«El feminismo será antiespecista, o no será.»
«No eres feminista si explotas a las hembras de otras especies.»
Son frases que he ido escuchando con bastante frecuencia los últimos dos o tres años, y me hacen sentir, una vez más, que sólo hay una forma de ser feminista. ¿Qué pasa con todas las mujeres omnívoras que lo dan todo en la lucha? ¿Quedan desterradas? ¿Pasan a segunda fila, a la espera de que un cambio de dieta y de mentalidad las haga dignas de ir a una manifestación? ¿Deberían lavarse la boca con jabón antes de definirse a sí mismas como feministas?
Eso parece.
Tengo la sensación de que el veganismo en el feminismo se está convirtiendo en un pilar de la neocolonización. Como mismo las lenguas de los “salvajes” se consideraban inferiores porque a ojos europeos no eran capaces de expresar conceptos abstractos y elevados, las auténticas feministas, las radicales, TERF, marxistas y veganas, las “leídas y escribidas” cargadas de referencias con las que deberías ilustrarte y másteres en género, te considerarán una ignorante y una egoísta (y, desde luego, una no-feminista), si te atreves a confesar que eres más de Weber, nunca has leído a Kate Miller, y de vez en cuando comes pollo.
¿Quiero decir con esto que el veganismo está mal? Por supuesto que no. Quiero decir con esto que ser omnívora tampoco está mal, y que ninguna de las dos opciones te hace buena ni mala persona, ni más ni menos feminista, y que, en cualquier caso, cada cual tiene un rango de sensibilidad y eso es lo que hace (o debería hacer) que luchar juntas sea más fácil. Me explico.
X ha crecido en una familia taurina. Muy, muy taurina. A los veintitantos, tuvo una crisis de fe y empezó a preguntarse si de verdad el toro sufría. Entendió que sí. ¿Por qué no se unió al movimiento antitaurino? Porque tenía todas sus energías puestas en que no aplicaran recortes en la Agencia Antidrogas de Madrid. “Yo lo siento mucho por el toro. Sé que está mal. He dejado de verlo y de financiarlo. Y me alegro de que haya gente que luche más activamente para que se acabe, pero mi lucha, MI LUCHA, es otra, y es la gente que está saliendo de las drogas y les quitaron todos los recursos y se quedaron en la puta calle. Con suerte dentro de unos años ya no habrá corridas y la tauromaquia se habrá ido al carajo, pero la gente con la que yo trabajo no puede esperar tanto.”
La tienda de Afroféminas
¿Es X mala persona por su elección? ¿No es feminista? ¿O es simplemente alguien que hace lo que sabe lo mejor que puede e intenta cambiar el mundo desde ahí? ¿Por qué tenemos que decirle a X que su lucha no es suficiente? Si yo soy una activista antirracista, y V por los derechos de las personas sin hogar, y M por el cambio climático, ¿no estamos abarcando más que luchando todas en un único sitio?
Por supuesto, se puede hacer más de una cosa a la vez. Muchas de nosotras ya lo hacemos. Pero el tiempo de vida es finito, y al final nos solemos centrar en aquello que nos parece más urgente. Respetemos, pues, las prioridades que no son las nuestras, porque el mundo tal y como lo conocemos no existiría sin la diversidad de intereses. Aún estamos desmontando el mito de la mujer perfecta (madre, esposa, CEO, modelo, chef de repostería, psicóloga, empleada del hogar y Mr Wonderful), como para querer ser la feminista perfecta.
Por otra parte, luchar para que no abran en tu pueblo una mina a cielo abierto en plena zona protegida, también es defender a los animales que viven ahí. También es cuidar el entorno, seguramente mucho más que comiendo soja plantada en la Amazonía y haciendo activismo en redes para que los gallos dejen de violar a las gallinas. Incluso cuando estamos en el mismo barco, las maneras de ayudar son tan distintas como la gente misma. ¿Qué hacemos? ¿Seguimos llenando el feminismo de requisitos? ¿Por qué necesariamente antiespecista y no «antisoja»?
Que nadie se confunda: hay un problema evidente con el trato que reciben los animales. Hay un problema evidente de explotación, de sobreproducción, de contaminación, y hasta de sentido común. Mi crítica no es hacia el movimiento antiespecista, sino hacia el feminismo que no para de poner barreras, y hasta me atrevería a decir que se apropia de esta lucha. Que muchas compañeras hayan llegado al veganismo desde el feminismo no significa que sea el único camino posible. Incluso tengo un amigo, anarcocapitalista convencido y en las antípodas del feminismo, que se hizo vegetariano precisamente porque cree en la libertad absoluta y en el derecho a la vida de todos los seres. Otra, veterinaria, porque se negaba a consumir los mismos cerdos a los que medicaba día sí, día también. Hay quien llega desde la religión, la última dieta de moda, o los estudios de la OMS. Hay quien llega a los veinte y quien llega a los cincuenta. Hay quien no llega nunca, hay quien llega y se va. Fomentar una única manera de ver y hacer las cosas es ignorar que se habla desde el privilegio.
Sí. El veganismo es un privilegio. Y todos los privilegios son una cuestión de política. La política decide (o permite) el trato que se da a los animales. La política decide qué uso se da a cada animal (la religión y sus tabúes alimentarios también son política). La información que tienes sobre lo que comes, es política. Y quién come qué, cuánto y cuándo, también lo es. Ser vegana es tener el privilegio de poder elegir lo que pones en tu plato. Y puedes disfrutarlo sin dar por sentado que todo el mundo puede hacer esa elección.
Sara Tiyá
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