jueves, noviembre 21

El día que descubrí que era negra

Stepeheni Obeng Adjei fotografiada por Crisp Finish Image

Siempre he sido negra, pero no siempre he sido consciente de ello. Nací en Valencia en 1990, de madre española y padre haitiano. Recuerdo perfectamente el día que descubrí que era negra: debía tener unos cinco años y estábamos en clase aprendiendo a escribir. Cada día la profesora escogía a unx alumnx para que saliera frente a la pizarra y escribiera cómo le describíamos lxs demás. « ¡Es rubio! » « ¡Es alto! » Gritaban. El día que me tocó salir a mi todos gritaron al unísono: « ¡es negra! » Me acuerdo de que en ese momento me quedé paralizada: ¿qué significaba eso? ¿era bueno o malo? ¿cómo podía no haberme dado cuenta de que eso era lo que más me definía?

Cuando llegué a mi casa le conté a mi padre que en el colegio me habían llamado negra. Él me miró, señaló un cepillo del pelo de color negro que había encima de la mesa y me dijo: « eso es negro ». Nunca volvimos a hablar del tema. En mi casa nunca se ha hablado de identidad racial, ni mucho menos de racismo.

Cuando en clase me llamaron negra no entendí qué significaba porque nunca me había parado a pensar que hubiese algo en mí diferente a mis compañerxs. Nunca me había parado a pensar en que mi padre no fuese español o en que yo fuese la única niña negra de mi clase o de mi colegio. A principios de los 90 en España la inmigración todavía era algo raro y más en los pueblos. Además, entonces prácticamente no había nadie no blanco en ningún programa de televisión. Así que crecí sin ver a gente como yo y para mí era lo normal. A partir de ese día se fue volviendo común escuchar que la gente me llamase negra y que me preguntase recurrentemente de dónde era, muchas veces incluso antes de preguntarme mi nombre. Cuando contestaba de aquí, esa misma gente nunca parecía estar satisfecha y continuaba preguntándome, así que acabé por optar por el camino más fácil, y respondía que era de Haití. Es curioso, pues no tengo ningún tipo de acento, no he estado nunca en Haití, pero esa respuesta sí satisfacía a todo el mundo. Entonces, yo todavía no me daba cuenta de que cada vez que estaba diciendo que era haitiana estaba haciendo lo
mismo que ellxs, estaba negando mi identidad española.

Identidad y personas racializadas

La nacionalidad española está fuertemente vinculada a un estereotipo racial: todos los españoles tienen que ser blancos, y toda persona racializada es en consecuencia extranjera. Cada vez que alguien me pregunta de dónde soy en el fondo es porque da por sentado que no puedo ser española. Cuando te pasa una vez es anecdótico. Cuando es una constante en tu vida tener que justificarte por tu color de piel con desconocidos se hace tedioso. Todavía hoy, cada vez que estoy con mis amigos en un bar hablando de política tiendo a bajar la voz para que nadie de la mesa de al lado me diga: « oye, si no te gusta vete a tu país ».

Es una extraña sensación cuando te sientes extranjera en un sitio que es el tuyo y sobre todo cuando no tienes a nadie con quien hablarlo y que te entienda. Mis padres a fin de cuentas tampoco han visto nunca cuestionada su identidad, pues ambos han crecido en un país del que se sienten parte y que siempre les ha reconocido como sus hijos.

Afortunadamente ahora las cosas han cambiado, y aunque hablar de integración, racismo y microrracismos sigue levantando ampollas, la verdad es que la diversidad ha llegado a España para quedarse. Cada vez son más las personas racializadas que escriben, que salen en televisión, que crean revistas… y para mí, escuchar sus historias se siente como estar en casa. A mis casi treinta años cada vez siento más en equilibrio mi propia interculturalidad. Es más, si vamos a ponernos a hablar en colores tengo que decir que soy gris y que no pienso renunciar a ninguna de mis dos partes.

Hoy por hoy siento que aunque puede que el color de mi piel me haya privado de ciertas cosas, me ha aportado muchísimo más. Empecé un camino de búsqueda identitaria a los cinco años porque me veía obligada a responder preguntas  diferentes a las que les hacían a las niñas de mi edad. Lo primero que hice fue buscar personas como yo, referentes. A continuación vino el feminismo. Y luego el vegetarianismo. Supongo que mi color de piel supuso para mí una conciencia social que de otro modo no sé si hubiera tenido. Así que, por si acaso, yo le doy las gracias.


Sheila Pierre Louis

Trabajadora social. Master en investigación aplicada a estudios feministas de género y ciudadanía. Estudiante de derecho.


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