevó a pensar en cómo actuar para encajar en los dos lados, intentando todo el rato ser como la gente con la que me rodeaba. Pero al final era una actuación, yo no era esa persona, por lo que se me hacía más complicado. Pasé mucho tiempo buscando cómo hacer para que me aceptaran. Hasta que un día me senté y me di cuenta de que solo iba a poder seguir adelante si asumía algo: soy de ambos lados.
Y esto es lo que me ayudó a avanzar. Por ejemplo, en Madrid, a donde me mudé hace un año y pico me pasaba que, al entrar a alguna tienda de Gran Vía me hablaban en inglés. Al principio les contestaba muy enfadado, pero con el tiempo lo aproveché a mi favor. Les empecé a responder en un inglés con acento muy marcado que no llegaban a comprender. Así se dieron cuenta de que era absurdo dar por hecho de que no hablaba español.
Volviste en 2019 a Gran Canaria. Para ese entonces, Adelina ya había fallecido. ¿Fue ahí cuando se te ocurrió la idea de escribirle el libro o la tenías de antes?
La idea del libro empezó cuando tenía 14 años y estaba en Senegal, al estar pasando por una mala racha. Me pasaba que, al no vivir con mis padres en Senegal ni en Canarias –donde estaba con Adelina–, me costaba hablar de mí y de mis sentimientos. Por eso decidí escribir un libro, para contar la experiencia de haber sido yo el que se fue de Canarias a Senegal y no al revés, como hacía mucha gente que veía cuando estaba en Gran Canaria.
Empecé a escribirlo como una especie de diario, contando lo que me pasaba en hojas sueltas y en francés, que guardaba en un cajón. El problema es que vivía con mis primos, tíos, abuela…, por lo que pensaba que alguien podría leer esas páginas y enfadarse, así que lo dejé. Además, tenía catorce años, por lo que pensaba que estaba perdiendo el tiempo en escribir mientras mis amigos estaban por ahí haciendo cosas… “Estoy haciendo cosas de mayores que no me corresponden”, me decía. Por eso terminé rompiendo lo que había escrito, pero sabiendo que no iba a parar el proyecto, sino que sería un “hasta luego”.
Y fue este año durante el confinamiento cuando lo retomé. Estuve haciendo muchos ejercicios de cámara y de canto. Y cuando me cansé, pensé en qué podía hacer para no “enfriarme” como artista, lo que me llevó a volver al libro. Empecé un par de días organizando mis ideas hasta que me puse a escribir y funcionó, así que seguí haciéndolo durante cuatro meses… Hasta que terminé la primera parte.
¿Desde el principio tuviste la idea de que fuera dedicado a Adelina?
Sí. Es verdad que antes del título final, tenía otras ideas como llamarlo El poder de los sueños o El poder del recuerdo, ya que estaba escribiendo con 23 años algo que me pasó a los ocho. Pero cuando recordé todas las llamadas de Adelina, pensé en por qué no hacer una carta a ella para explicarle la realidad que experimenté en primera persona. Por qué no una carta a Adelina, pero también abierta a todo el mundo que quiera saber cómo es vivir allí.
¿Y qué diría Adelina si pudiera leerlo?
Pues creo que estaría orgullosa. Me diría: “Ah mira, pues ya yo no voy a ver la tele porque me estaban volviendo loca pensando si tenías hambre, si tenías lo otro…”. Creo que estaría muy contenta si pudiera leer lo que hay de verdad allí.
En una entrevista con Radio ECCA, comentaste que lo primero que sentiste al llegar a Senegal fue miedo por la arena, pero que al final, terminaste jugando con ella. ¿Puede ser esta una metáfora de tu paso por el país?
Si, podría ser. Es que imagínate. Yo vivía en Canarias con una familia española y solo veía arena en la playa. Cuando llegué en un taxi por la noche a un pueblo donde estaba todo oscuro y de repente, abrí la puerta y vi arena dije: “Yo de aquí no me bajo”. Encima no los entendía ni ellos me entendían… Luego llamaron a mi madre y me dijo que me bajara, que no me iba a pasar nada. “Están ahí todos en la arena y nadie se ha hundido”. Una semana después estaba jugando con la arena, haciendo castillos y poco a poco adaptándome. O sea que sí, podría reflejar un poco mi paso por Senegal.
Vayamos ahora a tu faceta de cantante. ¿De dónde surgió?
Quería ser actor a los seis, el libro lo empecé con catorce y lo de cantar me vino a los ocho. Como estaba solo en Senegal, me animaba a mí mismo cantando, para escapar un poco de esa sensación de soledad tras separarme de Adelina. No me daba cuenta, pero al final me iba saliendo natural: cantaba cada día. Y justo este año, probé a ir a unas clases de canto. El primer día que fui, la profesora me hizo cantar unas notas básicas. Luego notó que tenía una buena voz y me preguntó que dónde había estudiado canto. Le dije que nunca lo había estudiado, pero que sí cantaba bastante de pequeño. Entonces, intentó ver si llegaba a las notas más altas y lo conseguí, por lo que me recomendó que empezara a formarme e hiciera música. Ahí fue cuando me empecé a plantear el hacerlo profesional, ya que hasta entonces había cantado como forma terapéutica… Y funcionó.
El próximo mes saldrá el videoclip de Adelina, tu primer sencillo que completa de alguna forma el libro. ¿La idea de sacar esta canción como complemento de la obra fue prematura o se fue fraguando según lo escribías?
Cuando terminé esta primera parte sentía que me faltaba algo. Cogí la guitarra y estuve jugando un poco hasta que cuadré una melodía con frases que le diría ahora mismo a Adelina si la tuviera en frente. Así saqué la canción.
¿Si tuvieras que elegir entre la escritura, la música o la actuación con qué te quedarías?
Wow… Creo que no podría dejar alguna de las tres. Al actuar, estoy contando otras historias. Dejo de ser yo, mi cuerpo y mi voz a un personaje para que él transmita el mensaje. Al escribir, me desahogo. Algo que me cuesta decir, lo escribo. En Senegal, cuando me pasaba algo malo, cogía una hoja y escribía por qué estaba enfadado, terminando con un “Pero ahora voy a estar mejor” y la quemaba. Y gracias a eso, sentía que se me iba el dolor. Y con la música viajo, me lleva a otro nivel… No puedo elegir una.
Tienes 24 años, toda la vida por delante y unas ganas inmensas de hacerte valer dentro del mundo artístico. De proyectos ya hablamos antes, así que cuéntame qué sueños o metas tienes.
Me gustaría trabajar como actor en España, ya que estoy empezando aquí, pero también en Inglaterra, Francia o Estados Unidos. Mi música la puedo hacer desde donde esté porque yo la creo. Y la escritura también. De hecho, ahora mismo estoy traduciendo el libro para poder publicarlo en Francia y en Senegal. Esos son mis proyectos: más escritura, más música y sobre la actuación, probar en sitios diferentes para contar historias distintas. Plataformas como Netflix están intentando romper esos estereotipos que te llevan a, como negro, tener que representar siempre a delincuentes o víctimas. Pero quizá Francia, Inglaterra o Estados Unidos ya hayan pasado más esa fase, por eso me gustaría ir ahí.
Para terminar, ¿qué esperas del libro?
Me gustaría que llegara a bastante gente. Justamente ahora con lo que está pasando en Ceuta quizá mi historia pueda ayudar a entender un poco lo que hay, y que al igual que no todos los lugares son tan malos como se pintan, sí que hay personas que tienen que cruzar el mar para obtener una mejor vida. Y hay que darles la oportunidad de conocerlos, tratarlos y ayudarlos. Caminando juntos se puede lograr mucho, por lo que hay que romper con esa idea de tachar a un negro de determinadas cosas solo por ser negro. De que mañana cuando me suba al metro una señora agarre su bolso como si se lo fuera a coger… Antes de juzgar a una persona hay que empatizar. Y una vez que tengas una mínima información, ver qué hacer. Ojalá mi libro ayude a conseguirlo.
Nerea De Ara
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