Después del absurdo debate sobre la sirenita, está claro que todo esfuerzo es poco si realmente se quiere transformar el relato de la representación.
Y hacerlo desde la creación audiovisual es fantástico porque se aprende mejor desde el ocio. El machaque y el sufrimiento deja marcas, en cambio la creación, disfrute y empoderamiento. Efectivamente se hace urgente un modelo de crecimiento donde empoderamiento y felicidad no sean excluyentes.
Por otra parte la insistencia en determinados relatos como «los extraterrestres sólo aparecen en EEUU y sólo desde allí se salva al mundo» o que la idea de negro empoderado se corresponde con la de afroamericano cuando hay negros hasta en Corea, se afianza con mucha facilidad porque consumimos y normalizamos esas ideas en nuestros ratos de ocio. Es decir, funciona.
Black ish ha acabado (T8) y con esta maravillosa serie un cúmulo de enseñanzas y debates imprescindibles para nuestro empoderamiento. ¿Qué era el colorismo? ¿Por qué exponer los cuerpos negros adolescentes en redes implica reflexión y prudencia? ¿Por qué los feminismos cuando no están preparados para avanzar juntos, deben separarse y colaborar desde la distancia? ¿Qué es la masculinidad tóxica? ¿Cómo evitar ser excluyentes con nosotros mismos? Y lo mejor de todo: cómo vivir dentro de la opresión. Y todo dicho con tanto sentido del humor que francamente sorprende.
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Pero no sólo se nos ha ido la obra de Kenya Barris sino también la gran «This is us». El dramón que nos dejaba en modo reflexión. Era la serie perfecta para acercar el tema de la adopción, los sesgos racistas dentro de los tuyos y la superación de ellos y sobre todo la familia, la familia y la familia. Qué gran lugar le dieron y qué necesaria para los tiempos que corren.
No obstante aún queda alguna que otra joya. Atlanta. Ésta serie promete. Si la primera temporada se centró en ser negro en EEUU, en la tercera temporada se han venido a Europa y se han topado con el fenómeno del blackface y el «buenísmo» europeo. Hay sentido del humor pero también algunas escenas de terror. Recuerda un poco a «Déjame salir», maravillosa por cierto.
Larga vida a toda la representación que implique transformación social. Larga vida a todos esos ratos antiacadémicos y de gran aprendizaje, al deseo de convivir y de repensarnos.
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