En su obra sobre la “Post-verdad y otros enigmas”, Maurizio Ferraris explora el fenómeno de las “verdades alternativas”, desentrañando cómo la proliferación de información en la era digital ha desdibujado las fronteras entre lo real y lo falso. A través de una crítica a los post-truistas, quienes defienden que cualquier declaración es verdadera por el simple hecho de ser dicha, Ferraris propone una reflexión profunda sobre la naturaleza de la verdad.
Frente al relativismo de los hermenéuticos y la rigidez de los analíticos, el filósofo italiano Maurizio Ferraris introduce su propia visión: la verdad como un proceso construido mediante la interacción entre lo que existe (ontología), lo que sabemos (epistemología) y la tecnología. En un mundo donde los hechos son manipulados a través de las redes sociales y los medios de comunicación, Ferraris defiende una concepción de la verdad que no se limita a interpretaciones subjetivas, sino que se ancla en la realidad objetiva.
La hipótesis que presenta Maurizio Ferraris, filósofo italiano, en su libro de 2017 “Post-verdad y otros enigmas», es que la post-verdad es un objeto social, real y concreto, comparable, por ejemplo, con la recesión económica. Es un objeto social que opera sobre asuntos de interés público, ya que no existen post-verdades en controversias privadas, y que no se limita únicamente a sus efectos políticos. Además, se manifiesta en la web como una heredera de la opinión pública.
El enfoque teórico de la post-verdad, según Ferraris, surge del encuentro entre una corriente filosófica, una época histórica y una innovación tecnológica. La posmodernidad, como el movimiento filosófico más influyente de la segunda mitad del siglo XX, se caracteriza por la exaltación de la irracionalidad, lo falso y la voluntad de poder. La posmodernidad actúa como soporte ideológico de la post-verdad, estableciendo una genealogía que parte de lo posmoderno, conduce al populismo y desemboca en la post-verdad.
Para este filósofo italiano, desde hace 20 años, con eficacia y potencia en aumento, ya no hacen falta escuelas filosóficas para difundir una doctrina: con un móvil en la mano, cualquiera puede propagar sus propias opiniones, que en muchos casos terminan decantando en una mera intuición, validada filosóficamente por el posmodernismo.
En este contexto, figuras como “El Gordo Dan”, cuyo verdadero nombre es Daniel Parisini, un médico genetista y destacado influencer político argentino, se han autoproclamado como el “brazo armado” supuestamente “en redes” de La Libertad Avanza, el partido político del actual presidente de Argentina. A través de su grupo conocido como “Fuerzas del Cielo, Guardia Pretoriana”, ha emitido mensajes que evocan connotaciones de ideologías fascistas, generando controversia y críticas desde la oposición y la opinión pública. Estas acciones en las redes sociales desdibujan la verdad al mezclarla con interpretaciones ideológicas. En este marco, la razón del más fuerte se convierte en la mejor razón. De eso trata la post-verdad.
Ferraris observa que la posmodernidad produce un debilitamiento de los grandes relatos que justifican el saber. De esa matriz surge la post-verdad. Para la posmodernidad, la realidad no existe; solo existe el lenguaje con el cual la describimos. Habiendo sido educados por la modernidad en el respeto a la verdad, los posmodernos quedaron fascinados por su opuesto: la potencia de lo falso. Quedaron seducidos por el principio formulado por Nietzsche: No existen los hechos, sólo las interpretaciones. Frase poderosa porque premia la más bella de las ilusiones: la de tener siempre razón, en cualquier circunstancia y con independencia de que la historia o la experiencia pudieran desmentirla. Si bien los filósofos posmodernos no aceptan su padrinazgo, resulta difícil no ver en la post-verdad el resultado de una fuerza conservadora que ha encontrado en lo posmoderno su legitimación filosófica y, en el populismo, su difusión política, asegura Ferraris.
Por consiguiente, Ferraris reflexiona que la mirada posmoderna sobre la verdad es el resultado de un proceso basado en cuatro fases. La primera es la fase del desenmascaramiento: en el siglo XX aparecen filosofías radicales que consideran la verdad como un instrumento de dominación. La segunda fase es la institucionalización: a principios del siglo XX, la verdad se transforma en autoridad porque, si la verdad es una manifestación de poder, es necesario usarla para dar vida a las instituciones políticas. La tercera fase es la liberalización: tras la caída de los totalitarismos del siglo XX, el uso político de la verdad produce la idea de que la verdad es una noción inútil, potencialmente peligrosa y autoritaria. La cuarta y última fase es la polarización: las ideas posmodernas se transforman en populismo gracias a su relación con los medios de comunicación tradicionales y, luego, en post-verdad a partir de las redes sociales. En este contexto, el presidente argentino, Javier Milei ha iniciado lo que él llama una “batalla cultural” desde su llegada al gobierno, enfocándose en la defensa de sus políticas y valores en las redes sociales. Esta estrategia responde a la creciente oposición y movilizaciones, especialmente en el ámbito universitario, lo que indica que su gobierno ya no tiene el control absoluto en el espacio digital en disputa.
Para Ferraris, el desenmascaramiento de la post-verdad se inicia en 1873 con la obra de Nietzsche “Sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral”, que se convirtió en un libro de culto para los posmodernos y en el que la verdad se transformó en un constructo moralista. Los posmodernos consideran que la verdad demuestra su costado moralista e ilusorio con el objetivo de esconder la dura realidad: que la ciencia es un mito, los expertos son unos truhanes o víctimas de sus propios cuentos, y la moral es un atropello de los débiles contra los fuertes.
Según este autor, es habitual considerar a los siglos XIX y XX como la era en la que dominan la ciencia y la llamada razón instrumental. Sin embargo, es posible observar en esta época momentos de reacción, revuelta contra la ciencia y un reclamo por una nueva mitología: una primacía de la emotividad. En este sentido, es dable resaltar que Valeria Edelsztein, científica del CONICET Argentino, recibió el galardón “Científicas que Cuentan” otorgado por la Embajada de Francia, en reconocimiento a su excelencia como comunicadora científica, en su discurso ante autoridades extranjeras, nacionales y ante el propio Daniel Salamone, director de esta entidad, Edelsztein expresó: “La ciencia argentina está siendo destruida y uno de los responsables está aquí, con nosotros”. “No vamos a dejar que destruyan lo que es de todos”, sentenció.
Ferraris nos advierte que es imperioso abandonar la ilusión de que la verdad nos hace felices y virtuosos. La verdad es lo contrario: la cualidad de los salvajes corrompidos por el saber. La verdad es una trágica tristeza; la ignorancia es un bien, y somos felices mientras soñamos. Nada es verdadero; todo es aparente. Además de señalar que estamos acostumbrados a creer que la modernidad es un triunfo de la democracia y una superación del principio de autoridad, podemos plantear la cuestión en otros términos: la modernidad es una infatigable resistencia contra la democracia y una afirmación de principios de autoridad de carácter totalitario, en los cuales la verdad, como institución política, juega un rol central. Es por ello que el presidente Milei, se ha declarado a sí mismo como “el topo que busca destruir el Estado desde adentro”. A pesar de ejercer la máxima responsabilidad del gobierno, ha manifestado su intención de desmantelar la estructura estatal, afirmando que ama su papel en este proceso.
Ferraris indica que se equivoca la revista Time cuando titula en su portada: “Ha muerto la verdad”. Más bien, nos enfrentamos a una liberalización de la verdad entendida como una construcción en la que todo es equivalente (como en el tango Cambalache), abriendo de par en par las puertas del supermercado de las creencias. La ciencia pasa a ser una práctica social como tantas otras, y los científicos, meros ejecutores de intereses.
Debemos puntualizar que la ideología posmoderna circula en base a tres palabras clave:
Ironizar, lo que sugiere que tomar en serio las teorías es una muestra de dogmatismo, y por eso se debe mantener, respecto a las propias afirmaciones, una distancia irónica. Los viejos dogmas deben ser archivados en nombre de la tolerancia.
Según estimaciones del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA), la pobreza alcanzó al 49,9% de la población y la indigencia al 12,3% en el tercer trimestre de 2024. Estas cifras reflejan una disminución respecto a los valores reportados por el INDEC en el segundo trimestre, que fueron del 51% y 15,8% respectivamente. Sin embargo, son los niveles más elevados desde 2004. A pesar de la mejora relativa, la pobreza infantil sigue siendo una de las problemáticas más graves, con un aumento en la pobreza que afecta al 65,5% de los niños, pero, a pesar de estos números, la propuesta es avanzar hacia el “déficit cero”.
Sublimación, la idea de que el deseo constituye una suerte de emancipación, ya que la razón y el intelecto son formas de dominación, por lo cual la liberación de los sentimientos y del cuerpo se presenta como una reserva revolucionaria: la revolución como una revolución dionisíaca. Esto me hace recordar cuando el expresidente de Argentina Alberto Fernández, declaró que estaba “muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado” tras promulgar la ley del aborto el 14 de enero de 2021. Y ahora, resulta que recorre los pasillos de Comodoro Py, acusado por su ex pareja, Fabiola Yánez, de violencia intrafamiliar.
Desobjetivación: decirle adiós al culto a la verdad entendida como una superstición. Esta postura tiende a separar democracia y verdad, lo que no parece una buena idea, ya que descuidar la verdad no necesariamente desarma los conflictos; en general, los agudiza al desaparecer los criterios objetivos de arbitraje. Una democracia sin verdad no supone un paso adelante, sino dos pasos hacia atrás. Los populismos de las últimas décadas se han beneficiado de esta separación entre democracia y verdad, haciendo del relato el terreno en disputa. Un ejemplo de esto es cuando el vocero presidencial argentino, Manuel Adorni fue acusado de mentir sobre la distribución de alimentos destinados a comedores comunitarios y asistencia social. Mientras él responsabiliza a las organizaciones sociales por la falta de alimentos, otros afirman que los alimentos almacenados en depósitos están efectivamente destinados a ayudar a personas vulnerables.
En ese orden de ideas, para Ferraris, los posmodernos creían que, al abandonar la verdad y la realidad, generaban una revolución liberadora para la humanidad. Los post-truistas, los cultores de la posverdad, prefirieron decir adiós a la verdad, presentándose como portadores de verdades alternativas. En el fondo, el post-truista, a diferencia del posmoderno, no es ni irónico ni relativista; está convencido de que sus verdades alternativas son verdades absolutas, mientras que las verdades del adversario son mentiras. El post-truista sostiene que la mejor manera de afirmar la propia verdad es tildar de mentira la verdad del otro, llamándolo mentiroso, vendido o estafador. Cuando se presentan cuestiones de vida o muerte, o ante una fuerte confrontación de intereses, nos damos cuenta de que el adiós a la verdad tiene consecuencias devastadoras, observa Ferrari. Un epistemólogo anarquista podría afirmar “todo vale” y decir que el método científico es una fijación autoritaria. Pero, ¿qué ocurriría en los hospitales o en los tribunales si una comunidad entera termina por convencerse de que la verdad es irrelevante?, ¿Qué es lo que se propone contra todo esto?, ¿Un retorno al orden?. Se pregunta Ferrari, para concluir afirmando que, por supuesto, no. Sobre todo porque es difícil regresar a una situación que, en realidad, no ha existido nunca. Cuando se legitima la única fuente de poder alternativa al imperium, que es el saber, es el imperium el que sale beneficiado. Esto se puede evidenciar en Rusia y Estados Unidos, dos imperios donde el cesarismo se afirma gracias a la evolución del populismo hacia la post-verdad, analiza Ferraris.
Hay una continuidad directa entre lo posmoderno, el populismo y la post-verdad, a pesar de que existen los negacionistas de la post-verdad, quienes sostienen que políticos de otras épocas también mintieron a sus pueblos. Sin embargo, hay una clara evidencia de que la post-verdad está floreciendo y lo hace en alianza con los medios de comunicación, lo que la convierte en un fenómeno completamente nuevo y distinto de las clásicas mentiras del pasado, sugiere Ferraris. A la facilitación de lo falso que generan las nuevas tecnologías de comunicación le sigue una estela de descrédito ideológico hacia lo verdadero, considerado una fuente de opresión y dogmatismo, frente a la cual se debe oponer la fuerza de los relatos y las verdades alternativas. No es correcto afirmar que los post-truistas postulan abandonar la verdad. Lo que los post-truistas proponen es multiplicar la verdad en muchísimas verdades, todas ellas diferentes y paralelas, sentencia el autor.
¿Cuál es el concepto de «verdad alternativa» según Ferrari?
Según Ferraris, los post-truistas defienden la idea de que todo lo que se dice, simplemente por ser dicho por alguien de honor, es incuestionablemente cierto. Quien lo niega, es un mentiroso. Si la sociedad ideal de los posmodernos era una de entretenimiento infinito, la de los post-truistas es una cacofonía de tweets y posteos donde todos se callan entre sí, silenciando la conversación humana. Los post-truistas, ansiosos por que se sepa lo que piensan, incurren en la redundancia y generan comentarios vacíos, inundando las redes.
Ferraris propone usar la post-verdad como un punto de partida para reflexionar sobre la verdad y ofrecer una solución progresiva, sin recurrir a un regreso al orden anterior. En este contexto, presenta dos posturas teóricas sobre la verdad: la hipo-verdad y la hiper-verdad, ambas vinculadas a dos corrientes filosóficas.
Los herederos de Nietzsche y Heidegger, los hermenéuticos, sostienen que lo que sabemos es lo que existe, lo que lleva a la creación de la hipo-verdad: una verdad débil y subordinada a los esquemas conceptuales. Este enfoque relativiza la verdad, sugiriendo que las verdades son interpretaciones que varían según la comunidad. Por su parte, los analíticos, seguidores de figuras como Russell, defienden la hiper-verdad, donde la verdad está correlacionada con la ontología: lo que es, es verdadero independientemente de nuestra capacidad para conocerlo.
Ferraris crítica estas posturas y propone una tercera vía, que no consiste en un punto medio, sino en la mediación tecnológica. Define la verdad como el encuentro entre la ontología (lo que hay) y la epistemología (lo que sabemos), mediado por la tecnología. Esta perspectiva busca superar la dicotomía entre hermenéuticos y analíticos, planteando que la tecnología no solo facilita el conocimiento, sino que lo hace posible, permitiéndonos generar proposiciones verdaderas a partir de lo real.
Para Ferraris, la verdad no es algo dado, sino algo que se construye a través de la interacción entre la ontología, la tecnología y la epistemología. La tecnología permite que lo que existe se conecte con lo que conocemos, validando la verdad a través de pruebas y efectos. La noción de verdad propuesta por Ferraris es activa y constructiva, a diferencia de la post-verdad, que niega los hechos en favor de interpretaciones. La verdad, en su concepción, no solo se debe constatar, sino también hacer: es un proceso que requiere ser dicha, enunciada y registrada, parte integral de la dignidad humana, como señalaba San Agustín.
Melina Schweizer
Periodista Dominico-Argentina, ciudadana y libre pensandora
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