(Este episodio sucedió en año 2013, entonces escribí el texto para mi propia reflexión. Pero hoy lo comparto dada su vigencia para la discusión que nos ocupa hoy, como podría ser hace 20 o 6 años atrás).
Illari a sus cinco años, cuenta preocupada que su compañera de sala, llamémosle Daniela, declaró que al crecer, tendrá 23 hijos. La preocupación de Illari tiene que ver con el hecho de que -quién cuidará de esos niños?.
Hacía ya varios días Illari me había informado con tono decidido, que al crecer, ella probablemente no tendría hijos, porque piensa que no podrá atenderlos por la cantidad de responsabilidades que implicarán sus carreras de actriz, cantante, pintora y médica veterinaria. No, eso de los hijos no es para ella, además de que ya se enteró que tener hijos es muy doloroso así que según ella, la decisión está tomada, no hijos en su futuro. Mientras tanto Daniela, ha decidido que tendrá 23 hijos. Illari lo cuenta y Fran, quien nos ayuda en las labores de la casa, se muestra sorprendida de la inteligencia y madurez de la niña al cuestionar a su compañerita por el número de hijos que dice que tendrá.
Otro día Illari conversando sobre Daniela, la de los 23 hijos, a la cual ella considera su amiga favorita, nos cuenta que Daniela le ha preguntado, con tono cariñoso y con esa voluntad de que sean amigas para toda la vida, que si cuando crezcan Illari querría ser su empleada doméstica. Está vez, mientras yo trato de digerir lo que acabo de escuchar, Fran interrumpe de manera violenta y con un sentimiento que oscila entre ira, impotencia y tristeza y dirigiéndose a Illari en tono brusco le dice, -.¿e que você respondeu, que você respondeu? y agrega, amanhã, você vai falar pra ela, que você não vai ser empregada de ninguém.- Me mira y dice .-você tem que ir para a escola pra falar com a professora, tem que ir… y continúa, .- Essa menina é uma atrevida.
Intento calmarla y calmarme, porque reconozco la dificultad de no ver este episodio como un “inocente” acto determinado por ese racismo estructural que opera de tantas formas y que condiciona los roles sociales de unos y otras manteniendo a afrodescendientes, en este caso, excluidos de las oportunidades del desarrollo y que nosotras, desde nuestras diferentes espacios de acción, intentamos combatir.
Me satisface la reacción de Fran. Ella es una mujer negra de treinta y dos años, que ha sido empleada doméstica desde los 12 años, y que podría fácilmente escribir su propio libro con las historias de todos los abusos y humillaciones de hombres, mujeres y niños, que le ha tocado vivir durante veinte años en este oficio. Fran está haciendo enormes esfuerzos para que sus seis hijos e hijas no tengan que ser empleados o empleadas domésticas y está luchando para que consigan romper ese círculo de pobreza que los ha perseguido por generaciones. Ella ahora sabe, a partir de mis discursos permanentes y de la ventana que se abre para ella, trabajando por primera vez para una familia negra, que la posibilidad de romper ese ciclo podría llegar a través de la educación. Una familia negra que además, también debió sortear diversos obstáculos, que logró sobrepasar a través de la oportunidad de educarse.
Para ella, el triunfo más grande será que su padre y su madre vean por primera vez que uno de sus descendientes, en este caso, hijos e hijas de Fran, terminen la secundaria, solo eso, que se formen, como ella dice.
Yo trato de entender un mundo en el que el amor de Daniela hacia su amiguita mas querida, puede y ya está siendo determinado por su experiencia de privilegio que la hace, aún sin saberlo, instalarse con tranquilidad en esa posición de superioridad que excluye e intenta limitar a su amiguita negra de alcanzar todo su potencial y desarrollo humano en igualdad de condiciones que ella. Un sistema que hace que solo sea capaz de imaginar a la única niña negra de la sala, su amiguita mas querida, como su empleada doméstica cuando sean grandes. El mundo en el que ella vive, es un mundo de abundancia, escuelas privadas y empleadas domésticas negras. Hasta hoy, es el único mundo que conoce. Un entorno familiar y social en donde su familia, allegados y allegadas son fenotípicamente más o menos similares y las servidoras domésticas son en su mayoría mujeres negras.
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No tengo duda de que Daniela aprecia mucho a Illari, se evidencia en la brillantez de los ojos de las dos niñas al jugar, pero en su cabecita de cinco años, solo logra ubicarla en el lugar que hoy, ocupan las mujeres negras en el entorno adulto que compone su universo inmediato.
Conversando con Fran estamos de acuerdo en que Daniela no tiene la culpa. Ella no es atrevida. Incluso me niego a encasillarla como racista. Ese término no le queda a una niña de cinco años. Los niños y las niñas no son racistas. Es solo una niña que responde a un entorno, a una educación y a un mundo que la privilegia y le da derechos y oportunidades que a otras se le limitan. Y esta aseveración no se relaciona necesariamente con Daniela o con Illari. Tiene que ver con la sociedad en su conjunto, con sociedades impares y determinadas por estructuras de poder construidas sobre bases racistas, clasistas y excluyentes.
Seguimos trabajando para cambiar este panorama y nos queda esperar que la educación, las políticas y estructuras sociales se transformen. Mi esperanza es que un día las mujeres y hombres de la generación de Daniela, al lado de mujeres como Illari muevan la balanza por la justicia y conviertan sus mundos en espacios justos, equitativos y por supuesto libres de racismo para todas las personas.
Shirley Campbell Barr
Poeta, escritora y antropóloga afrocostarricense autora del famoso poema «Rotúndamente Negra»
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