jueves, noviembre 7

Sobre el resentimiento

Con diciembre a punto de terminar, vi un meme que decía algo del tipo: “No quiero terminar mal el año con nadie, así que pídanme perdón” … y en cierto modo, más allá del chiste que supone el meme en sí mismo, nosotrxs, como comunidad negra, necesitamos eso: que nos pidan perdón. Y que este sea solo el primer paso para las demás incontables reparaciones que necesitamos, y más que eso; que merecemos.

Young black woman with group of demonstrator in background outdoors. African woman protesting with group of activists outdoors on road.

Realmente he perdido la cuenta de cuantas veces he sentido herido el orgullo propio, el de mis hermanos y hermanas, y el de mis ancestrxs. Cada vez que me quisieron acallar el reclamo, cada vez que quisieron anular el argumento, cada vez que me negaron la belleza, cada vez que me etiquetaron en sus imaginarios racistas, cada vez, que simplemente, tuve que sufrir algo, simplemente por ser… por ser negra; algo se quebraba dentro de mí. Y se abría otra herida llena de resentimiento.

Yo creo que el resentimiento es un sentimiento mil por ciento válido. Porque es que la piel y sus sufrimientos e inseguridades tienen una carga histórica aplastante. El racismo como mecanismo biologizante de nuestras culturas se insertó demasiado bien en la mentalidad colonialista que estableció un modelo de supremacía blanca que, a pesar de ser poderoso, es en extremo débil, pues se establece sobre la negación de todo aquello que se precie de no ser blanco.

Esta negación de todo lo no blanco es jodida, pues nos ha establecido, además, unas reglas del juego en los términos de la exclusión. Y siempre se nos ha dicho que hacer o cómo ser. Pero aún más importante: se nos ha dictado que no hacer y cómo no ser…

Y esto, mis queridos lectores, es abrumador, porque nos crea un techo de cristal difícilmente superable, en el que la estructura violenta del sistema racista nos condiciona, nos divide, nos segrega y nos aparta. Y la cuestión es más delicada que simplemente no poder hacer algo significativo por nuestras propias vidas empezando la carrera en igualdad de condiciones (una utopía por lo demás, porque tal igualdad de condiciones ni siquiera existe); sino porque nos desdibuja, nos deshumaniza y nos desaparece del plano de toma de decisiones que podrían suponer el avance conjunto de nuestras comunidades y pueblos; los cuales, dicho sea de paso, no han dejado de estar en peligro.

En ese sentido, el resentimiento es una emoción que valida nuestra reclamación, y que además, es necesaria para la lucha, pues es un agente movilizador del pensamiento y nos activa, nos alienta a tomar acciones. Y cada vez que se toma una acción, por pequeña que ésta pueda parecer, estamos haciendo algo para cambiar la situación; lo cual es, en extremo, pertinente y necesario.

Entonces, yo creo que llegó la hora de reevaluar el resentimiento como lo que puede llegar a ser: el punto de partida, la chispa burbujeante que desencadene todo lo demás. Porque la indignación solo puede ser real, solo puede movilizar, si se establece sobre la herida abierta que siglos enteros de dominación han dejado en todxs nosotrxs: los dominadores y los dominados. Y este es un sentimiento que solo acabará en el mundo cuando todas (y me refiero a absolutamente todas) las medidas correctivas hayan sido tomadas. Cuando nos hayamos dado cuenta que el jarrón roto, por más que lo juntemos no volverá a ser el mismo; pero aún así, nos tomemos el trabajo de apreciar las lecciones aprendidas tras siglos enteros de tanto dolor e incertidumbre.

Mientras tanto; mientras el horizonte de nuestra lucha se extiende, yo exijo mi perdón, el que me merezco. Quiero recibir disculpas por cada vez que me dijeron pelo malo. Quiero recibir disculpas por cada vez que me miraron feo y me persiguieron estando dentro de una tienda. Quiero recibir disculpas por cada vez que me tomaron por prostituta simplemente por estar parada en una calle. Quiero que me pidan perdón por cada vez que tuve que sopesar la balanza de mis escasas oportunidades. Quiero que me pidan perdón por cada vez que me negaron mi belleza y mis aptitudes. Quiero, de veras, de todo corazón; recibir disculpas por cada vez que quisieron lastimarme y acallarme violentamente tratándome de loca y de resentida, como si las violencias racistas que nos marcan fueran cosa insignificante, o de plano, no existieran (como muchos se apresuran a afirmar…) Quiero recibir una sincera disculpa, de verdad, por todas las veces que no solo yo, sino los míos, hemos sentido el dolor del hambre y la incertidumbre del mañana en las escasas oportunidades…

Y si no están en la disposición de pedir perdón, si no quieren entender por qué esto es importante para todo lo demás, al menos ¡DEJÉNNOS SENTIR, CARAJO! Que ya estamos hartxs de que nos digan que hacer y qué no, que validar y qué no, eso es violento, gente. Y no dista mucho del látigo fustigador que nos hería en la carne, pero aún más en el espíritu y en nuestros pensamientos. Por lo demás, pretender saber cómo debe darse la lucha desde fuera de ella, sin sufrir la violencia racista, es un sesgo útil a los propósitos de la supremacía blanca que estamos tratando de derrumbar…

Les propongo esta reflexión repasando el año pasado, aprovechando que entre tragos y brindis, abrimos un poco el corazón y el pensamiento. Y les aviso, que después de pensarlo largo rato, he decidido asumir mi resentimiento, porque lo abrazo y lo asumo como válido y coherente con mi discurso. ¡Soy resentida! ¿Y qué? Les sugiero ir buscando un calificativo más creativo que este, porque es que ya no me importa ser llamada por lo que soy.

Feliz navidad, año nuevo y todas esas cosas. Ojalá les diera por de-construirse un poquito por estos días. ¡Pilas!, siempre se puede; y es un ejercicio necesario.

Ya pueden seguir con sus vidas. Les amo y gracias por leer.


Teresa Asprilla Soto

Comunicadora social egresada de la Universidad de Cartagena y estudiante de la Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Afro caribeña y cartagenera de 27 años, orgullosamente negra y costeña, me declaro activista digital antirracista y una mujé problemática a la que le gusta incomodar a los demás y ponerles a reflexionar sobre las cosas no tan cheveres de la vida.


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