He estado en silencio durante un tiempo… necesitaba tomarme un descanso, informarme, centrarme en mi trabajo y leer mucho. Durante este tiempo he podido escribir algunos textos para otras plataformas y realizar algunos cursos sobre feminismos. He participado en una charla de la maravillosa Minna Salami, que ha hablado durante casi una hora de feminismos negros. Este tiempo ha sido reparador. Y ahora con más humildad, me vuelvo a acercar a un espacio donde tiene que primar la negritud, la africanidad, la raíz de la madre tierra. Durante tiempo, me he puesto varias preguntas sobre mi futuro, sobre todo profesional y familiar. Tengo 33 años, estoy en una relación de pareja de hecho con un hombre africano, tanto él como yo trabajamos en el sector social y estoy siempre rodeada de África. Creía que todo esto era suficiente para entenderlo todo… ¡Que va! Nada más lejos de la realidad. Y entonces he pensado que hay muchas personas que, como yo, quieren ir más allá y abrir los ojos hacia otros feminismos o, al menos, un feminismo realmente antirracista.
Podríamos hablar de muchos temas, pero hoy me quiero centrar en uno solo de ellos: los cuidados. Este gran fantasma que respira detrás de nuestros cuellos. Este gran peso, esta mochila que llevamos siempre con nosotras. ¿Y si soy madre? ¿Y si enfermo? ¿Y si mi madre se pone mala? ¿Y si quiere tener los cristales y las lámparas limpias? ¿Y si, y si, y si?
Y la respuesta es siempre la misma: “pues contrato a unA limpiadora, niñerA, cuidadorA, enfermerA, etc.” Parece mentira que todos los trabajos tienen una versión para ambos sexos, pero los trabajos de cuidado se suelen usar al femenino. Demos un paso más… porque no nos vale la excusa de que así le damos trabajo a una “pobre migrante necesitada”. Lo que le estamos dando es un sitio bien claro en la escala social… el de cuidadora, de interna, de persona que no tendrá acceso al espacio público, ya que nosotras queremos realizarnos profesionalmente. Algo no cuadra, queridas lectoras. Y con esto no quiero decir que no tenemos derecho a querer realizarnos profesionalmente, sino que este debería ser un derecho de TODAS. No podemos luchar para la igualdad de oportunidades, relegando a un lugar secundario a nuestras hermanas migrantes. No podemos afirmar que somos defensoras de los derechos de las mujeres cuando le pedimos a una mujer migrante encargarse de limpiar el culo a la abuelita y no a nuestros hermanos varones (hijos de la misma abuelita). No podemos defender el derecho de nuestros maridos o parejas o padres de nuestras criaturas a trabajar y no tener tiempo ni fuerza para otra cosa, cuando es a nosotras que nos toca cargar con el peso de la responsabilidad mental y acabar pidiendo la ayuda de una niñera, otra vez migrante. Todas estas mujeres que cuidan, nos cuidan, cuidan de nuestros hogares, de menores y personas mayores son la base fundamental de nuestra independencia. Y no debería ser así. No podemos aceptar que nuestra satisfacción se fundamente en la utilización de recursos tan fácilmente alcanzables como la mujer migrante en situación de vulnerabilidad. Estamos abusando de ellas, no las estamos apoyando ni ayudando para nada. Estas mujeres hacen el trabajo que nuestras parejas, hermanos, padres, hijos, primos, sobrinos y nietos (y uso el masculino queriendo) deberían hacer. Estas mujeres, olvidadas en nuestro país hacen una labor que debería realizar el famoso estado del bienestar. Luchemos juntas, pues, para que se diseñen políticas de apoyo a las familias que quieren tener hijas/os. Luchemos juntas para que las mujeres migrantes puedan ver reconocidos sus estudios y experiencia profesional y no tengan que acabar realizando los trabajos que nosotras no queremos realizar.
Estoy muy harta de hablar con mis amigas y conocidas africanas y afrodescendientes y que me digan frases tipo:
– “Me ha salido un curro de cuidadora de ancianos” (Lucy, Nigeria, 24 años)
– “Tía, no me van a convalidar mi licenciatura.” (Graciela, Colombia, 25 años)
– “Me duelen los brazos y la espalda de tanto limpiar pisos” (Viviane, Camerún, 32 años).
– “Me da igual realizar cualquier trabajo. Tengo que enviar dinero a mi familia” (Lucrecia, Colombia, 28 años).
– “Estaba en la clase de derecho público y una compañera me ha preguntado qué estaba buscando, como si las negras no tuviéramos derecho a estudiar y a formarnos más allá del cursillo de auxiliar de limpieza o pinche de cocina” (Fatou, 22 años, Senegal).
Queridas lectoras, y ahora me dirijo sobre todo a las no afrodescendientes, ¿os habéis tenido que sentir así alguna vez? ¿Habéis entrado en la universidad y os han mirado sorprendidas/os porque no se esperaban que una como vosotras estuviese allí? Cuando pensáis en vuestro futuro, ¿lo primero que os viene a la cabeza es que os tocará trabajar de lo que sea para darle de comer a alguien de vuestra familia?
Si estas dudas no nos tocan, es que tenemos un privilegio. Y si tenemos un privilegio no es que tengamos que retroceder, pero sí debemos luchar para que ninguna mujer tenga que pensar que todo vale con tal de llevarse unos duros en el bolsillo o que nunca podrán aspirar a verse reconocidos sus estudios y esfuerzos porque no son europeas.
Yo, honestamente, estoy cansada y creo que es un gran asunto pendiente entre las feministas. Me gustaría saber qué opináis y si tenéis algunas propuestas para que estos privilegios de pocas se transformen en derechos de todas.
Giorgia Formoso
Profesora de Formación y Orientación Laboral. Italian residente en Sevilla.
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