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sábado, julio 27

Sobre la incapacidad de la cultura blanco-mestiza de hacerse cargo y tomar responsabilidad

Ilustración original de Irene Galera @tunatui

Gran parte de la filosofía occidental, desde antes del Renacimiento hasta la Modernidad, ha sido diseñada para entronar al hombre blanco occidental como centro del universo y como modelo de humanidad. No en vano, una de sus consignas más influyentes dicta que: “el hombre es la medida de todas las cosas” sentencia marcadamente antropocéntrica fruto del proyecto humanista blanco-europeo.

Son datos y hay que darlos: la insurrección gestada de 1791 a 1804 al mando de figuras como Toussaint L’Ouverture y Jean-Jacques Dessalines tuvo como resultado la proclamación de Haití como la primera nación libre del dominio colonial europeo en América y el Caribe. Paradójicamente, dicha liberación ha tenido un coste social y humanitario sin precedentes. En 1825, Haití debió pagar a Francia una indemnización equivalente a 21 billones de dólares, es decir, además de padecer cuatro siglos de esclavización y un régimen colonial que produjo exorbitantes ganancias económicas para los comerciantes europeos, la naciente república haitiana tuvo que compensar monetariamente al colonizador. Desde entonces, esto ha implicado el quiebre de la economía haitiana, la imposibilidad de llevar a cabo un proceso orgánico de reconstrucción, restitución y reparación, todo lo cual ha convertido a Haití en el segundo país más desigual del mundo.

Por siglos, el proyecto de humanidad y civilización blanco-occidental ha configurado el modelo más depredador para el planeta, los seres vivos, los pueblos y las comunidades no occidentales. Cuatro siglos de secuestro sistemático y esclavización de más de 28 millones de niños, niñas, mujeres y hombres provenientes de África con destino a América y el Caribe y la posterior profundización del modelo colonial a partir de la Conferencia de Berlín (conocida como el reparto de África entre Francia, Inglaterra, Portugal, Alemania, España y Bélgica) ha sumergido a gran parte del continente africano en una profunda crisis humanitaria. Hoy, como efecto del empobrecimiento y las guerras, miles de africanos inmigrantes mueren intentando llegar a Europa, convirtiendo al Mediterráneo en una tumba marina.

América Latina y el Caribe cuenta hoy con el título poco halagador de ser el continente con mayor desigualdad en el mundo: nuevamente, no es casualidad. Cuatro siglos de genocidio sistemático de la población nativa produjo su exterminio total y/o parcial en países como Argentina, Uruguay, Paraguay y Cuba. Adicionalmente, la explotación de oro, plata y la tenencia de la tierra bajo un modelo retrógrado feudalista sumen al continente en un estado de atraso y de riesgo ambiental y humanitario. 

En el caso particular de Colombia, la abolición legal -aunque no real- de la esclavización como modelo económico-social ocurrió décadas después de las gestas independentistas. Una vez declarada la abolición del sistema esclavista, no existió ninguna política de reparación que pretendiera compensar a la población negroafricana esclavizada y oprimida por un régimen que negaba toda su humanidad. Ninguna política de compensación económica, de inclusión social, de reparación por los incalculables daños cometidos con sevicia y premeditación; ni siquiera hubo un reconocimiento formal de los múltiples errores cometidos. Aquellos que recibieron millonarias compensaciones fueron los hacendados esclavistas, a cambio de firmar el decreto que proclamaba “el fin de la esclavitud”.

Hoy, las nuevas generaciones que conforman el grueso de la población blanco-mestiza en el continente no tienen una mínima noción de la dimensión de los problemas heredados bajo este modelo de sociedad fundado en el genocidio, la usurpación y la deshumanización. Lejos de ello, aquellos que proclamamos la urgencia de tomar medidas de reparación para la tierra, la vida y los pueblos afrodescendientes, indígenas y mestizos pobres somos etiquetados como resentidos, reactivos, radicales y vistos como una amenaza por hacer manifiesto nuestro nivel de conciencia frente a la magnitud de la crisis civilizatoria que afrontamos.

La cultura blanca-occidental, aquí en Latinoamérica y en el mundo, se ha encargado de construir una serie de relatos que minimizan la magnitud de los daños o reconocen solamente en grado parcial lo ocurrido, naturalizando un sinnúmero de excusas y justificaciones que terminan por dejar bien librado el origen del problema, a continuación evidenciamos los más frecuentes:

  1. El mestizaje: la cultura del mestizaje fue estructurada por la élite criolla como un dispositivo de borramiento del genocidio y el etnocidio y las múltiples violencias coloniales que repercutieron en el exterminio gran parte de la población nativa en Abya Yala. La idea del mestizaje como mezcla racial y cultural no devela que dicha mixtura ocurrió siempre de manera violenta, opresiva y en condición de desigualdad. Ejemplo de ello es el tratado La raza cósmica de José Vasconcelos, donde plantea la desaparición del ‘lastre negro e indígena’ para lograr la unificación del nuevo hombre mestizo. Esto dice bastante de la soberbia del hombre blanco que desde su lugar de privilegio pretende extirpar la huella originaria de aquello que considera desechable. Hoy, es generalizada la idea de que “todos somos mestizos”, como una fórmula para desconocer, de manera inconsciente o intencional, el origen del mestizaje como un mecanismo de ocultamiento y control poblacional.
  2. El Negacionismo: tal como ha ocurrido con la negación del Holocausto judío a manos del nazismo alemán, una gran proporción de la población blanco-mestiza (letrada e iletrada, de élite, clase media y de origen popular) niega las causas y efectos de la explotación, secuestro, esclavización y exterminio de millones de seres humanos bajo el dominio del modelo colonial blanco-europeo. A pesar de la abundante evidencia, niegan la existencia del racismo y la discriminación racial como dispositivos vigentes de opresión de los pueblos afrolatinoamericanos y las nacionalidades indígenas. Sin importar que el racismo y la discriminación constituyen problemáticas REALES que condicionan de manera estructural y cotidiana la calidad de vida de estas poblaciones, según el imaginario blanco-mestizo, ya no existe tal cosa como racismo o discriminación racial, sino un supuesto complejo de inferioridad. Craso error que los hace cómplices del sistema de opresión basado en la idea de la superioridad racial.
  3. La apropiación cultural: la cuestión más problemática asociada a la apropiación cultural no es el préstamo de activos culturales o prácticas de matriz indígena o africana, sino la empatía selectiva y elitista que muestra cierta franja de la población blanco-mestiza -particularmente en el ámbito del arte y la cultura- hacia estas expresiones, mientras que en la práctica siguen reproduciendo estereotipos racistas y creencias absurdas y contradictorias que incluso los lleva a suponer que tener dominio técnico sobre algunas expresiones artísticas los convierte en negros/as, mientras que tú, a pesar de haber sido concebido y parido a través del útero de una mujer negra y de estar atravesado por la experiencia cotidiana de la Negritud no eres “lo suficientemente negro”. La apropiación cultural es la explotación del privilegio sin la aceptación total de la responsabilidad.
  4. El relativismo moral: quizá el desafío más grande que enfrenta la cultura blanca occidental y la población mestiza en América Latina. El relativismo ético-moral concebido en gran parte de su filosofía y sus prácticas de sociabilidad los lleva a racionalizar de manera constante lo irracional, a justificar de manera diaria lo injustificable: “los mismos africanos vendieron a su propia gente”, “eso es cosa del pasado”, “los indígenas también fueron imperialistas”, “todo pasó por algo”, etc. de manera creativa, la mente colonizada blanco-mestiza busca por todos los medios de desestimar su responsabilidad y evadir la brutal realidad: bajo la hegemonía del proyecto supremacista blanco occidental el planeta enfrenta su mayor crisis en milenios y la vida, tal y como la hemos conocido, está a media noche de desaparecer.

No es tiempo de culpabilizar, lejos de ello, el objetivo vital es identificar el origen estructural del problema que enfrenta esta caduca civilización para así formular una solución definitiva que permita hablar desde la esperanza y la posibilidad de construir un nuevo modelo de Humanidad sin la opresión, la inferiorización, la esclavización de la vida para el beneficio individual y la acumulación psicótica. Sin embargo, como sobrevivientes, es nuestro legítimo derecho cuestionar a una cultura que continúa reproduciendo gran parte de la violencia colonial e incluso viendo a las víctimas de este sistema como una amenaza por aquello de que “hacerse la víctima es peligroso, las víctimas siempre quieren hacerte sentir culpable”. ¿Cómo es posible que denunciar el dolor de la tierra y el sufrimiento de millones de seres humanos encadenados al mal de la guerra, el hambre y la desigualdad sea visto como algo más peligroso que la existencia de las estructuras de pensamiento, las ideas, prácticas e imaginarios que sustentan y justifican la muerte y la depredación? ¡Es el colmo! Tal cosa sólo podría suceder bajo un modelo de pensamiento individualista, mezquino, dualista, que se solidariza parcialmente con las demandas de justicia siempre que se trate de los animales y el agua pero que desprecia profundamente a las personas que también están agonizando bajo este modelo civilizatorio. 

La idea de que es la Humanidad la que está acabando con la tierra es una trampa del modelo para justificar una nueva ola de genocidios y etnocidios bajo efecto de las guerras y las manifestaciones del cambio climático. No es la Humanidad a secas quien se ha encargado de destruir la vida del planeta, es el modelo de Humanidad europeo blanco-occidental que ha puesto en vilo la continuidad de la existencia humana: ¡háganse cargo, reconozcan la responsabilidad directa del proyecto humanista blanco-occidental! Es el paso inicial para construir de manera integral y coherente alternativas para el cambio civilizatorio. A partir de allí, es urgente que todas las propuestas se auto-reconozcan como anticoloniales, antirracistas, anticapitalistas, en paridad con lo femenino, con la tierra y con la vida.


Sikán Keïta

Profesora, escritora e investigadora en estudios étnicos, arte y afrodescendencia. 
Colombia


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