jueves, noviembre 7

Una danza que nos une al mundo, por Germaine Acogny

Germaine Acogny es hoy unas de las principales representantes de las artes escénicas africanas por ser la creadora de una danza representativa para el continente, a través de técnicas propias de Senegal y Benín. Bailarina, coreógrafa y profesora, está considerada una de las 100 personas más influyentes de África.

La artista nace en Benín en 1944, aunque crece en la ciudad de Dakar, donde se deja influir por su abuela, sacerdotisa yoruba, y aprende las danzas tradicionales africanas y occidentales. A partir de los años sesenta, se traslada a París para estudiar danza moderna y ballet, y también cursa una estancia en Nueva York. En 1968, de regreso a Senegal, abre allí su primer taller de danza y es entonces cuando comienza a desarrollar lo que llamaría danza africana

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La artista es una de las africanas más influyentes de su tiempo pues ha recorrido el mundo entero con su danza. Fuente: Thomas Dorn

Entre 1977 y 1982 se hace cargo de la compañía Mudra Afrique, creada por el coreógrafo y bailarín Maurice Béjart y el poeta y presidente senegalés en aquel momento Léopold Sédar Senghor.  Al cerrarse con el cambio de gobierno, Acogny se traslada a Bruselas para trabajar codo a codo con Béjart. Allí efectuó numerosos talleres sobre danza africana con estudiantes. En medio, en 1980, sale publicado su primer libro, titulado African Dance*, relativo a su creación, que fue editado en tres idiomas y algunos consideran la biblia de la danza africana.

En 1985, abre en Toulouse el Studio-escuela-Ballet-Théâtre du 3e Monde con su ya marido, Helmut Vogt. Durante ese tiempo colabora, entre otros, ​​con Peter Gabriel y Gilberto Gil y crea los solos Sahel y YE’OU, con los que realizó giras por los cinco continentes.

No es hasta 1995 cuando retorna a Senegal y, tres años después, inaugura la Ecole des Sables, un lugar para la formación de bailarines africanos, pero también de otras partes del mundo. A la vez que dirige este apasionante proyecto, sigue realizando otras labores en Francia, como la dirección artística de la Dance section of Afrique en Creations o los Encuentros Coreográficos de Danza Africana Contemporánea.

Entre las obras más conocidas que ha llevado a cabo encontramos Tchouraï, de la coreógrafa Sophiatou Kossoko, en 2001, o Fagaala, de 2003, un lamento que cocrea junto a Kota Yamazaki sobre el genocidio de Ruanda y por el que recibieron el BESSIE Award (New York Dance and Performance Award) en 2007; y Waxtaan, de Jant-Bi, de 2008, que crítica duramente a los gobiernos y hombres de poder de ciertos países africanos.

Una de sus últimas obras, À un endroit du debut, fue estrenada en España (Navarra) en noviembre de 2020. Consistía en una reivindicación hacia las minorías y su lucha constante por hacerse escuchar y abrirse huecos a través de resiliencia.

Ella misma expone que su danza supone un “anclaje” a la madre tierra, desde donde se suspende hasta elevarse por el cielo. “He tomado la columna vertebral como la serpiente de la vida, el árbol de la vida”, expone al referirse a su técnica. Para ella es evidente que una característica de las danzas africanas frente a otras, como las que se desarrollan en Europa, es ese diálogo continuo con el cosmos. “El culo, por ejemplo, es la luna y el pubis son las estrellas. Mi técnica se basa en el movimiento perpetuo, que no se puede detener nunca”, expone para ejemplificar cómo la desarrolla.

Para Acogny la danza es un placer del cuerpo y de los sentidos, es dar y recibir desde dentro hacia la naturaleza y desde la naturaleza hacia dentro de nosotras mismas. Pero, además, la danza es una manera de recuperar la memoria africana, tantas veces oculta. O, en boca de su autora: “En la escuela enseñamos a los bailarines a conocer su pasado para poder avanzar”.

Una persona con los brazos abiertos

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Para Acogny la danza es un movimiento nace desde el epicentro de la tierra hasta el cielo. Fuente: Hyun Kim

Su centro es hoy un lugar de encuentro e intercambio entre naciones, para bailarines de cualquier rincón del planeta. Cada año desde su inauguración organiza cursos profesionales e intensivos de tres meses para bailarines y coreógrafos africanos que se juntan para compartir y trabajar juntos. En ellos enseña que deben profundizar en sus propias raíces para crecer, como lo haría un árbol. “Es un trabajo que toca el cuerpo pero que también hace hablar lo imaginario de las personas cuando les digo (a los alumnos) que se transformen en un nenúfar o en un caracol”, expresa.

Durante los cursos, tanto los que se imparten en la escuela como fuera de ella a través de pequeños talleres, comienzan por ensayar posiciones de objetos de cocina, como un mortero, por ejemplo, sin forzar el cuerpo, sino dejándose llevar por él hasta donde puedan bailar. La clave de su baile son la alegría, el juego, el amor y la música como principios espirituales básicos.

Basada en la danza tradicional africana, especialmente la de Senegal y Benín y en las técnicas de danza contemporáneas occidentales, la creación de Acogny es la única técnica de danza contemporánea creada en África que ha sido codificada y reconocida a nivel mundial. “Estoy muy contenta de haber sido inspirada por África y de haber dado un lenguaje específico a África. Este lenguaje es universal, porque cuando algo es específico se convierte en universal”, ha señalado al ser reconocida como una de las personas africanas más influyentes y admiradas, según la revista Jeune Afrique. Y es que su trabajo va más allá de la expresión corporal hasta convertirse casi en una filosofía de vida de quien baila en armonía con la naturaleza. Para ella es el momento de mostrar la cultura africana y todo lo bueno que el continente ofrece. “Si nuestras nalgas son grandes, pues se hacen movimientos grandes, con orgullo. Solo quiero decir que el arte y el baile anulan el complejo colonizador, existimos a través de la danza, y la esencia de África siempre se tiene que conservar”, sentencia Acogny cuando le hablan de los clichés occidentales.



Con todo ello, la danza no está exenta de discriminación, pues aún sigue siendo más una cosa de hombres que de mujeres, tal como ha denunciado Aïda Colmenero Díaz, la única discípula española y de habla hispana en todo el mundo de Germaine Acogny. De hecho, la propia coreógrafa senegalesa no abrió una escuela femenina de danza hasta 2012, para incentivar la participación de las mujeres en ella. Pero Germaine Acogny es buena muestra de lo lejos que una bailarina puede llegar, con independencia de su origen y de su edad, ya que el baile no se para cuando cumples x años, sino que evoluciona y perdura hasta el fin de la vida. Es más, está tan poco relacionada la danza con la edad, que cualquier niño baila, por más pequeño que sea, cuando escucha música. “Por desgracia, los sistemas educativos roban una libertad que los niños, mejor que nadie, saben usar”, confiesa la artista sobre ello.

Germaine Acogny no tendría ni diez años cuando su tío, el alcalde de la isla de Gorea, le pidió que bailase en alguna reunión familiar. Hoy es la madre de la danza contemporánea en África. 

*Este libro se puede encontrar en el encuentro Africa Moment. Africa Moment, dirigido por Aïda Colmenero Dïaz, distribuye el trabajo de Germaine Acogny en España. 

Natalia Ruiz-González



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