Las reliquias de un pasado angustioso del planeta están siendo revisadas. La Historia se enfrenta a un nuevo escrutinio, y con razón. Las estatuas están cayendo. Se cambian el nombre a las calles. Incluso las marca Lacasa está en el punto de mira por sus «conguitos» símbolos de un pasado racista y colonial.
Algunos piensan que olvidaremos la historia si eliminamos estos símbolos racistas ¿Pero no sería mejor enseñar esa historia en las escuelas?
Si lo hiciéramos, más personas entenderían por qué esas estatuas racistas deben caer en primer lugar, junto con el racismo sistémico que simbolizan. Aún más importante, estaremos preparando a nuestros hijos para que sean mejores personas y para que lleven vidas más completas y conscientes.
Yo, como casi todas las personas que conozco, sean de donde sean, han sido educadas en una historia llena de omisiones, medias verdades, cuando no directamente falsedades. Esta historia pasa a formar parte de la conciencia colectiva y está muy arraigada en nuestras sociedades. Mi proceso de desaprendizaje y reaprendizaje fue largo y complejo, pero no todas tienen el privilegio de seguir esa educación complementaria. Afortunadamente, hay muchas personas que se están dando cuenta de cómo su educación no los preparó para comprender la realidad de las experiencias vividas por sus compañeres racializades.
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A medida que las protestas del Black Lives Matter se han extendido por todo el planeta, han forzado un repaso y llamado de atención hacia el racismo sistémico y las verdades que convenientemente se han dejado sin contar. Ya muchas organizaciones del activismo exigen planes de estudios de educación antirracista en las escuelas.
Hay que hablar de introducir el antirracismo de manera clara en los estudios, amplificando las voces negras y racializadas en las clases de humanidades y ciencias. Hay que hacer que los docentes se capaciten sobre prejuicios implícitos en formaciones que deberían facilitar las administraciones.
Lo más urgente es una revisión completa de las clases de historia, y pedir a los maestros que eduquen a los estudiantes sobre el lado más oscuro de la historia, desde los genocidios coloniales, la trata transatlántica y la esclavitud, hasta los hechos más recientes, como los procesos de descolonización, sus consecuencias y las causas de los procesos migratorios, por ejemplo.
Necesitamos planes de estudio apropiados adaptados a todas las etapas de la educación. Un estudio en los Estados Unidos encontró que a los tres meses de edad, un niño comienza a mostrar preferencia por los rostros de su propio grupo racial, un sesgo que solo se refuerza si no se corta de inmediato por la educación.
No podemos confiar en que las conversaciones sobre el privilegio blanco o el racismo estructural tengan lugar en casa porque, francamente, no es así. Un porcentaje muy pequeño de padres discute y habla de la raza y el racismo de manera consciente y consecuente con sus hijos.
Si somos productos de nuestro entorno, entonces podemos asumir que ser un producto de un entorno educativo antirracista sería de gran ayuda. Y lo es. Proyectos que se han llevado a cabo en Norteamérica encontraron que la implementación de un modelo de educación antirracista mejoró las relaciones entre maestros y estudiantes, la participación en el aula entre los estudiantes negros y el rendimiento académico en general.
Está claro que la exposición a una educación diversa y antirracista a una edad temprana proporcionará a los estudiantes de un sentido de empatía radical que no solo es una cualidad esencial del liderazgo, sino que les servirá en sus relaciones a lo largo de sus vidas.
No debemos preocuparnos tanto por las estatuas que caen, pero sÍ de enseñar la historia que nos cuentan. Solo así superaremos el racismo algún día.
Marián Cortes Owusu
Educadora. En mis ratos libres redactora en Afroféminas
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