Año 2020. Televisión francesa. El jefe de reanimación de un hospital público de París defiende probar una vacuna para la tuberculosis en pacientes con Covid-19… en África: “a riesgo de parecer provocador, ¿no deberíamos realizar este estudio en África, donde no hay mascarillas, no hay tratamientos, no hay servicios de reanimación, un poco como se hace con algunos estudios sobre el sida o con las prostitutas: probamos cosas porque sabemos que ellas están altamente expuestas, que no se protegen. ¿Qué opina?”.
En un principio, me negué categóricamente a ver el extracto. Asistí a una retahíla de mensajes en redes sociales condenando su discurso, en silencio, intentando preservar el poco de estabilidad emocional que nos queda en estos tiempos. Pero un día, hablando con mi padre por teléfono, surgió el tema y ahondamos en los experimentos clínicos hechos sobre población negra. “Quieren que seamos sus cobayas y no es algo nuevo”, me dijo, y me relató un caso no tan antiguo…
Año 1996. Nigeria se veía asolada por una epidemia de meningitis sin precedentes. La farmacéutica estadounidense Pfizer envió un equipo de investigadores al norte del país, en el estado de Kano. Su objetivo era testar su nuevo medicamento, el Trovan. El equipo se instaló en un campamento médico donde la ONG Médicos Sin Fronteras ya estaba tratando a enfermos en un esfuerzo por frenar la mortandad de la epidemia. Los investigadores de Pfizer, a pesar de no advertir sobre el uso de medicamentos experimentales, y por tanto sin contar con el consentimiento de los familiares para ello, testaron su nuevo antibiótico en 100 niños y administraron ceftriaxona, medicación ya utilizada en el tratamiento contra la meningitis, a otros 100. Fallecieron once de esos niños, cinco de ellos seguían un tratamiento con Trovan y seis con ceftriaxona. Otros muchos sufrieron secuelas graves.
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Los padres de esos niños buscaban una solución para salvar a sus hijos de una muerte segura privados de asistencia médica. La llegada de doctores extranjeros con medicinas gratuitas era maná caído del cielo, ¿cómo iba a cuestionar una comunidad sin recursos, en plena crisis sanitaria, sumida en una dictadura militar, sin el privilegio de la educación, tal o cual procedimiento médico? Más tarde se probaron numerosas irregularidades por parte de la empresa, tanto en la autorización para la conducción de su estudio, como en la ética médica por la que no se abandonaban tratamientos a pesar de probarse no efectivos o se administraban dosis inferiores a las recomendadas para favorecer los resultados de su propio antibiótico, además de la pérdida de expedientes médicos.
Tras años de litigios de los padres de las 200 criaturas contra el gigante farmacéutico, Pfizer anunció una compensación económica a las familias afectadas, después de que el Gobierno de Nigeria denunciase en 2007 los hechos. Pero el daño ya estaba hecho, además de los numerosos casos de sordera, ceguera y parálisis que dejaron tras de sí el equipo de la farmacéutica, las autoridades sanitarias del país dijeron haber constatado una fuerte desconfianza de la población ante los medicamentos venidos de Occidente. No era de extrañar que muchas familias se negasen a que sus hijos fuesen vacunados contra la poliomielitis, por ejemplo. Wikileaks, The Washington Post y The Guardian revelaron informaciones valiosísimas que sirvieron para desenmascarar las atrocidades cometidas por Pfizer, que también pasaron a formar parte del relato de “El jardinero fiel”.
“Voy a ser algo provocador, pero Europa sería el terreno ideal para realizar un estudio a gran escala. Tienen varios focos de propagación en su continente y están expuestos sin protecciones a numerosos discursos xenófobos”. Así imaginaba el diario digital satírico Le Gorafi a un investigador médico maliense barajando la posibilidad de probar un tratamiento experimental contra el racismo en Europa. Ojalá existiese una vacuna para ello, pero estos 24 años de diferencia entre un caso real y uno hipotético nos recuerdan que el lazo colonial para con los territorios invadidos sigue presente, que África sigue siendo un campo de prueba para el Norte y que el racismo, en pleno siglo XXI, sigue sin tener una cura definitiva.
Elena Bueriberi Córdova
Periodista en París desde hace ocho años, de veintimuchos y de raíces ecuatoguineanas y salvadoreñas.
Twitter @ElenaBueriberi
Instagram @wolf_in_paris
Hasta que termine la crisis al final de los artículos de Afroféminas encontraréis esta imagen. El enlace da acceso al mapa interactivo de recursos que ha puesto en marcha @CEAntirracista Cualquier ayuda, aporte y recurso es necesario para personas en especial estado de vulnerabilidad. Puedes entrar a través de este enlace:
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