Me levanto. Ese despertador maldito. Espejo. A ver quien arregla este afro. Zumo de naranja y café, muy negro. Hoy no como tostadas. Estoy engordando. A las mujeres negras se nos va para el trasero.
Me visto para ir al trabajo. Soy mujer negra, tengo que tener cuidado con que me pongo. El racismo hace ver cosas que no son. No es la primera vez. Cojo el metro. Primeras miradas matinales. Noto la desconfianza, la sorpresa y hasta el deseo. Para muchos soy un fetiche. El trabajo ¡que sopor! en eso somos todas iguales. Mi mesa, mi silla, mi ordenador, mi teléfono, mis compañeros: el gracioso, la listilla, la compañera, el racista evidente, el racista oculto, el pervertido, el buena gente, el jefe…bufffffff
Soy la única negra. Se que cuando no estoy me llaman «la negra». Despersonalización. El racista me llamó una vez simio. Le crucé la cara. No le despidieron. Le tengo que ver todos los días. La situación es esa. Hasta este día.
Mi jefe me llama. Es tarde, quiero irme a comer. Me dice que corre prisa, que pida un sándwich. Lo pido, estoy sentada frente a él, pero no me dice que tengo que hacer. Se levanta y se pone detrás de mí. Siento su respiración. Empiezo a ponerme nerviosa. Pega su entrepierna contra mi cogote. Salto como un resorte. Se caen mis papeles, mis carpetas. Sonríe de una manera asquerosa. Levanta los brazos a modo de quien calma a un cervatillo asustado. No me calmo, me asusto más. Miro a los lados, estoy sola, es la hora de la comida. Ha sabido preparar el escenario. ¿Que hago? tiemblo. Se acerca hacia mí. Estoy contra su mesa. Me toca un pecho. Le aparto de un empujón. Noto en su mirada el enfado. Me va ha hacer daño. Me agarra fuerte de los brazos. Me duele mucho. Busca mis labios. Aparto mi cara como puedo. Veo saliva e la comisura de sus labios. Asco. Pega su pecho contra mi. Noto su aliento. Tabaco. Le empujo. Suelta mis brazos. Salgo corriendo. La puerta. No abre. Más miedo. Se acerca por detrás. Me manosea el trasero. ¡La puerta por Dios! Se abre. Corro hacia el ascensor. No se si me sigue. No llega. Salgo por las escaleras. Me caigo bajando. No siento el dolor. Sigo corriendo. No miro atrás.
Denuncia policial. Noto cierto tono irónico. Hacen bromas. No tengo testigos. Estaba sola. Ha pasado así. No estoy mintiendo. Poco podemos hacer. ¿Quieres denunciar? Verás entre tú y yo. No tienes mucho que hacer. Una chica africana. Yo no soy africana. He nacido aquí. Como si lo fueras. Es tu palabra contra la suya. Yo si fuera tú lo olvidaría. Vuelve a casa.
Mis compañeras de trabajo ayudarán. No responden a mis llamadas. Tampoco me creen. No pertenezco a su mundo. Seguro que le provocó. Querría sacarle algo. Estas ya se sabe. Menuda cara. Ya decía yo que esta gente no es de fiar.
Salgo a la calle ¿Las mujeres negras contamos? ¿Quien hablará por mi? Miro a mi alrededor. No tengo trabajo. Me siento hundida. Estoy sola.
Diana Gomes
En un lugar indeterminado de cualquier país
SUSCRÍBETE A PREMIUM AFROFÉMINAS
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
Rabia, tristeza, cólera…es lo q me provoca tu escrito. Soy blanca y también he sufrido acosos parecidos. Desde supuestos «piropos» repugnantes de tíos ídem, a acorralamientos en archivos, tocamientos fortuitos… Era demasiado joven y me paralizaba. Ahora??? Ja! Qué puñetazo se iban a llevar. No puedo decir qué le haría a ese cabrón de tu jefe porque se me echarían encima. Feminazi como mínimo. Pero te juro que lo haría. ASCAZO de tíos y de gente racista. Tenéis, como mujeres afrodescendientes, doble carga. Y yo doble mala hostia cuando escucho o leo las humillaciones q muchas os veis obligadas a sufrir. Esta Mierda tenemos que pararla ya. Hermana, yo sí te creo.