Libertad es una de esas palabras que se usan y desgastan tanto que casi van perdiendo su sentido, palabras que se manipulan a diestra y siniestra de acuerdo con los intereses de ciertas personas y grupos; palabras que a fuerza de la repetición ya no sabemos exactamente cómo definirlas.
Libertad es también un nombre propio y el título de la película escrita y dirigida por Clara Roquet (2021), estrenada en la Semana de la Crítica en Cannes. Una historia que puede ser vista desde diferentes perspectivas y profundidades. Es decir, podemos contemplar y quedarnos atrapadas en ese ambiente veraniego, caluroso, con una atmósfera mediterránea que sirve de escenario para el tránsito de la protagonista, Nora (personaje de María Morera), de la niñez a la adolescencia. O también podríamos ver un relato sobre la amistad entre dos adolescentes de distintas clases sociales y cómo una se refleja en la otra en un interesante juego de espejos. Incluso, podríamos abordar Libertad desde la sutil pero constante hipocresía y contradicciones que rodean a esta familia burguesa, desembocando en una realidad un tanto esperpéntica.
Sin embargo, Clara Roquet usa la sugerencia como uno de los elementos más poderosos en todo su largometraje y es en esas grietas donde cada espectadora puede –o no– construir otras perspectivas alrededor de lo que se le presenta.
De esta manera, mi mirada, mucho más cercana a la de la cuidadora latinoamericana, mujer, migrante y racializada, me ha llevado a poner el foco en este personaje, Rosana, interpretada por Carol Hurtado. Ella representa a una de estas mujeres que vemos en las plazas y parques cuidando de los/as abuelas españolas; una de estas acompañantes silenciosas que empujan la silla de ruedas mientras escuchan las historias de la gente mayor y que trabajan, muchas veces, al margen de lo legal. De Rosana, sabemos muy poco y sí, efectivamente es una historia que subyace a la trama de Nora y Libertad, lo cual es válido, sin embargo, es también la razón por la cual se da dicho encuentro.
La presencia de Rosana nos recuerda que dentro del contexto español, donde los cuidados (sobre todo a la gente mayor y/o dependientes) se delegan en condiciones de (semi)esclavitud, quienes se ocupan de este tipo de labores son mujeres migrantes de origen latinoamericano que, en una abrumadora mayoría, no cuentan con derechos elementales, por ejemplo, un contrato laboral, cotización en la seguridad social, vías accesibles para la regularización migratoria, e incluso el empadronamiento y servicios de salud. En general, es a costa de ellas que otras mujeres pueden desarrollarse personal y profesionalmente, pero se las invisibiliza y niega como parte fundamental del funcionamiento de esta sociedad envejecida y precarizada.
Es así como la película introduce algunas pinceladas sobre las responsabilidades que cargan estas mujeres, además de los sacrificios que les supone abandonar el país de origen, a la par de hijas, hijes e hijos para quienes terminan convirtiéndose en extrañas tras años de ejercer una maternidad a distancia. Este hecho justamente es lo que se devela con la llegada de Libertad (Nicolle García) desde Colombia, hija de Rosana, a quien ni siquiera llama «mamá o madre», sino por el nombre propio. Para ella, más que para cualquier otro personaje, su madre es una desconocida.
En este sentido, algunos de los diálogos permiten adentrarnos en esos espacios de sugerencia y reflexión. Destaca, por ejemplo, la escena en la que dos integrantes de la familia de Nora hablan sobre la llegada de Libertad. Una de ellas, con un bebé en brazos, la otra, la madre de Nora, Teresa (Nora Navas), comentan mientras descansan en la tumbona, sobre lo difícil que debe ser dejar a sus hijas por 10 años, tal y como tuvo que hacer Rosana, entonces, afirman rotundamente que «no podrían».
Y es aquí donde Libertad funciona como un nombre simbólico para remarcar cómo la clase social, el origen y los privilegios definen quién es verdaderamente libre en determinada sociedad, quién puede elegir a quién cuidar, cómo hacerlo, pagar para que lo hagan otras, y quién debe aceptar estos trabajos bajo cualquier circunstancia, a costa de no cuidar a los suyos, además, con cariño y sin reproches.
En este sentido, es posible recuperar el concepto de “Cadenas globales de cuidados” que se definen como “cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social y el lugar de procedencia” .[1]
Es este componente afectivo del que no siempre se habla y que, además, está rodeado del paternalismo por parte de quienes hacen uso de las trabajadoras del hogar y cuidadoras (migrantes o no), ya que al decir que es «casi como de la familia» se borran las desigualdades estructurales que las han llevado ahí y las violencias que sufren en el interior de las casas. Así, dentro de la película, la escena en la que Nora usa esta expresión, la respuesta de Libertad es un balde de realidad que hace evidente la distinción de clase y cuál es la posición de cada una en esa familia.
Libertad es una película que nos habla sobre los vínculos, aquellos que se construyen y los que nos vienen dados sin haberlos pedido, los vínculos indispensables, los que priorizamos y las jerarquías impuestas entre ellos. Es una historia que pone sobre la mesa cómo los privilegios, en este caso de clase y origen, repercuten en la vida y en los afectos de muchas más personas de las que imaginamos.
En algunas entrevistas, Clara Roquet ha afirmado que le parecía más orgánico abordar la historia desde los ojos de Nora, aspecto muy congruente durante todo el filme porque su mirada no pretende victimizar ni juzgar a Rosana o a Libertad. Sin embargo, aunque todavía me parece lejano, espero que un día, podamos ver estas narrativas en manos de mujeres migrantes, racializadas, mujeres cuidadoras y trabajadoras del hogar. Que sean ellas, sus hijas, hijes e hijos quienes den ese punto de vista que a la fecha sigue tratado desde la otredad y el distanciamiento. Que finalmente nos digan si se han sentido «como parte de la familia».
[1] Pérez Orozco, Paiewonsky & García Domínguez, 2008. Cruzando fronteras II: migración y desarrollo desde una perspectiva de género: 90. Además, recomiendo el documental, Cuidar entre Tierras (La Directa, CooperAcció, 2019).
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