domingo, diciembre 22

Descolonizar el feminismo para cambiarlo todo

Foto Pau Barrena/Getty Images

Bombo Ndir, Sara Cuentas, Arlene Cruz – activistas feministas decoloniales de la Red de Migración, Género y Desarrollo

Hemos meditado muy bien antes de escribir lo que aquí explicamos.  No queríamos hacerlo en caliente y sí con la memoria presente, aquella que usa la escritura como herramienta política y descolonial. Y aunque es un texto extenso, lo que expresamos atraviesa nuestras cuerpas, nuestra identidad, nuestro origen (Senegal, Perú y República Dominicana), nuestro ser, nuestro saber, nuestro poder. Atraviesa nuestro activismo feminista descolonial, nuestra manera de relacionarnos con todes y nuestra práctica de conexión desde el vínculo entre las diferencias.

Escribimos en coherencia con nuestra práctica de resistencia a la opresión racista, venga de donde venga. Porque la resistencia feminista es antirracista o no es feminista. Ciertamente, las feministas no estamos libres de asumir prácticas patriarcales, racistas, eurocéntricas, clasistas y transfóbicas, porque las activistas nos hemos socializado, como todas las personas, a través del sistema hegemónico colonialista que impera en el mundo occidental y occidentalizado. Por tanto, erradicar esta opresión implica denunciar, reparar y restituir.

En nuestra trayectoria activista descolonial en el feminismo europeo hemos comprobado que las migradas, las racializadas, las periféricas, las fronterizas, las que venimos de otros orígenes, les somos incómodas a ciertas feministas, cuando accionamos con otras prácticas de liderazgo colectivo, con voz propia y con autonomía. El legado de las feministas descoloniales viene de las luchas de nuestras ancestras que resistieron la opresión colonial y defendieron el territorio tierra, el territorio cuerpo; lo que muchas conocen como derechos colectivos y de los pueblos. Mientras que el legado de las feministas europeas fue la lucha por los derechos individuales y políticos. Estas sendas vindicativas diversas hicieron de cada cual una manera diferente de vindicar, accionar y relacionarse. Una desde el anhelo de emanciparse de la estructura colonialista y otra por ocupar espacios dentro de la estructura colonial.

Persiste en el feminismo blanco hegemónico resistencia a reconocer el liderazgo de las compañeras con rasgos indígenas y/o negros, porque todavía somos en sus mentalidades coloniales la “otredad confrontada”, “las diferentes”, “las foráneas”, “las que no tenemos capacidad ni ideas”, “las intrusas”, “las permanentes migrades”. Somos incómodas porque ponemos en cuestión sus privilegios blancos. Nuestras voces disidentes no las aceptan, porque les desmontan sus discursos, sus vindicaciones eurocentradas, sus maneras de decir, expresar, de hacer y de saber. Obvio, a nadie que está en su espacio de confort blanco le agrada que vengan desde fuera y se lo remuevan, más si ese espacio le da rédito, poder, reconocimiento y visibilidad.

Tal vez, cierto feminismo piense que somos “irresponsables porque lo evidenciamos en un momento que no toca”, porque “lo importante es celebrar un 8 de marzo potente y multitudinario”; quizá crean que “pretendemos dividir al feminismo”; también dirán que “exageramos e inventamos”, o que “vemos racismo, donde no hay racismo”. Nada más lejos de la verdad. ¿Por qué? Porque quienes hemos vivido el racismo de manera directa en nuestra condición vital, bien sabemos identificarlo, reconocerlo y sentir su afectación. Y porque a quien comete una conducta racista, asumiéndose feminista, le es doloroso aceptarla, porque se expone ante las demás en su condición de “privilegiada blanca”, en su mentalidad colonial y hegemónica. Y es un desafío que muy pocas están dispuestas a asumir: autocuestionarse sus privilegios blancos y superar su racismo.

La opresión racista te atraviesa todo, tu frontera física, mental y emocional. Te impacta a nivel individual y colectivo, te violenta, te bestializa, te invisibiliza. Quienes la hemos vivido en carne propia sabemos que no podemos quedarnos en el silencio cómplice, ni dejar que nos limiten las consecuencias de su evidencia, ni permitir ser enjuiciadas por decir nuestra verdad. Ni callar por el “bien del feminismo”.

Queremos aclarar que no pedimos permiso para escribir, nos lo damos nosotras mismas con todo nuestro potencial analítico descolonial. Lo hacemos desde nuestro saber situado, desde nuestra experiencia vivida de resistencia a la opresión. Porque en el actual contexto, donde casas de acogida a la niñez y adolescencia migrante acaban de ser atacadas por grupos racistas y xenófobos; donde mueren ahogadas personas en el Mediterráneo debido a las fronteras asesinas; donde se racializa a hijes, hijas e hijos de familias migrantes nacides aquí y se les considera foráneas; donde se precariza y sobreexplota el trabajo de cuidados que realizan las trabajadoras migrantes del hogar, es imprescindible que el feminismo se posicione con la lucha antirracista.

Quienes nos conocen saben que siempre hemos defendido con firmeza la importancia de generar alianzas entre las feministas blancas, las racializadas y las feministas migrantas. Porque no entendemos la lucha contra el sistema opresor colonialista y sus opresiones racista, heteropatriarcal, antropocéntrica, clasista y capitalista, si vamos dividas, confrontadas y desvinculadas.

Consideramos imprescindible sumar agendas, reconocerse entre las diferencias, con liderazgos significativos, con voz propia, desde los saberes diversos y desde el poder compartido. Afirmamos que allí donde se dice que existe un espacio para las feministas, todas sus diversidades deberíamos apropiárnoslo para transformar desde adentro las lógicas hegemónicas, heteropatriarcales, racistas, clasistas y transfóbicas en las que caen ciertas feministas que no ponen en cuestión sus privilegios. Es lo que denominamos las feministas descoloniales “políticas de resistencia”.

A continuación, explicaremos hechos ocurridos en el marco de la organización de la Vaga Feminista 8M/2019 vivenciados con dolor e indignación y de manera directa por quienes integramos nuestra colectiva, la Red de Migración, Género y Desarrollo. Para algunas parecerán anécdotas innecesarias de explicar; para otras, que coincidirán con nosotras, son evidencia significativa de una necesidad imprescindible de cambio. Estas experiencias situadas son aleccionadoras porque nos remueven las entrañas y hacen que aflore en cada cual una indignación superlativa, tal como la sintiera en su momento nuestra hermana Audre Lodre, frente al racismo de las feministas blancas norteamericanas, y en el caso de nosotras, frente al racismo de las feministas blancas europeas. Hemos de aclarar que estas lógicas no han sido de todas las compañeras que estuvieron en la organización de la Vaga Feminista, sino de unas cuantas, ubicadas en espacios de coordinación.

Tal vez este artículo genere resquemores, ira, miedo, ataques, burlas, nerviosismo, gritos, cierre de puertas, expulsiones, etc. Quizá digan algunas: “están desequilibradas”, “hablan desde la rabia”, “están llevándolo todo al plano personal”, “pretenden generar un conflicto entre las blancas, las racializadas y las migrantas”, “se inventan cosas”, “ven cosas que no son”,  “están haciendo más grande lo que no es”, “no saben interpretar el racismo”, “que mezquinas son por denunciar dentro del propio feminismo”, “le hacen juego a la derecha misógina”, etc. Puede ser que algunas se enfaden hasta con compañeras blancas no hegemónicas que están cuestionando estas actitudes. En fin, que los argumentos para descalificar, menospreciar, desvalorizar e invisibilizar son persistentes y fáciles de decir cuando te sientes interpelada y cuando la colonialidad del poder atraviesa tus tuétanos. Nosotras, apostamos por evitar el silencio, porque el silencio nos vuelve cómplices, porque el silencio frente a una opresión la perpetúa, porque nos termina deslegitimando, empequeñece el activismo y mina la dignidad. Si no empezamos a evidenciar lo evidente, nunca podremos cambiar y superar las lógicas incoherentes con la práctica feminista.

Preparadas para marchar

Jamás habíamos sentido inseguridad en un entorno feminista como lo hemos sentido estas últimas semanas y días, mientras participábamos en la organización de la Vaga Feminista. Jamás se había pasado por nuestras cabezas el no querer ir a las reuniones de preparación por evitar sentir esa incomodidad permanente frente al rechazo, la desvalorización, de que nos asuman como tontas y que, a costa de una lucha cansina, recién logremos ser escuchadas o que tomen en cuenta nuestras propuestas como mujeres migrantas/racializadas. Jamás vimos con dolor cómo una de nosotras salía llorando de las reuniones al ver que algunas feministas blancas hegemónicas actuaban en bloque y cerraban filas para negar su racismo y su eurocentrismo, cuando se lo evidenciábamos en su propia cara.

La Red de Migración, Género y Desarrollo forma parte de la Comisión de Migración, Descolonial y Antirracista de la Vaga Feminista. Parte de nuestra colectiva, habíamos asumido la tarea de participar en reuniones de coordinación y organización: asambleas, interactuar en los chats de coordinación entre comisiones, estar presentes en reuniones para preparar el acto de cierre, intercambios para definir el manifiesto general, etc. Asumimos con mucha ilusión esta acción y, siempre activas, empezamos a organizarnos para fortalecer la lucha antirracista dentro de la Vaga Feminista. Así nació #Migrantas8M.

Igual que el año pasado, las migrantas decidimos elaborar un manifiesto propio, que fue aprobado en la asamblea general en Catalunya, por tres veces consecutivas. Sin embargo, entre pasillos, a algunas feministas, quienes interactuaban en el espacio de coordinación, no les gustó la idea de que tuviéramos uno propio, porque consideraban que era “dividir” la acción vindicativa. El “Manifiesto por una huelga feminista descolonial y antirracista” es muy potente, del cual nos sentimos orgullosas. Las blancas hegemónicas nisiquiera se interesaron por leerlo, ni preguntarnos dónde podían adherirse. Es que ni les interesó siquiera cuando lo compartimos en sus redes. No eran conscientes que teníamos muchas especificidades y multiplicidad de demandas que era importante evidenciarlas. Había una diferencia significativa entre el acuerdo colectivo amplio, aceptado en las asambleas, y las opiniones de unas pocas que controlaban las decisiones. Así comprobamos que a la organización le faltaba mayor peso colectivo y asambleario.

Lo evidenciamos cuando, habiéndose acordado en Valencia que la lucha antirracista era uno de los ejes centrales de la Huelga y, en coherencia, habiendo sido aprobada en la Asamblea de Catalunya la incorporación al manifiesto general de la Vaga de todas las vindicaciones de las migrantas, no se quiso incorporar tal cual habían sido redactadas. Sólo se incorporaron unas cuantas; no todas las vindicaciones estuvieron. Fueron cambiadas nuestras palabras o modos de expresarnos. Se usó un lenguaje muy académico y se “suavizó” ciertas denuncias. Una evidencia clara de la epistemología racista. Esto nos generó indignación. Sin embargo, en pos de avanzar y asumiendo que tendríamos un manifiesto propio, y porque había que incorporar muchas vindicaciones de otras luchas, se “cedió con resistencia”. Se hizo un manifiesto muy largo, con palabras académicas y frases extensas que muy poco conectaban con las luchas.

Otro momento tenso fue cuando decidimos que en la lectura del manifiesto general del acto de cierre, una compañera activista africana tenía que leer las vindicaciones de las migrantas y racializadas en nuestra representación. Al principio, no se quiso aceptar aduciendo que si se hacía se tendría que aceptar que todas las que leyeran tenían que ser del movimiento, y que eso generaría conflicto. Se quiso imponer la lógica de que fueran mujeres mediáticas las que leyeran, para atraer a los medios de comunicación, que fueran conocidas y blancas. “¿Quién habla en nuestro nombre?”, nos preguntamos.

Se dudó de la capacidad de lectura de nuestra compañera africana: “¿sabe pronunciar bien?”, “¿no se pondrá nerviosa?”, “no es lo mismo que una periodista lea, con más experiencia, que una compañera que no la tiene y puede ponerse nerviosa ante el público”, “mejor que el texto no sea largo para que no se canse”, etc. Expresamos nuestra indignación diciendo que eran comentarios eurocéntricos, racistas y desvalorizantes, que cómo era posible que en el contexto de auge del fascismo y el racismo podían permitirse hablar de esta manera y valorar así las capacidades de una compañera. Su respuestas, evidenciaron lo evidente: “no me digas a mi eurocéntrica que yo hago acciones solidarias con comunidades migrantes”, “mis mejores amigas son racializadas y no me puedes decir a mi qué es el racismo”, “aquí a todas las mujeres nos afectará por igual el fascismo de Vox, no sólo a las migrantes”, “¿por qué una migrante tiene que leer sólo de su tema de migración? También lo puede hacer una española”.

Fueron reuniones difíciles, nuestra “otredad” las confrontaba. Incluso llegaron a pensar que las que estábamos negociando, lo hacíamos para visibilizarnos nosotras. Cuando veían que luchábamos porque el espacio lo ocuparan otras compañeras racializadas y migrantas, les descolocaba. Jamás, comprendieron que la voz propia y la representación precisan de la visibilidad y presencia de la cuerpa migranta y racializada, que no queríamos que hablen en nuestro nombre, que nos indigna ser la cuota de color. Les exigíamos generosidad feminista. Este año tocaba denunciar el racismo y el fascismo con firmeza por el contexto adverso que se nos viene y que la lucha feminista debería poner como eje central el antirracismo e ir más fuertes frente a la opresión colonial. “Hay más luchas en el feminismo”, nos dijeron. “No pueden venir a imponer su lucha”.

Les sugerimos que detrás de las cuatro compañeras que iban a leer el manifiesto en al acto de cierre, al ser el estrado muy grande, podrían colocarse compañeras diversas tras ellas con carteles. No lo aceptaron porque todo lo que proponíamos lo veían como conflicto. “No podemos hacerlo porque se quejarán otras de por qué unas están y otras no”. Les insistimos y propusimos que sean migrantas y racializadas para que el resto no tuviera problemas y conflictos. Tampoco quisieron, al contrario se ofendieron y expresaron: “encima que ya saldrán en el primer tramo de la marcha con todas las cámaras y periodistas delante, encima nos piden esto”. Otra nos dijo: “si lo hubieran pedido de otra manera, tal vez hubieran aceptado” (si, pedirlo con voz suave y sin mostrar indignación). Así que quedó en nada. No entendían que la presencia equitativa y la visibilidad de las cuerpas diversas son sumamente transformadoras a nivel comunicativo. Eran ideas que no cabían en su interpretación eurocentrada, menos en su hegemonía blanca.

También demandamos ante la asamblea, con aplauso mayoritario que, en la pancarta de cabecera de la manifestación, debería haber un lema alusivo a la lucha feminista antirracista y antifascista. Pero cuando fue llevada a espacios más pequeños no se tomó en cuenta. Tuvimos que “aguantar” el comentario: “la palabra antirracismo alude a conflicto y las feministas no nos comunicamos así”. ¿En serio es el comentario de una feminista?, nos preguntamos. ¿Cuál fue la mejor idea para que todas estuvieran contentas? Pues que no había suficiente presupuesto y se utilizaría la misma pancarta del año pasado con el lema “ens aturem per canviar-ho tot”. Allí se acabó la discusión. Sólo con dibujar la imagen de Angela Davis y Audre Lorde en la pancarta, pensaron que ya estaba incorporada la lucha feminista antirracista.

Al inicio de la semana del 8M se realizó la última reunión abierta de coordinación. Allí se acordó que saldrían algunas organizaciones a dar un pequeño discurso de dos minutos al lado del camión, mientras se realizaba la marcha. Se inscribieron varias organizaciones, entre ellas nuestra colectiva. También se planteó, y fue aprobada la propuesta, que en el escenario, tras las compañeras que leerían el manifiesto, las representantes de cada organización que harían su discurso en el camión, podrían colocarse tras ellas y acompañar la lectura de manera colectiva. Ninguna de estas dos acciones se cumplió. No se nos comunicó en ningún momento nuestro turno para participar, ni se dejó entrar a nadie tras el escenario para acompañar la lectura del manifiesto. ¿Es este el feminismo que queremos, aquel que invisibiliza la diversidad colectiva?

Los momentos previos a la conferencia de prensa y durante la misma implicaron situaciones difíciles. Se había decidido, de manera colectiva, que irían dos voceras migrantas a la conferencia, que era momento de evidenciar ante el periodismo las prácticas colectivas de representación y no adaptarse a las lógicas verticales de representación. De nuevo se generó el conflicto: “no cabían muchas”, nos dijeron; “no era pertinente”; “sólo aceptaremos una sola persona”. Mientras, ellas ya habían decidido quiénes serían las voceras, sin consultar a la asamblea. Cuando es bien sabido que la tarea de vocería es eminentemente política y tenía que tener el respaldo de toda la asamblea. No se aceptó nuestra propuesta y se postergó la conferencia.

Llegado el día con nueva fecha, volvimos a insistir. Les informamos que leeríamos el manifiesto propio de la Comisión de Migración, Descolonial y Antirracista durante la conferencia, que irían dos voceras. Aun así, una hora antes de iniciada la conferencia se nos dijo “por favor no vayan a boicotear la conferencia”, “¿por qué tienen que leer el manifiesto?”, “no es posible que vengan a imponerse”, etc. Nos preguntamos ¿qué sentido tienen estas lógicas? ¿Qué hay tras esa permanente negativa cuando siempre la representación colectiva ha sido una práctica feminista?

Aquel día teníamos preparados unos carteles alusivos a nuestras vindicaciones antirracistas feministas que llevaríamos el día de la manifestación. Nos parecía oportuno colocarlos también durante la conferencia de prensa. Al llegar a la Plaza del Rei, lugar del acto, se nos intentó prohibir sacar los carteles: “no són cartells de la vaga”. Y nosotras afirmando, “son carteles de la Comisión de la Migración de la Vaga, claro que son de la Vaga”. También nos dijeron “no cal, ara, no toca”, “els cartells són aquests blancs, i tenim que posar tots blancs per comunicar millor”. Aun así, decidimos mostrar los carteles. En los carteles blancos se hacía alusión a la huelga de consumo, laboral, estudiantil, de cuidados. Nada de la lucha antirracista.

El inicio de la conferencia fue significativo. Mientras las compañeras blancas decían “Vaga Feminista, Vaga Feminista” las migrantas agregamos la frase “¡y antirracista!” que, por cierto, no fue secundada por las blancas. Ellas guardaron silencio y respondieron: “totes juntes, totes juntes”. Esta situación nos hace sentir decepcionadas de ver que compañeras a las que hemos reconocido como hermanas de camino, ahora nos niegan un espacio con sus actitudes.

Aun así se resistió. De manera colectiva el manifiesto de las migrantas fue leído (con murmullos desagradables que tuvimos que escuchar tras nosotras mientras leíamos). Nuestra vocera habló sobre la lucha de las mujeres trabajadoras del hogar, en medio de una presión previa: “¿será largo lo que dirás?”, “¿qué vas a hablar?”, “¿en serio leerán todo el manifiesto?” Al finalizar la conferencia no se invitó a nuestra vocera a declarar ante los medios de comunicación. La única vocera autoasumida como tal, una feminista blanca, declaró ante las cámaras y nos dejó esperando a un costado. Nuestros carteles se los habían llevado a guardar, así que tampoco pudimos sacarlos para colocarnos tras la compañera que estaba declarando ante el periodismo.

A las pocas horas, salió la noticia de la conferencia en los medios. Habíamos logrado un espacio público, se hablaba de nuestro manifiesto, se anunciaba la marcha que realizaríamos por la mañana del 8M en el barrio de Sarrià. Estábamos contentas, aunque este logro fue a costa de tensión y malestar, porque no fue “de rositas” como se dice aquí. Con lo fácil que pudo haber sido todo si las compañeras blancas hubieran mostrado reciprocidad, empatía y compromiso con la acción de las migrantas y racializadas. Nos lo hicieron difícil debido a su eurocentrismo y su no reconocimiento a la lucha antirracista feminista. Audre Lorde acertó cuando dijo que la sororidad no existe porque está basada en los privilegios blancos.

Llego el 8 de marzo. En la web de la Vaga Feminista no se había publicado el manifiesto de las migrantas. Fue publicado días después. Semanas antes, en las asambleas se aprobó dar mayor visibilidad a las migrantas y racializadas en la manifestación. Nos tocaba el primer tramo de salida, cogiendo la pancarta de cabecera a todas las migrantas, racializadas y las gitanas. A pesar del camino recorrido lleno de obstáculos, ese día fue un momento de ilusión, algarabía, con nuestros globos lilas que decían: Descolonízate! Veníamos de una marcha descolonizadora por la mañana, con mucha fuerza, pues a pesar del intento de represión policial para impedirnos marchar por Vía Augusta-Balmes-Plaza Catalunya, habíamos logrado nuestro objetivo.

Durante la concentración, vivenciamos actitudes racistas. Hubo compañeras blancas que nos pedían los globos y nosotras les explicábamos que eran para las migrantas, unas comprendían otras no. Nos decían con enfado y desprecio: “nosotras también somos migrantes”, “eso es discriminación”, “no puedes negarme darme un material que es de la vaga, es de todas”. Fue indignante.

Al otro lado de la Gran Vía, estaban las blancas, nos miraban, venían a decirnos que “no se desesperen que ya dentro de poco empezará la manifestación” y nosotras ya no cabíamos en la vereda, no era porque estábamos “desesperadas”. Sentimos como si nos quisieran tutelar en todo momento. Cuando llegó el tiempo de coger la pancarta de cabecera, entre todas,  migrantas y racializadas nos fuimos acomodando como pudimos porque, además, teníamos que hacernos a un lado para que entraran taxis con periodistas delante, desde donde harían cobertura.

En ese preciso instante, todas se estaban apretujando para acomodarse, y hubo un momento que las compañeras africanas con las compañeras gitanas estaban intentando coger la pancarta. Llegó una feminista blanca de la organización y sin intentar comprender, interpretó como si se estuvieran quitándose unas a otras (africanas y gitanas) sitio. En vez de contribuir a la calma, empezó a recriminar a las africanas de por qué no se hacían a un lado para darles paso a las compañeras gitanas. Sin mediar tiempo, una de nuestras compañeras le expresó: “deja que nos auto organicemos”, “entre nosotras nos comprendemos”, “no vengas a incitar una discordia que no existe”. Entonces, la feminista blanca le gritó: “eres una racista, porque me estás excluyendo, yo también puedo ayudar a organizar”. Era tanta la indignación acumulada que nuestra compañera quiso marchar de la manifestación. Entre todas nos animamos a no hacerlo y a que aguantáramos: “somos valerosas”, “que no nos vean llorar, ni nos vean débiles”, “todas valemos y somos la energía de la otra, hay que sonreír”, “hay que demostrar que no pueden con nosotras, que las migrantas y racializadas somos fuertes”.

Empezó la marcha, unas compañeras estaban delante de la pancarta animándonos a todas, ensayando los lemas que diríamos a toda voz, mientras sonaba la música en el camión que encabezaba la manifestación. Dos compañeras motivaron a todas a corear lemas contra el racismo y sobre la fuerza de las mujeres migrantes y racializadas. De pronto, evidenciamos que un ruido muy fuerte nos estaba silenciando. Estaba subida a todo volumen la música del camión y no dejaba escuchar nuestros lemas, por más que gritábamos fuerte. Detrás del camión, algunas organizadoras iban bailando como indiferentes a nuestra acción vindicativa. Se les tuvo que exigir que bajaran la música, incluso una compañera con megáfono lo tuvo que solicitar para ser oídas. No comprendíamos cómo en un momento tan significativo, de demostrar sororidad con la lucha antirracista, se ponía una música. No comprendían que no sólo era un momento de fiesta, sino de una pertinente acción vindicativa. No lo podíamos creer, nos estaban silenciando. Aún nos preguntamos si fue sin querer, si no tuvieron conciencia, si no se dieron cuenta. Sí, somos sarcásticas. Simplemente, no conectaban con nuestra lucha. Ese “ens aturem per canviar-ho tot” parecía tan lejano.

En plaza Catalunya, tras el escenario, habíamos dos compañeras migrantas que formábamos parte de la comisión del acto de cierre. Sinceramente, no nos apetecía estar allí después de todo lo sucedido. Aun así nos quedamos para acompañar a nuestra compañera Aissa Diallo quien leería el manifiesto general de la Vaga y a unas compañeras feministas blancas aliadas que presentarían como primer número artístico una rumba catalana con la letra compuesta por nuestra colectiva: “Vivas, nos queremos vivas”.

La lectura del manifiesto por parte de Aissa fue lo que esperábamos nosotras, genial y maravillosa. Le puso sentimiento, emoción, corazón, indignación, porque ella junto con todas las racializadas y las migrantas había sido autora de cada palabra que pronunció.

Aissatou Diallo leyendo el manifiesto

Ahora sostenemos nuevamente, no es lo mismo leer bien, porque sabes leer, que leer y conectar con quien te escucha porque lees desde tu propio saber situado, sobre tu propia realidad, con una voz que entraña emoción y le da sentido a la lectura, a cada palabra. Eso hizo Aissa, conectó con todas las feministas que estaban en Plaza Catalunya escuchándola atentas. Además, puso su cuerpa, su identidad, su presencia y su fuerza comunicativa, que es irrepetible. Pensamos que hubiera sido potente que junto a Aissa hubieran estado otras hermanas de los movimientos sociales y de otras luchas.

Después de escucharle leer se nos olvidó todo lo que había pasado, se nos olvidó incluso el malestar que sentimos cuando, tras el escenario, unas compañeras feministas blancas atacaron en bloque a una de nosotras por evidenciar sus incoherencias frente a dos compañeras africanas que estaban hablando en privado, mientras una blanca se puso a intentar escuchar lo que ellas se decían, faltándoles el respeto. “Ya estamos cansadas que nos digas racistas”, gritaron a una de nosotras.

Nos olvidamos de nuestras lágrimas de indignación. Cuando salió Aissa del escenario nos abrazamos con emoción entre las compañeras racializadas migrantas que allí estábamos. Una imagen que nos quedará grabada es ver cómo una de las feministas blancas que más se opuso a que Aissa leyera, fue la primera que la abrazó diciéndole lo bien que lo había hecho. No sabemos si fue un reconocimiento sentido, o era una pose, aun así, dudamos mucho de la sinceridad de ese abrazo.

Así terminó el 8M para nosotras, no pudimos celebrarlo como se merecía, las compañeras de nuestra colectiva marchamos a casa cansadas, agotadas, adoloridas por todo lo que representó esa resistencia interna. Veíamos las caras felices de las personas, y pensábamos, “si supieran lo que hemos vivido”.

Aun así, nos sentimos satisfechas por toda la fuerza vindicativa de las compañeras y hermanas africanas, asiáticas, latinomericanas, transmigradas, gitanas que hicieron presentes sus cuerpas y voces; incluso por Afroféminas que, aunque no participaron en la huelga, siempre estuvieron acompañando nuestro sentir y vindicaciones, con quienes compartimos nuestro manifiesto. Reconocemos toda la fuerza organizativa de las compañeras y organizaciones que integraron la Comisión de Migración, Descolonial y Antirracista de la Vaga Feminista, por su implicación hasta el final, por su confianza, por su liderazgo colectivo y por la práctica comunitaria. Y aunque hubo mucho debate nos mantuvimos unidas. Estamos muy reconfortadas por todas las compañeras aliadas feministas blancas que acompañaron en este proceso vindicativo, por todas aquellas que se están cuestionando su privilegios blancos, por aquellas que nos escucharon en charlas previas, en debates, en reflexiones colectivas y que nunca se sintieron incómodas por nuestras críticas e interpelación; al contrario, nos expresaron que hace falta remover la centralidad y comodidad hegemónica blanca para superarla y hacer un cambio de raíz.

Cuando leemos las pertinentes críticas que hacen compañeras racializadas desde fuera de la organización de la vaga, explicando que ha sido una “vaga feminista blanca y blanqueada”, consideramos que, ciertamente y tal vez, muy a nuestro pesar,  la presencia en la vaga feminista de las racializadas y las migrantas contribuyó a “lavar la cara” a quienes representaron ese feminismo eurocéntrico y racista. Pero también, ha contribuido a evidenciar sus lógicas eurocentradas, sus epistemologías racistas, su ser y poder colonialista. Sin nuestra presencia no hubiera sido posible esta reflexión desde adentro, desde la propia experiencia vivida de resistencia, aun a riesgo de exponernos a las consecuencias.

Nosotras persistimos porque creemos que tenemos que estar, que son también nuestros espacios, que no podemos dejar que nos los quiten, que nadie nos los ha regalado, que nos hemos de apropiar de los mismos. Que nuestra posición periférica descolonial ha de asumirse no como un lema, sino como práctica política. Que es una acción de reparación y restitución frente a la colonialidad. Aunque nos preguntamos si merece la pena hacerlo con tanto dolor, desgaste de energía y salud. Somos sentipensantes y estamos aquí presentes con nuestra palabra. ¿Estarán dispuestas las feministas blancas a superar estas lógicas? Esperamos atentas sus reacciones.

No generalizamos que todas las compañeras de la Vaga tienen esa práctica. Señalamos que el muro, esa frontera infranqueable y mental colonialista de la que tanto nos habla Fanon, estuvo presente entre los pasillos, entre los espacios coordinación, donde la asamblea y otras comisiones no podían llegar. Es allí donde varias nos preguntamos  ¿En serio luchamos contra la opresión patriarcal, eminentemente vertical? ¿La Vaga Feminista es Antirracista? Y donde varias nos cuestionamos: “si esto es ser feminista, no deseo ser feminista”.

Además, de la nuestra, miles son las voces y cuerpas de todos los territorios del planeta que exigen superar el feminismo hegemónico, blanco, de clase media-alta. Para transformarse ha de reconocer la contradicción, asumir la alteridad y las diferencias. Es una condición imprescindible para hacer real la práctica política feminista, que supere el eurocentrismo en sus argumentos, que destierre el etnocentrismo y el clasismo en sus discursos emancipatorios como bien señalaba Anzaldúa.

Nosotras persistiremos en las alianzas insólitas a las que tanto nos anima nuestra hermana María Galindo. Este artículo es un llamado a todas las hermanas feministas en su diversidad a replantearse las formas de relacionarse con “la otredad”, desde el reconocimiento de las diferencias; es una interpelación a descolonizar los espacios de decisión y coordinación; es una demanda para romper las fronteras eurocéntricas y racistas en las relaciones feministas; una invitación a emancipar las mentes; un compromiso para descolonizar el ser, el saber y el poder. ¿Están dispuestas hermanas? Nosotras sí.


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