Yo siempre he sido negro. Esta afirmación podría sonar estúpida, pero no lo es tanto. Sé que no es el tema que nos ocupa ahora, pero necesita de una rápida explicación. Muchos hijos de parejas mixtas sienten que pueden elegir a qué lado pertenecen porque, por algún motivo que no acabo de comprender, piensan que son ellos, y no el entorno, los que deciden si eres una cosa u otra.
Estos hecho tuvieron lugar en Harlem (NY). Febrero de 1999.
A finales de los noventa yo no podía ser más rapper, de modo que Nueva York era la Meca. Toda la vida había imitado a las figuras del Hip Hop que habían salido ahí. Me vestía como ellos, gesticulaba como ellos, escuchaba su música y hasta cogía prestadas sus palabras. Se me presentó la oportunidad de hacer el trabajo fotográfico de mi primer disco allí y no lo dudé ni por un isntante: Bronx, Brooklyn, Queens… ¡Harlem! En Harlem estaba el mítico Teatro Apolo, ahí tenían la Avenida Malcolm X y por las calles de ese barrio los Hermanos de la Nación del Islam vendían sus publicaciones vestidos con las mismas pajaritas que llevaban los grandes nombres de la Lucha por los Derechos Civiles de los negros de Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta. En mi cabeza de entonces no podía haber un lugar ni más rap, ni más negro. Perfecto.
La realidad tiene la desagradable manía de bajarnos de las nubes. Si bien yo era el más rapper, el más negro y el más neoyorkino, aquel no era mi barrio, no conocía nada de la forma de ser de los que vivían allí y, como cualquier guiri que entra en un lugar que le han dicho que es peligro, no me sentía del todo seguro. El caso es que me vi en plena noche de principios de febrero, con un frío horrible, caminando solo por una calle que no estaba seguro de que me llevara a donde quería ir y en mi camino, allá adelante, con cada paso que daba me acercaba más y más a un grupo de chavales negros con gorros y capuchas que mi imaginación decía que iban armados y que querían atracarme. Una persona lógica y cabal se hubiera dado la vuelta, o al menos se hubiera cambiado de acera, pero en mi manera de pensar de entonces entendí que no podía hacer ninguna de esas cosas. No podía parecer un cobarde, debía aparentar seguridad, pero no tanta como para que se me viera como un chulo que busca problemas. Y así, mientras decidía qué cara era la adecuada poner para intentar pasar indemne delante de aquellos asesinos-secuestradores-traficantes-pandilleros fui acercándome poco a poco a ellos. Observé claramente como uno me miró, creí ver -probablemente no fue así- como hacía un gesto a sus colegas que interpreté como un clarísimo “Ahí se acerca un pardillo al que desplumar”, pero seguí caminando hacia el grupo porque para el yo de aquella época el orgullo era mucho más importante que la vida. Y entonces ocurrió algo que me enseñó una lección que nunca olvidaré. Por la misma acera, caminando en sentido contrario al mío, una mujer negra de unos sesenta años, llegó a la altura de los chavales apenas unos metros antes que yo. Ellos, al verla, dejaron automáticamente de hacer el más mínino gesto sospechoso y comenzaron a hacerse más y más pequeñitos. La mujer habló “Deberíais estar estudiando en lugar de estar aquí en la calle haciendo nada” No fue un grito de enfado, ni tenía el típico tono que usaría una madre al dirigirse a su hijo, era más bien un “Qué pena de juventud…”
Lo que acababa de presenciar desde muy, muy cerca era poder, el poder que sólo una mujer negra puede ostentar. Cinco o seis chavales que probablemente se sentía duros, malos y peligros, bajaban la mirada frente el reproche de una señora que no sentía el más mínimo temor ante ellos porque sabía que nadie se atrevería a faltarle al respeto. Ella, conocida o no por aquellos chicos, se había ganado su posición en su sociedad con el simple hecho de haber llegado a la edad que tenía.
Cuando hablamos es imposible escapar de las generalizaciones, todo es matizable, todo es discutible, siempre podemos encontrar casos y ejemplos que contradigan cualquier afirmación tajante, pero aún así me van a permitir que me aventure a hacer una: La mujer negra goza de un tipo de respeto dentro de sus sociedades que roza lo divino. No hablo de las jóvenes, no, hablo de las que han sido capaces de superar los innumerables obstáculos que la vida les ha puesto delante para llegar a un lugar que sólo alcanzan ellas en el que nadie puede alzarles la voz. Vivimos en mundo machista, y digo mundo porque el machismo es parte del comportamiento social en todos los continentes, pero en las sociedades negras, la mujer, siempre ha tenído -y me atrevo a decir que aún tiene- el papel de piedra a partir de la cual edificar todo lo demás. Ellas cargan con el peso de la educación de los niños, en muchos casos también con el de su manutención; trabajan en la casa, y trabajan fuera, y luchan contra la discriminación que sufren por su género, y luchan contra la discriminación que sufren por su color… Pero ¿Un artículo para decir simplemente esto? ¿Un artículo para repetir lo que la mayoría ya sabemos? Sí y no. Sí porque no sobra reconocer una vez más al valor de la mujer negra en sus sociedades y es de justicia señalarlo cuantas veces sea necesario; y no. No porque no es suficiente. Las distintas comunidades negras del mundo llevan demasiado tiempo conformándose con los pequeños reconocimientos y eso -a mi jucio-les ha hecho -nos ha hecho- perder en parte la necesaria ambición.
La mujer negra puede ser aplaudida por su capacidad para sufrir y levantarse siempre, por poder convertir las entrañas de los animales que los demás no quieren comer en manjares -los anticuchos peruanos, por ejemplo- por cargar con agua hasta la casa día tras día desde el río, o por soportar sobre sus hombros el peso de todo una comunidad entera. Pero yo no quiero eso, esa capacidad asombrosa no debe ser la que le defina, ya está bien. La mujer negra ya ha demostrado sobradamente que sabe sufrir, no hay motivo para continuar observando estusiasmado lo bien que lo hace. La mujer negra tiene mucho más que eso. Es momento de quitarle el lastre que supone esa contemplación pasiva y admirarla por un montón de otras cualidades que no hemos sido capaces de dejar que nos muestre. Porque hay mucho más. No hay campo inconquistable para ella porque conocemos sus posibilidades, pero no sus límites. Por eso yo, curioso como soy, quisiera aprovechar estas líneas para pedir un favor a todas las mujeres negras que puedan estar leyéndome: Muestren sus capacidades, por favor, conviertan este artículo en un documento que describa el pasado lo antes posible. Discúlpenos por habérselo puesto tan difícil y por haberles enseñado hasta qué punto pueden llegar a ser fuertes.
Músico y compositor es una de las figuras del Hip Hop español. Poeta, presentador, conferenciante, locutor y un infinidad de cosas más, el Chojin es un agitador cultural. Estudió ingeniería aeronáutica. Fue uno de los vocales del Alto Consejo de las Comunidades Negras en España. Como Mc ha actuado en América, África y Europa.
http://www.elchojin.net/
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Mi único comentario es una frase del Nobel de la Literatura, el nigeriano Wole Soyinka: «Un tigre no necesita proclamar su ‘tigritud’; simplemente ataca». Esto lo dice todo! Y expresa mi gran aprecio por el gran trabajo del equipo que coordina Afroféminas.