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sábado, julio 27

Está bueno ya

No se puede tener al pueblo atemorizado eternamente. El miedo es un método de control eficaz a corto, medio plazo, pero no dura para siempre. Sobre todo, no dura cuando no hay comida ni medicamentos, y volvemos a los apagones de los años ‘90 y los bistecs de frazada de piso. 

Manifestantes en el Malecón de La Habana durante las protestas.

Es la medianoche de lo que para mí sigue siendo el 11 de julio. Ajena al revuelo que sacude la isla desde hace unas horas, llamo a mi madre para chismear un rato. Somos así. Hablamos todos los días ahora que podemos, aunque me dejo más presupuesto en sus datos móviles que en todos los servicios juntos de mi compañía telefónica. Supongo que se me ha quedado el trauma de los años en los que hacía un recorrido de una hora para ir a aquel locutorio de Tribunal con el minuto a 45 céntimos y hablar con ella diez minutos. 

Pues eso, que ahora que podemos, hablamos todos los días. Menos hoy. De repente, no hay internet. Se deja lo que le queda de saldo en contarme que no me preocupe, que está bien, pero que se ha cortado el servicio en todo el país, seguramente para evitar que se filtren imágenes de las manifestaciones. 

¿Manifestaciones? 

“Sí, hija, esto está en candela.” 

Esto lleva en candela sesenta años, pero claro, hay candelas y candelas. Hay candelas tolerables: el pescado que anda perdido, las marchas obligatorias para ratificar la fe, y el miedo justo para no ponerte a defender los Derechos Humanos en mitad de un parque. Y hay candelas que no aguanta nadie, ni siquiera la persona más comunista del planeta, y esas candelas son el hambre y la enfermedad. 

Empecemos por el hambre: un problema evidente de abastecimiento, con camiones que llegan a cuentagotas a las tiendas y un esfuerzo loable por parte del Estado para que haya para todo el mundo, mientras la necesidad (y un poquito de costumbre) va desviando recursos a los bolsillos privados. Colas de horas y más horas “para lo que sea”, porque da igual, porque el hambre manda y no estamos en condiciones de elegir. La decepción de haberse pasado la mañana en una cola y que “lo que sea” se haya agotado antes de que llegara tu turno. Bocas que alimentar y verse en la necesidad de explicar que eso de comer tres veces al día es propaganda imperialista, porque la gente lista de verdad hace ayuno intermitente. 

Sobre la enfermedad, contaré que una amiga de mi madre acaba de pagar mil pesos (cuarenta dólares al cambio oficial, la mitad de su pensión) por dos de las seis dosis de un medicamento que necesita para los riñones. El Estado le dirá que no debería comprar en el mercado negro, pero el caso es que para decir algo hay que poner alternativas sobre la mesa, y no ha sido el caso. Los hospitales sólo realizan operaciones de urgencias, y ese criterio, “urgencias”, es tan estricto que ya puedes ir con las tripas por fuera, porque ni un cáncer de cuello de útero que avanza a ritmo galopante se considera urgente (mi madre tiene amigas para todos los ejemplos). 

No critico los intentos del gobierno por contener la pandemia, que en la primera y la segunda ola, si nos atenemos a las fuentes oficiales, dieron buenos resultados. Critico la gestión de otras muchas cosas que, en conjunto, han hecho que esta situación se convierta en la gota que colma el vaso: los planes descabellados para reactivar la economía (empezamos por la Zafra de los 10 millones, y de ahí hasta la fecha); las (malas) decisiones en torno a las monedas en circulación; las relaciones ambivalentes con el turismo; la demonización del autoempleo como si de ínfulas burguesas y enriquecimiento ilícito se tratase; la nefasta política migratoria (dentro y fuera de la isla); y el Ego, ese ego que nos come por los pies, porque somos un país solidario, que lleva de misiones internacionalistas más años de los que tengo yo, y no podemos reconocer ahora que nos hace falta corredor humanitario. Ni siquiera debería ser opinable: es imprescindible. No es injerencia extranjera ni un nido de espías, sino gente normal y corriente queriendo alimentar y curar a su familia. 

De buenas intenciones y grandes ideales no se vive. Sería un buen momento para hacer una pausa y ESCUCHAR antes de poner a las brigadas de respuesta rápida a repartir palos a diestro y siniestro, porque incluso ese “pueblo combativo que se defiende” tiene parientes con cólicos nefríticos y ni una triste aspirina para paliar su dolor. ¿Van a cortar internet para siempre? ¿Van a hacer una ampliación en Villa Marista? ¿Va a empezar a “desaparecer” gente con la misma precisión que Camilo Cienfuegos

No somos el primer pueblo que se levanta. Todo sistema político (bueno, malo o regular) tiene su principio y su fin. Y por más que nos hayan grabado a fuego que entre la patria y la muerte hay que elegir la segunda, me alegro de que por fin pongamos nuestra vida (digna) en primer lugar.


Sara Tiyá



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