jueves, noviembre 21

La lengua que nos tocó vivir

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Mi mamá cuenta que cuando era pequeña les prohibían hablar en español  -Stop talking that monkey language- les decían. Con “lengua de monos” se referían al español.

Y es que  la población negra  de la cual desciendo, arribó como fuerza de trabajo  migrante  a mi país  a finales del siglo XIX provenientes del Caribe Inglés. Llegaron en busca de mejores condiciones de vida para formar parte del contingente de trabajadores que construyeron el Ferrocarril al Atlántico costarricense  y para  trabajar en las plantaciones  bananeras.   Esta  migración que iniciara en la última parte del siglo XIX, se extendió por varias décadas y estuvo compuesta en principio por una mayoría de hombres jóvenes. Más tarde, llegarían familias enteras  con la esperanza de recolectar algún dinero para luego volver a su país de origen.  Con esta migración, llegaron maestros y maestras  que fundaron pequeñas escuelas locales, que tenían como propósito  asegurar que niños y niñas aprendieran  el inglés  de manera “correcta”, porque para entonces y aún por muchos años después, estos afrodescendientes se decían con mucho orgullo “súbditos de la Corona”  y su objetivo con esta migración, nunca fue el de establecerse,  sino más bien acumular algún dinero y regresar a su país, cosa que nunca aconteció.

 El inglés de mis padres,  si bien matizado por esa musicalidad  y acentos característicos  del Caribe, fue siempre muy bien hablado  y con una gramática y  vocabulario muy buenos.  Ellos  podían pasar de la conversación en el mejor inglés británico  al coloquial inglés criollo, ya “hibridizado”  entre acentos y palabras en español.  En esa lengua, o en ambas,  la generación de mis padres aprendió de cuentos, canciones  e historias.  Aprendieron de míticas  imágenes  en formas de animales, aprendieron de seres sobrenaturales  que transmitían intrínsecas lecciones, re-creaban e imaginaban la historia,  transportaban a territorios ancestrales  y  promovían  la comunicación entre abuelos y abuelas, tíos y vecinos.  Establecían comunicación entre pueblos enteros que con ritos  y religiones re-creaban experiencias de mucho tiempo atrás.  Fue en esa lengua que mi madre me cantó las primeras canciones  y mi padre me enseñó mis primeras oraciones.  Para ellos,  el inglés les dio no solo el privilegio de  recibir y transmitir cultura y saberes ancestrales, sino que les otorgó también, según ellos,  cierto estatus  que entonces les hizo  sentirse  como parte de una clase de “realeza” en un país de “campesinos y gente sin educación”, al ser ellos “súbditos” de la corona Británica.

Toda esta historia se desarrolló sin embargo,  en un país cuya lengua oficial es el español. Por esta razón,  varias generaciones de  población negra han debido luchar  hasta hoy por conservar la lengua  que trajeron consigo  y con ella todo ese cúmulo de historia, sabiduría e identidad  teniendo que lidiar con el rechazo por parte de la mayoría mestiza y de los gobiernos de turno que por años y aun habiendo nacido en el país, les negara la nacionalidad costarricense.

El  español sin embargo,  pronto pasaría  a ser parte de la cultura de este pueblo, dada la dificultad de permanecer aislados y la necesidad e importancia de incorporarse al sistema educativo costarricense a fin de poder avanzar y que su educación fuera reconocida por el sistema. Hoy, mis padres y los padres de mis amigos y amigas, hablan español  con un característico  acento Inglés. Mi generación por su parte, aun cuando conserva el inglés como lengua materna, ya no tiene ese acento que alguna vez, fuera tan característico.  En cuanto a las siguientes  generaciones de afrodescendientes, el Inglés no es siempre la lengua materna, además de que en la actualidad, la existencia de escuelas e instituciones diversas que imparten clases de Inglés ha hecho que  hablar esta lengua sea mucho más común y no patrimonio de los afrodescendientes como lo fuera hace unos 30 años.

A partir de cierto momento que no puedo recordar, mis padres decidieron no hablarnos en inglés. No se siquiera si fue una decisión consciente  y consensuada entre ambos pero simplemente mis hermanos, hermanas y yo, crecimos sin poder hablar inglés.  Esto provocó muchas veces burlas por parte de nuestros amigos afrodescendientes  y que nos sintiéramos   en otras oportunidades,  excluidos de una etnicidad que a menudo era asociaba con la habilidad de hablar esta lengua. La mayoría de nuestros amigos afrodescendientes hablaban inglés, por lo que  en nuestra generación  fuimos  la excepción a la regla. Crecimos escuchando a mi madre y a mi padre  comunicarse en inglés y  la comunicación con tíos y tías, amigos cercanos y  otros miembros de la familia extendida fue siempre en esa lengua,  pero con  nosotros,  nunca se comunicaron en inglés.  Tiendo a pensar que la razón estuvo relacionada con haber migrado  a la capital, donde éramos una clara minoría o no sé, talvez un tímido  intento por protegernos, dándonos una razón menos para ser diferentes.

Es precisamente ahí, en donde empieza esta nueva parte de mi historia.

La lengua, cualquiera que sea, es el principal transmisor de cultura. Es a través de la lengua que nos incorporamos al mundo y aprendemos de cantos y mitos y religiones y cuentos. La lengua nos permite adentrarnos en la historia y en la espiritualidad de nuestros pueblos y nos enseña a sentir y a vivir de determinada manera. La lengua no es solamente la forma como entramos en el mundo del otro, sino que nos adentra en nuestros propios mundos y nos permite conocernos y reconocernos como parte de algo. Por otra parte, la lengua es además un poderoso instrumento de dominación y  de discriminación y es  una eficaz herramienta de transmisión e imposición  de valores. Los afrodescendientes  hemos sido víctimas de este proceso desde todos los flancos. Al mismo tiempo, en cualquiera de las lenguas y en territorios  que nos tocó vivir los pueblos afrodescendientes resistieron de diversas maneras a fin de preservar parte del legado que a duras penas fueron atesorando en el proceso.

 En el caso de mi madre y mi padre,  ellos  crecieron y aprendieron  de su posición en el mundo a través de la lengua inglesa y más tarde,  la necesidad les obligó a ingeniárselas para heredar a sus hijos  parte de ese legado,  pero  en otra lengua.

Esta historia no es exclusiva de mi familia, por el contrario, es una historia que se repite en las vidas de los afrodescendientes  porque para nosotros ha sido necesario  reinventarnos una y otra vez.  Esa misma historia que se repite en una y en otra y en otra lengua, porque hemos sido obligados a renunciar. Han sido siglos de migraciones forzosas  en donde hemos debido resignarnos  a  vivir en otras lenguas y  en otros  países y en condiciones adversas.  Mis padres  y mi comunidad me  transmitieron en lenguas diversas y en varios acentos lo que se, y lo que no,  debí  reconstruirlo en el camino recogiendo los retazos de cuentos  y cantos e historias,  intentando  de esta forma establecer asociaciones,  crear vínculos,  encontrar semejanzas con las vidas de otros, transportándome a otros escenarios y continentes para de esta forma, construir identidad.

Con toda esa identidad heredada y reconstruida, mi familia extendida y mi comunidad, me transmitieron en lenguas y acentos diversos además, esta vocación  de irreverencia y de activismo que no se me quita ni en una ni en otra lengua.

Desde que puedo recordar, me he comunicado  en español.

Entiendo no obstante, que esta realidad trae implícito el hecho de que este idioma nos fue impuesto brutalmente y que  fuimos privados de hablar nuestras propias lenguas y nuestros acentos maravillosos. Que fuimos vejados de utilizar nuestros nombres y cantar nuestros cantos. Comprendo que  mis ancestros y ancestras fueron  aislados cruelmente  a fin de evitar contactos  entre miembros de las mismas tribus para evitar la comunicación y con ello  la insubordinación y más significativo para ir matando poco a poco  el alma y la pasión de estos pueblos milenarios. Entonces fuimos olvidando nuestras formas más sagradas de comunicación y las formas de afecto y de espiritualidad. Como resultado debimos inventarnos y reinventarnos otra vez, por medio de  las formas más brutales pero a la vez más creativas para poder sobrevivir.

Entiendo que antes de mi madre, otras lenguas fueron habladas y que la comunicación se dio con otros acentos con   los cuales ellos rezaron, lucharon, cantaron  y jugaron juegos que  traían consigo desde algún lugar en África de donde fueron sacados y al cual mis investigaciones aun  no me han permitido llegar.

Esta historia no tiene solamente que ver conmigo, tiene que ver con millones y millones  de personas  y de familias y de comunidades y de pueblos enteros alrededor del mundo. Pueblos que han sido obligados a crecer en  diversas lenguas y en cada una de ellas, crear, re-crear, inventar, escribir, reescribir y volver a imaginar  ese cúmulo de historias y de cuentos y cantos para fortalecernos y volver a Ser. En el camino, hemos debido re-establecer vínculos con nuestra ancestralidad y  construir  nuevos puentes que nos conecten con esa espiritualidad y sabiduría necesaria para   sobrevivir. Hasta hoy seguimos siendo avasallados y marginalizados y a pesar de eso,  hemos ido triunfando  y eso  es solo es siendo herederos, como somos, de  pueblos extraordinarios que se siguen levantando  y fortaleciendo su espíritu y que siguen dejando su huella en la tierra.

Mi madre, mi padre y mi comunidad se las ingeniaron para desde una nueva lengua entregarnos las herramientas necesarias de resistencia, de ancestralidad, de espiritualidad y de esa cultura que ellos mismos fueron rescatando en el camino. Esa misma cultura que sus antepasados con gran esfuerzo fueron recolectando  y reconstruyendo  a  pequeños pasos y  su incansable deseo de no morir en la travesía.

A mí me tocó crecer en español. Primero fue la escuela, la segundaria y luego la Universidad. Fue en esta lengua en que primero aprendí de identidad.  Memoricé  poemas, repetí lecciones  y aprendí las tablas de multiplicar. Fue en español que escribí  mis primeros garabatos poéticos  y entonces vociferé consignas  y fui parte de la lucha  por mantenernos vivos. Fue en esta lengua que me enamoré por primera vez y  por segunda vez y todas las veces que se hicieron necesarias.  Me tocó desde esta lengua  tragarme palabras que nunca debieron ser dichas. Esta misma lengua me enseñó de besos y de palabras  llenas de ternura. En ella susurré  canciones y palabras dulces al amante de turno. Fue esta lengua la que me dio las herramientas para sobrevivir a la escuela y a la infancia en un mundo diseñado para otros.  En esta lengua aprendí el  himno nacional  y el alfabeto y las canciones patrias,  escribí los primeros y los otros poemas  y  canté para mis hijos las canciones  de la infancia y  leí para ellos  poesías de animales. Es en español en que me siento fuerte  gritando y denunciando desde esta realidad, porque la denuncia ayuda a  liberar el alma.

A pesar de mi, el español es la lengua que hoy profeso.  Y  a pesar de hablar otras lenguas, el español me seduce y me transporta y hoy, es un instrumento que me ayuda a liberarme.  Me libera porque me permite  sentir de la forma que siento y me permite  escribir  con la pasión con que escribo. Es esta lengua la que me da la poesía.  Y aunque entiendo sus pecados, ya no consigo renegar de ella. Porque  con ella he salido al paso ante quienes intentan derribarnos, ante  quienes  colocan palabras de odio frente de nuestras luchas. Con esta  lengua  he podido compartir   las conversaciones más dulces con mujeres iguales que yo, con el mismo color en la piel y en las palabras y que necesitaban de palabras iguales a las suyas para sentirse seguras y hermosas.

Esta  lengua me ha dado la magia y la voz. Lo que una vez me arrebato, hoy me  permite el contacto con otros. Con ella  transmito amor a mis hijos e hijas  y me lleno de  pasión por mi misma y por mis pueblos. La hablo, la escribo,  la declamo, la declaro, la grito y  la canto y  a través  de ella intento  transmitir sabiduría, cultura, espiritualidad  y lo más importante gritar justicia para mis pueblos.

Esta lengua me da hoy, ese placer.

Me tocó vivir esta lengua y es la que me otorga voz. Es sin embargo solo una lengua, porque otros pueblos de la diáspora están siendo hablados y  manifestados y  están siendo cantados en muchas otras lenguas y al igual que yo,  la disfrutan porque hoy, es su voz.  Yo re- invento mi español a diario,  y al usarlo a mi favor,  intento inyectarle luz, desde mi historia de reivindicaciones, de victorias y desde mi poesía.  Lo deconstruyo y construyo todos los días y reclamo su uso como instrumento de afirmación y no de opresión y racismo contra los míos.

Intento hacer paz con esta lengua, porque hoy es la que me habla. Sin embargo, como otros, podría ser el francés, el inglés o el portugués. Pero esta es la lengua que profeso.

En español aprendí a quererme, a amar mi cuerpo y mis manos, me cabello y mi piel. En español  le declaro la  guerra a los cobardes, les restriego en la cara los saberes ancestrales que mi abuela me enseño, el amor  a las creencias  de mis pueblos, juego con él, insertándole  palabras de otras lenguas, que se parecen más a las que me obligaron a olvidar. Pero sobre todo, intento reivindicar, denunciar y   declararme negra en todas mis esquinas y territorios.

En esta lengua me he declarado hermosamente alta y maravillosa y he acompañado a mis hermanas y en este camino de reconocimiento y búsqueda hacia nosotras mismas.

Mi secreto al final de cuentas es que al declararme ROTUNDAMENTE NEGRA, siento un extraño placer de estarlo haciendo en esta lengua impuesta y cobarde, en la misma que un día nos obligó a dejar de Ser. En el mismo idioma que nos forzó a despojarnos de todo aquello que habíamos amasado por siglos de civilizaciones e historias fantásticas.

Es que al gritar mis poemas en esta lengua siento un raro y dulcísimo placer que se parece a la venganza  y que quiere decir algo así como: Miren, ahora es mía, la uso y hago con ella, lo  me da la gana.

Autora: Shirley Campbell Barr

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Foto Portada: Shirley Campbell Barr


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