30 de septiembre de 2020. Programa «Al rojo vivo» de La Sexta. Albert Rivera defiende que se puede ser liberal y progresista. Y unicornio.
Este es el diagrama de Nolan.
Fue usado en la elaboración de un test para medir la posición política en función de los grados de libertad económica y libertad individual. Si bien es cierto que ha recibido sus críticas, en general nos puede servir para orientarnos en esta locura de definiciones de la política (y los políticos) españoles. En el gráfico encontramos que el Totalitarismo se refiere a un nivel bajo de ambos criterios; el Progresismo, a un nivel bajo de libertad económica y un nivel alto de libertad personal; el Conservadurismo defiende un nivel alto de libertad económica y un nivel bajo de libertad personal; y finalmente el Liberalismo aboga por un nivel alto de libertad tanto económica como personal.
A priori, podría parecer que el liberalismo y el progresismo tienen en común la defensa de la libertad personal. Ahí surge el “socioliberalismo”, donde han proliferado los Rivera del mundo, amigos de quien toca cuando toca, capaces de sumarse a todas las luchas y de arrimarse a todas las sombras. La única y pequeña diferencia está en qué se entiende por “libertad”: mientras el liberalismo clásico se basa en la no intervención, pues el mercado y las relaciones entre individuos se autorregulan (lo cual elimina la necesidad de la intervención del estado), el socioliberalismo concede a la meritocracia un mínimo de duda, de modo que defiende la intervención estatal con el objetivo de redistribuir la riqueza, facilitando que los sectores menos favorecidos puedan alcanzar cierto nivel de igualdad y justicia social. Pero ¡oh, sorpresa! Incluso los fieles de esa parte de la izquierda que tanto se parece a la derecha ponen el grito en el cielo ante el más mínimo atisbo de intervención estatal.
Fachas del mundo, inserten su frase ignorante aquí (ya saben, lo de “Pues vuélvete a Cuba”, o “¿Y entonces qué, Venezuela?»):
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Volvamos a España. Cuando la fama de veleta de Ciudadanos estaba ya asentada, Esperanza Aguirre se declaró “verdadera liberal”. Curiosa definición, viniendo de alguien que formó parte de la cúpula de un partido que intentó penalizar el aborto y se opuso al matrimonio igualitario, entre otros proyectos que casan poco con la defensa de la libertad personal. Y aquí dirán: «ya están los rojos intolerantes, que no nos dejan ser conservadores y liberales a la vez.» Lo de desacreditar a tus oponentes con argumentos tan etéreos queda muy bien cuando quieres que te voten al mismo tiempo las feministas, los partidarios de la gestación subrogada, Amancio Ortega y los antisistema. Libertad, ¿no? Libertad y coherencia, por favor, que no es mucho pedir. ¿O sí?
Ha llegado «la XIX del aire» para rizar el rizo.
Abiertos defensores de un partido ultraderechista (curiosamente, también liberales) que llegó al Congreso en unas elecciones democráticas. Han apoyado su moción de censura, otro mecanismo de la democracia para exigir responsabilidad política al poder ejecutivo. Al mismo tiempo, proponen leyes para «conformar un Consejo del Poder Judicial que responda a una mayoría parlamentaria concreta y puntual». Envían cartas al Rey para mostrar su descontento. Parecen demócratas, ¿no? Hasta ahora sólo tenemos apoyo a partidos (cuestionables, pero legales), propuestas de reforma y cartas inofensivas. Menos mal que Nieves Concostrina no se cansa de repetirlo: los fascistas no son demócratas. Usan la democracia para llegar al poder y dinamitar el sistema desde dentro. Y ahí los tenemos: a su edad, y aún soñando con golpes de Estado, añorando al (por suerte) «Irrepetible», y calculando a ojo cuantos millones de «hijos de puta» sobran en España. Son demócratas a falta de poder para hacer otra cosa.
Al final toda esta historia de ser fascista, demócrata, liberal y progresista a la vez, se resume estupendamente con el refranero popular: «No se puede estar bien con Dios y con el diablo.» Aprendan a gestionar como puedan su disonancia ludonarrativa política. A ser posible, lejos de los medios de información.
Sara Tiyá
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