martes, diciembre 3

Enseñar a transgredir. La educación como práctica de libertad

Se acaba de publicar la versión en español de Enseñar a transgredir, obra de bell hooks, que sitúa la enseñanza como herramienta de poder para cambiar las cosas y para conseguir que profesores y estudiantes sean realmente libres. La autora habla de una pedagogía comprometida hecha por y para la emoción e invita a los lectores a sumarse a esta concepción de la educación, más en tiempos como el actual, en que la masificación abarrota las aulas y la educación virtual, impuesta por la pandemia, deja fuera del sistema a numerosos colectivos.

Gloria Jean Watkins, más conocida por su nombre como escritora, bell hooks, revela su carácter transgresor desde la propia elección de su seudónimo, escrito en minúsculas para desafiar a la academia. Esta escritora, profesora y activista es hija de una ama de casa y un conserje de una comunidad negra segregada en el sur de Estados Unidos, lo cual ha determinado su desarrollo como estudiante, pero también como posterior docente. Y, según ella misma cuenta, lo importante no es su nombre ni la persona detrás de los libros, sino las reflexiones que estos contienen.

Hace tan solo unos días la editorial Capitán Swing sacaba a la venta la versión en español de Enseñar a transgredir, cuya publicación original data de 1994. Ahora la traduce para beneplácito de los lectores hispanos Marta Malo, que también escribe el prólogo del volumen. Para ella existen dos motivos fundamentales para traducir el libro. Uno es, precisamente, “resistir a ese simulacro llamado «educación online», donde la interacción humana queda infinitamente empobrecida”. El segundo tiene que ver con el concepto de libertad que debatimos en la actualidad, que parece basarse en el robo de la energía de otros para poder elegir entre un conjunto de posibilidades, negando al resto dicha capacidad de elección. “La libertad de la que habla bell hooks es crítica y desmantelamiento de todas las opresiones y solo puede ser común”, expone Malo.

Es este un libro hablado donde tiene mucha cabida el diálogo entre la propia autora y su alter ego, pero también con críticos a los que admira o con profesores y estudiantes a los que ha podido conocer y enseñar a lo largo de varias décadas. Pero también es un monólogo hacia ese gran público que no la conoce, pero quiere cambiar las cosas y lo quiere hacer a través del sistema educativo, ya que percibe la necesidad de transgredir los límites raciales, sexuales y de clase impuestos tradicionalmente. Al mismo tiempo que se trata la pedagogía, se entremezclan las historias, experiencias vitales y deseos de la propia autora, que dan cuenta de un concepto complejo que ella denomina pedagogía comprometida.

La escritora transmite su pasión por la docencia y por hacer de ella un instrumento político para cambiar el mundo, mediante una conexión con las emociones y sentimientos, y lo hace a través de una serie de 14 ensayos, que van desde lo más general, planteando qué es eso de enseñar a transgredir, hasta lo más concreto, señalando cómo se puede introducir el multiculturalismo, el pensamiento feminista o el erotismo en el proceso educativo. Se concibe el libro desde una crisis de la educación, pues se entiende que a menudo los estudiantes no quieren aprender ni los profesores enseñar y para ello proporciona bell hooks sus propias herramientas al servicio de los lectores. “El aula sigue siendo el espacio de posibilidad más radical del mundo universitario (…) Sumo mi voz al llamamiento colectivo por una renovación y por un rejuvenecimiento de nuestras prácticas docentes”, manifiesta en la introducción la autora como leimotiv de la publicación.

El primer apartado del volumen lleva por título “Enseñar a transgredir”, como introducción a la obra, y en él la autora hace un recorrido por las maestras negras que tuvo durante su infancia y cuáles eran para ella las posibilidades de las niñas negras de origen obrero en el sur de Estados Unidos a mediados del siglo XX. Esto es: casarse, servir en una casa o ser maestra de escuela. Por eso las educadoras tenían una labor imprescindible hacia los niños y las niñas negros, porque les ofrecían la posibilidad de conocer el alfabeto y las cuentas para que no tuvieran que depender de “personas racistas que las interpretaran por ti”. Creía ya desde entonces que la educación era un arma que aumentaba la capacidad de ser verdaderamente libres. Pero al llegar a la universidad las cosas cambiaron ligeramente porque hablando de mujeres, por ejemplo, solo hallaba féminas blancas enseñando. En esos años descubre, además, el trabajo del pensador Paulo Freire, que tanto le influirá a lo largo de su estudio de la pedagogía crítica, anticolonial y feminista. Finalmente, expone la crisis a la que debió enfrentarse cuando la contratan en el departamento de inglés del Oberlin College, cuando soñaba con ser escritora y no educadora, pero gracias a lo cual acumuló dos décadas de experiencia docente que ha podido plasmar en su obra.

Para bell hooks, el aula debía ser un lugar emocionante, no aburrido, común para aprendices y docentes que trabajan de forma colectiva para crear y sostener una comunidad de aprendizaje. Pero no es sencillo aceptar que los participantes en este proceso apuesten por esta transgresión, ya que, según comenta la autora, muchos estudiantes se asustaban con la idea inicialmente.

El siguiente capítulo, el primer ensayo como tal, lleva por nombre “Pedagogía comprometida” y en él expone de manera directa ese sentir de la educación como práctica de libertad que “cualquiera puede aprender”. “Las y los profesores que reciban con los brazos abiertos el desafío de la autorrealización serán más capaces de crear prácticas pedagógicas que impliquen al estudiantado, ofreciéndole modos de conocer que aumenten su capacidad de vivir con plenitud y hondura”, exclama la autora como premisa necesaria para adaptarse a este pensamiento pedagógico.


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El capítulo 2 se llama “Una revolución de los valores: La promesa del cambio multicultural”. En él, bell hooks señala cómo los prejuicios que apoyan la supremacía blanca, como el imperialismo, el sexismo y el racismo, han distorsionado la idea de educación que tenemos y que a menudo reproducimos como docentes o como estudiantes. Para ello su principal interlocutor en él es Martin Luther King, con quien discute los requisitos y desafíos de una aula verdaderamente multicultural. Sobre ello continúa hablando en el tercer ensayo, “Abrazar el cambio. Enseñar en un mundo multicultural”, acerca de cómo transformar las aulas hacia la inclusión y para ello la autora estima que es necesario dar cuenta de los miedos que afronta el profesorado y también el estudiantado ante “cualquier petición de cambio de paradigma”. Por eso, no basta con modificar el contenido de los planes de estudios, sino que es necesario cambiar hábitos y actitudes de sus actores.

Seguidamente, hallamos el capítulo número 4, cuyo nombre es el del crítico que la impulsó en su desarrollo pedagógico, Paulo Freire. Para ello se desdobla entre ella misma, Gloria Jean Watkins, y su voz en la escritura, bell hooks, a modo de diálogo. En él resalta lo expuesto por el autor en Por una pedagogía de la pregunta acerca de su papel en movimientos como el feminista y el antirracista, a pesar de ser hombre y blanco, ya que estas luchas pertenecerían a todo aquel que rechace abiertamente y de forma tajante el machismo y el racismo.

Los capítulos 5 y 6 giran en torno a la formulación pedagógica de la propia autora. El primero se llama “La teoría como práctica de liberación”, donde teoriza a partir de experiencias personales como forma de autorrecuperación y liberación colectiva, desde cuestiones de la vida cotidiana para adaptarse a la lucha feminista y antirracista. En el seis, por su parte, “Esencialismo y experiencia” defiende que las mujeres negras del movimiento feminista han insistido en deconstruir la categoría “mujer”, ya que “el género no es el único determinante de la identidad de la mujer”. Además, sopesa lo difícil que supone para el profesorado introducir la experiencia personal en el aula por no estar bien visto en la academia, a pesar de que es la mejor forma, y la más efectiva, de acercarse al alumnado.

En los siguientes tres capítulos abarca el pensamiento feminista y las diferencias entre las activistas negras y blancas. El siete se denomina “Sostener la mano de mi hermana. Solidaridad feminista”, donde asevera que hoy muchas mujeres blancas comprometidas con el movimiento ya no niegan el impacto de la raza en la construcción de la identidad de género. “Puede ser que nos rindamos con tanta facilidad unas y otras porque las mujeres hemos interiorizado el presupuesto racista de que nunca podremos superar la barrera que separa a las mujeres blancas y a las mujeres negras. Si esto es así, entonces somos gravemente cómplices. Para contrarrestar esta complicidad debemos tener más material escrito y más testimonios orales que documenten cómo se derriban las barreras, cómo se forman coaliciones y cómo se comparte solidaridad”, expone la autora en ese sentido.

La parte número 8 lleva por nombre “Pensamiento feminista. En el aula hora mismo” resume su experiencia durante diez años en las clases de Estudios de las Mujeres y los cambios que a lo largo del tiempo se han producido, como, por ejemplo, el tipo de estudiantes que acuden a estos seminarios, diversificándose y ampliándose.

El capítulo 9, por su parte, se titula “Investigación feminista. Investigadoras negras”. En él hace un recorrido por sus estudios desde la perspectiva feminista y antirracista desde su aprendizaje como universitaria hasta su primer libro ¿Acaso no soy yo una mujer? Mujeres negras y feminismo y cómo la cuestión racial se ha entrelazado con la lucha de las mujeres en uno, ya que, en ningún caso, puede escaparse la necesidad de trabajar y caminar en una sola dirección en estos momentos.

A continuación, en el apartado número 10, “Construir una comunidad educativa”, reconstruye un diálogo entre ella y Ron Scapp, activista y amigo blanco, acerca de su papel como pensadores críticos y docentes con distinta raza y género. “Si las profesoras y profesores son individuos heridos, dañados, personas que no se sienten realizadas, entonces, buscarán refugio en el mundo académico, en lugar de tratar de hacer del mundo académico un lugar de cuestionamiento, intercambio dialéctico y crecimiento” es una de las acertadas frases que destacan de la interacción.

En el siguiente, el capítulo 11, expone la importancia de la lengua para enseñar nuevos mundos y realidades y hace hincapié en aspectos que tienen que ver también con la cultura negra, como la música rap, “un espacio donde se utiliza el argot negro de una forma que invita a la cultura hegemónica dominante a escuchar (y a oír), y hasta cierto punto, a transformarse”.

En el ensayo 12, “Abordar la clase en clase”, manifiesta que en Estados Unidos a menudo no se habla de clases sociales, pero el silencio no implica que las diferencias existan y se hagan notar, especialmente, en el contexto educativo. Ella como hija de padres de clase obrera estima la necesidad de llevar a cabo una pedagogía comprometida cuando realmente reconocemos y afrontamos “las cuestiones de clase”.

El penúltimo capítulo lleva por nombre “Eros, erotismo y proceso pedagógico” y expone que “es igualmente crucial que aprendamos a entrar en el aula «enteras» y no como «espíritus incorpóreos»”, pues no tiene esto tanto que ver con lo sexual, como con la pasión que mostramos hacia lo que hacemos y hacia lo que nos interesa, aunque ello suponga para el profesorado perder la rigidez y control que se le presupone en las aulas.

Finalmente, cierra el volumen, “Éxtasis: Enseñar y aprender sin límites”, donde retoma las ideas que ha ido dispersando a lo largo del libro acerca de la pedagogía comprometida. Esta comprende la educación como una expresión de activismo político, que decide romper y cuestionar el statuo quo y trabajar otros aspectos en el aula, como la creatividad y la emoción, aunque suponga un gran esfuerzo físico y mental para los docentes comprometidos, como ella misma aqueja después de veinte años de compromiso.

En definitiva, la obra nos muestra las estrategias, dificultades e influencias de la autora dentro y fuera de las aula. Está pensada para un público estudiantil y docente, pero también para cualquiera que desee romper con el modelo educativo que han adquirido y perpetrado como parte del sistema.

En estos días en que se trasladan mensajes sobre la libertad relacionados con el liberalismo, como veíamos en la campaña de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, con el lema “Libertad o comunismo”, se torna más necesario que nunca repensar el término libertad y adaptar la educación a ella, con un pensamiento comprometido y de cambio real que dé paso a un nuevo paradigma.

Natalia Ruiz-González



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