Mi mamá cuenta que cuando era pequeña les prohibían hablar en español -Stop talking that monkey language- les decían. Con “lengua de monos” se referían al español.
Y es que la población negra de la cual desciendo, arribó como fuerza de trabajo migrante a mi país a finales del siglo XIX provenientes del Caribe Inglés. Llegaron en busca de mejores condiciones de vida para formar parte del contingente de trabajadores que construyeron el Ferrocarril al Atlántico costarricense y para trabajar en las plantaciones bananeras. Esta migración que iniciara en la última parte del siglo XIX, se extendió por varias décadas y estuvo compuesta en principio por una mayoría de hombres jóvenes. Más tarde, llegarían familias enteras con la esperanza de recolectar algún dinero para luego volver a su país de origen. Con esta migración, llegaron maestros y maestras que fundaron pequeñas escuelas locales, que tenían como propósito asegurar que niños y niñas aprendieran el inglés de manera “correcta”, porque para entonces y aún por muchos años después, estos afrodescendientes se decían con mucho orgullo “súbditos de la Corona” y su objetivo con esta migración, nunca fue el de establecerse, sino más bien acumular algún dinero y regresar a su país, cosa que nunca aconteció.
El inglés de mis padres, si bien matizado por esa musicalidad y acentos característicos del Caribe, fue siempre muy bien hablado y con una gramática y vocabulario muy buenos. Ellos podían pasar de la conversación en el mejor inglés británico al coloquial inglés criollo, ya “hibridizado” entre acentos y palabras en español. En esa lengua, o en ambas, la generación de mis padres aprendió de cuentos, canciones e historias. Aprendieron de míticas imágenes en formas de animales, aprendieron de seres sobrenaturales que transmitían intrínsecas lecciones, re-creaban e imaginaban la historia, transportaban a territorios ancestrales y promovían la comunicación entre abuelos y abuelas, tíos y vecinos. Establecían comunicación entre pueblos enteros que con ritos y religiones re-creaban experiencias de mucho tiempo atrás. Fue en esa lengua que mi madre me cantó las primeras canciones y mi padre me enseñó mis primeras oraciones. Para ellos, el inglés les dio no solo el privilegio de recibir y transmitir cultura y saberes ancestrales, sino que les otorgó también, según ellos, cierto estatus que entonces les hizo sentirse como parte de una clase de “realeza” en un país de “campesinos y gente sin educación”, al ser ellos “súbditos” de la corona Británica.
Toda esta historia se desarrolló sin embargo, en un país cuya lengua oficial es el español. Por esta razón, varias generaciones de población negra han debido luchar hasta hoy por conservar la lengua que trajeron consigo y con ella todo ese cúmulo de historia, sabiduría e identidad teniendo que lidiar con el rechazo por parte de la mayoría mestiza y de los gobiernos de turno que por años y aun habiendo nacido en el país, les negara la nacionalidad costarricense.
El español sin embargo, pronto pasaría a ser parte de la cultura de este pueblo, dada la dificultad de permanecer aislados y la necesidad e importancia de incorporarse al sistema educativo costarricense a fin de poder avanzar y que su educación fuera reconocida por el sistema. Hoy, mis padres y los padres de mis amigos y amigas, hablan español con un característico acento Inglés. Mi generación por su parte, aun cuando conserva el inglés como lengua materna, ya no tiene ese acento que alguna vez, fuera tan característico. En cuanto a las siguientes generaciones de afrodescendientes, el Inglés no es siempre la lengua materna, además de que en la actualidad, la existencia de escuelas e instituciones diversas que imparten clases de Inglés ha hecho que hablar esta lengua sea mucho más común y no patrimonio de los afrodescendientes como lo fuera hace unos 30 años.
A partir de cierto momento que no puedo recordar, mis padres decidieron no hablarnos en inglés. No se siquiera si fue una decisión consciente y consensuada entre ambos pero simplemente mis hermanos, hermanas y yo, crecimos sin poder hablar inglés. Esto provocó muchas veces burlas por parte de nuestros amigos afrodescendientes y que nos sintiéramos en otras oportunidades, excluidos de una etnicidad que a menudo era asociaba con la habilidad de hablar esta lengua. La mayoría de nuestros amigos afrodescendientes hablaban inglés, por lo que en nuestra generación fuimos la excepción a la regla. Crecimos escuchando a mi madre y a mi padre comunicarse en inglés y la comunicación con tíos y tías, amigos cercanos y otros miembros de la familia extendida fue siempre en esa lengua, pero con nosotros, nunca se comunicaron en inglés. Tiendo a pensar que la razón estuvo relacionada con haber migrado a la capital, donde éramos una clara minoría o no sé, talvez un tímido intento por protegernos, dándonos una razón menos para ser diferentes.
Es precisamente ahí, en donde empieza esta nueva parte de mi historia.
La lengua, cualquiera que sea, es el principal transmisor de cultura. Es a través de la lengua que nos incorporamos al mundo y aprendemos de cantos y mitos y religiones y cuentos. La lengua nos permite adentrarnos en la historia y en la espiritualidad de nuestros pueblos y nos enseña a sentir y a vivir de determinada manera. La lengua no es solamente la forma como entramos en el mundo del otro, sino que nos adentra en nuestros propios mundos y nos permite conocernos y reconocernos como parte de algo. Por otra parte, la lengua es además un poderoso instrumento de dominación y de discriminación y es una eficaz herramienta de transmisión e imposición de valores. Los afrodescendientes hemos sido víctimas de este proceso desde todos los flancos. Al mismo tiempo, en cualquiera de las lenguas y en territorios que nos tocó vivir los pueblos afrodescendientes resistieron de diversas maneras a fin de preservar parte del legado que a duras penas fueron atesorando en el proceso.
En el caso de mi madre y mi padre, ellos crecieron y aprendieron de su posición en el mundo a través de la lengua inglesa y más tarde, la necesidad les obligó a ingeniárselas para heredar a sus hijos parte de ese legado, pero en otra lengua.
Esta historia no es exclusiva de mi familia, por el contrario, es una historia que se repite en las vidas de los afrodescendientes porque para nosotros ha sido necesario reinventarnos una y otra vez. Esa misma historia que se repite en una y en otra y en otra lengua, porque hemos sido obligados a renunciar. Han sido siglos de migraciones forzosas en donde hemos debido resignarnos a vivir en otras lenguas y en otros países y en condiciones adversas. Mis padres y mi comunidad me transmitieron en lenguas diversas y en varios acentos lo que se, y lo que no, debí reconstruirlo en el camino recogiendo los retazos de cuentos y cantos e historias, intentando de esta forma establecer asociaciones, crear vínculos, encontrar semejanzas con las vidas de otros, transportándome a otros escenarios y continentes para de esta forma, construir identidad.
Con toda esa identidad heredada y reconstruida, mi familia extendida y mi comunidad, me transmitieron en lenguas y acentos diversos además, esta vocación de irreverencia y de activismo que no se me quita ni en una ni en otra lengua.
Desde que puedo recordar, me he comunicado en español.
Entiendo no obstante, que esta realidad trae implícito el hecho de que este idioma nos fue impuesto brutalmente y que fuimos privados de hablar nuestras propias lenguas y nuestros acentos maravillosos. Que fuimos vejados de utilizar nuestros nombres y cantar nuestros cantos. Comprendo que mis ancestros y ancestras fueron aislados cruelmente a fin de evitar contactos entre miembros de las mismas tribus para evitar la comunicación y con ello la insubordinación y más significativo para ir matando poco a poco el alma y la pasión de estos pueblos milenarios. Entonces fuimos olvidando nuestras formas más sagradas de comunicación y las formas de afecto y de espiritualidad. Como resultado debimos inventarnos y reinventarnos otra vez, por medio de las formas más brutales pero a la vez más creativas para poder sobrevivir.
Entiendo que antes de mi madre, otras lenguas fueron habladas y que la comunicación se dio con otros acentos con los cuales ellos rezaron, lucharon, cantaron y jugaron juegos que traían consigo desde algún lugar en África de donde fueron sacados y al cual mis investigaciones aun no me han permitido llegar.
Esta historia no tiene solamente que ver conmigo, tiene que ver con millones y millones de personas y de familias y de comunidades y de pueblos enteros alrededor del mundo. Pueblos que han sido obligados a crecer en diversas lenguas y en cada una de ellas, crear, re-crear, inventar, escribir, reescribir y volver a imaginar ese cúmulo de historias y de cuentos y cantos para fortalecernos y volver a Ser. En el camino, hemos debido re-establecer vínculos con nuestra ancestralidad y construir nuevos puentes que nos conecten con esa espiritualidad y sabiduría necesaria para sobrevivir. Hasta hoy seguimos siendo avasallados y marginalizados y a pesar de eso, hemos ido triunfando y eso es solo es siendo herederos, como somos, de pueblos extraordinarios que se siguen levantando y fortaleciendo su espíritu y que siguen dejando su huella en la tierra.
Mi madre, mi padre y mi comunidad se las ingeniaron para desde una nueva lengua entregarnos las herramientas necesarias de resistencia, de ancestralidad, de espiritualidad y de esa cultura que ellos mismos fueron rescatando en el camino. Esa misma cultura que sus antepasados con gran esfuerzo fueron recolectando y reconstruyendo a pequeños pasos y su incansable deseo de no morir en la travesía.
A mí me tocó crecer en español. Primero fue la escuela, la segundaria y luego la Universidad. Fue en esta lengua en que primero aprendí de identidad. Memoricé poemas, repetí lecciones y aprendí las tablas de multiplicar. Fue en español que escribí mis primeros garabatos poéticos y entonces vociferé consignas y fui parte de la lucha por mantenernos vivos. Fue en esta lengua que me enamoré por primera vez y por segunda vez y todas las veces que se hicieron necesarias. Me tocó desde esta lengua tragarme palabras que nunca debieron ser dichas. Esta misma lengua me enseñó de besos y de palabras llenas de ternura. En ella susurré canciones y palabras dulces al amante de turno. Fue esta lengua la que me dio las herramientas para sobrevivir a la escuela y a la infancia en un mundo diseñado para otros. En esta lengua aprendí el himno nacional y el alfabeto y las canciones patrias, escribí los primeros y los otros poemas y canté para mis hijos las canciones de la infancia y leí para ellos poesías de animales. Es en español en que me siento fuerte gritando y denunciando desde esta realidad, porque la denuncia ayuda a liberar el alma.
A pesar de mi, el español es la lengua que hoy profeso. Y a pesar de hablar otras lenguas, el español me seduce y me transporta y hoy, es un instrumento que me ayuda a liberarme. Me libera porque me permite sentir de la forma que siento y me permite escribir con la pasión con que escribo. Es esta lengua la que me da la poesía. Y aunque entiendo sus pecados, ya no consigo renegar de ella. Porque con ella he salido al paso ante quienes intentan derribarnos, ante quienes colocan palabras de odio frente de nuestras luchas. Con esta lengua he podido compartir las conversaciones más dulces con mujeres iguales que yo, con el mismo color en la piel y en las palabras y que necesitaban de palabras iguales a las suyas para sentirse seguras y hermosas.
Esta lengua me ha dado la magia y la voz. Lo que una vez me arrebato, hoy me permite el contacto con otros. Con ella transmito amor a mis hijos e hijas y me lleno de pasión por mi misma y por mis pueblos. La hablo, la escribo, la declamo, la declaro, la grito y la canto y a través de ella intento transmitir sabiduría, cultura, espiritualidad y lo más importante gritar justicia para mis pueblos.
Esta lengua me da hoy, ese placer.
Me tocó vivir esta lengua y es la que me otorga voz. Es sin embargo solo una lengua, porque otros pueblos de la diáspora están siendo hablados y manifestados y están siendo cantados en muchas otras lenguas y al igual que yo, la disfrutan porque hoy, es su voz. Yo re- invento mi español a diario, y al usarlo a mi favor, intento inyectarle luz, desde mi historia de reivindicaciones, de victorias y desde mi poesía. Lo deconstruyo y construyo todos los días y reclamo su uso como instrumento de afirmación y no de opresión y racismo contra los míos.
Intento hacer paz con esta lengua, porque hoy es la que me habla. Sin embargo, como otros, podría ser el francés, el inglés o el portugués. Pero esta es la lengua que profeso.
En español aprendí a quererme, a amar mi cuerpo y mis manos, me cabello y mi piel. En español le declaro la guerra a los cobardes, les restriego en la cara los saberes ancestrales que mi abuela me enseño, el amor a las creencias de mis pueblos, juego con él, insertándole palabras de otras lenguas, que se parecen más a las que me obligaron a olvidar. Pero sobre todo, intento reivindicar, denunciar y declararme negra en todas mis esquinas y territorios.
En esta lengua me he declarado hermosamente alta y maravillosa y he acompañado a mis hermanas y en este camino de reconocimiento y búsqueda hacia nosotras mismas.
Mi secreto al final de cuentas es que al declararme ROTUNDAMENTE NEGRA, siento un extraño placer de estarlo haciendo en esta lengua impuesta y cobarde, en la misma que un día nos obligó a dejar de Ser. En el mismo idioma que nos forzó a despojarnos de todo aquello que habíamos amasado por siglos de civilizaciones e historias fantásticas.
Es que al gritar mis poemas en esta lengua siento un raro y dulcísimo placer que se parece a la venganza y que quiere decir algo así como: Miren, ahora es mía, la uso y hago con ella, lo me da la gana.
Autora: Shirley Campbell Barr
Escritora
Foto Portada: Shirley Campbell Barr
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