Recientemente, las declaraciones de Vinícius Jr., delantero del Real Madrid, sobre la lucha contra el racismo en España han desencadenado un debate crucial acerca de la capacidad del país para abordar una de las cuestiones más persistentes y dolorosas de nuestra sociedad. Las palabras de Vinícius no son un ataque infundado, sino una revelación de una realidad incómoda que todo un país se resiste a admitir: España aún tiene mucho trabajo por hacer para erradicar el racismo, especialmente en el contexto del fútbol y el deporte.
Vinícius Jr. no solo es un destacado futbolista; es también una voz influyente en la lucha contra el racismo, seguramente sin desearlo. Su llamado a que España demuestre avances significativos antes de asumir el rol de sede del Mundial 2030 no es un acto de deslealtad, sino una exigencia justa para que el país tome medidas efectivas y tangibles en la lucha contra la discriminación racial.
El racismo en el fútbol español no es un problema reciente ni aislado. Durante años, jugadores como Vinícius han sido objeto de insultos y ataques racistas en los estadios, un fenómeno que ha sido sistemáticamente minimizado o ignorado por las instituciones. La respuesta del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, quien destaca los esfuerzos del gobierno para combatir los delitos de odio, no puede ocultar que estas medidas aún parecen insuficientes frente a la magnitud del problema. La inacción sigue siendo la norma.
A pesar de los supuestos esfuerzos del gobierno, la impunidad con la que se manejan estos incidentes y la falta de consecuencias reales para los infractores reflejan un problema estructural en el sistema. La experiencia de Vinícius en los estadios españoles es testimonio de una cultura que alberga y tolera comportamientos y actitudes discriminatorias.
Uno de los aspectos más desconcertantes de esta situación es la actitud de algunos deportistas negros en España. A menudo, los jugadores que deberían ser aliados en la lucha contra el racismo terminan deslegitimando las quejas y experiencias de sus compañeros. Un ejemplo es el exfutbolista Javi Balboa, habitual colaborador del programa «El Chiringuito», quien ha minimizado y afeado la postura de Vinícius y ha restado importancia a la gravedad del racismo en el fútbol español. Las opiniones de Balboa y otros jugadores y exjugadores afrodescendientes son frecuentemente utilizadas para restar importancia al racismo en los campos, contribuyendo a una narrativa que intenta deslegitimar la lucha antirracista. Este intento de descalificación constante de la experiencia vivida por aquellos que más sufren el racismo no solo es preocupante, sino que también perpetúa la discriminación al normalizar el hecho de que un jugador negro reciba insultos.
Históricamente, el mundo del fútbol ha sido testigo de actitudes similares. Hace 20 años, Samuel Eto’o intentaba abandonar el campo durante un partido contra el Real Zaragoza debido a los insultos racistas que estaba recibiendo. Se lo impidieron sus propios compañeros y el árbitro del encuentro. A pesar de su intento de protesta, la respuesta de algunos en el entorno futbolístico fue más bien de desdén que de apoyo genuino, y Eto’o se enfrentó a críticas por su actitud en lugar de recibir el respaldo necesario. Lamentablemente, la situación no ha cambiado mucho.
En contraste con el silencio de muchas figuras importantes del deporte español, Ana Peleteiro, la atleta española de origen gallego, ha decidido no callar. Su valentía al hablar abiertamente sobre el racismo ha sido un faro de esperanza en un mar de silencios, pero también le ha valido una avalancha de críticas y ataques. La situación de Peleteiro subraya la dificultad y el costo personal de alzar la voz contra la injusticia, especialmente para los deportistas de minorías étnicas que desafían el status quo.
El argumento de Vinícius no es que España sea un país inherentemente racista, sino que existe una necesidad urgente de avanzar y demostrar un compromiso genuino con la igualdad y el respeto. El Mundial 2030 podría ser una oportunidad para que España y sus socios, Portugal y Marruecos, muestren al mundo un modelo de inclusión y justicia. Sin embargo, para lograr esto, es esencial que España no solo mejore sus protocolos, sino que también enfrente el racismo con una estrategia integral que incluya educación, sanciones efectivas y un cambio cultural profundo.
Es importante considerar también el contexto en el que los deportistas negros operan en España. Históricamente, los deportistas afrodescendientes españoles se han mostrado reacios a involucrarse en estas cuestiones, posiblemente debido a la presión de sus clubes o el temor a las repercusiones negativas, como la pérdida de visibilidad o oportunidades profesionales. En otros deportes fuera del fútbol, la situación suele ser aún más precaria, con la posibilidad de que las manifestaciones públicas contra el racismo puedan poner en peligro sus carreras y restringir su acceso a selecciones y torneos internacionales.
Vinícius ha hecho una llamada a la acción para todos nosotros. No podemos permitir que el racismo esté normalizado en un país que aspira a ser sede de uno de los eventos deportivos más importantes del mundo. La verdadera medida del progreso será la capacidad de España para enfrentar el racismo con valentía y compromiso, y para garantizar que todos los jugadores, sin importar su origen, puedan competir en un entorno libre de discriminación.
La lucha contra el racismo no es solo una cuestión de política o de eventos deportivos; es una cuestión de humanidad y dignidad. Si España quiere realmente ser vista como un país líder en inclusión y justicia, debe tomar en serio las advertencias y los desafíos del racismo.
Podemos ser lo que queramos ser. Pero hay que desearlo de veras.
Afroféminas
Descubre más desde Afroféminas
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.