El otro día discutí con una amiga, también periodista, que no entendía por qué era importante para mí que saliera gente de otras etnias en la tele. Ella, que me adora, dice ver sólo personas, no colores, géneros y blablablá. Para apuntalar su argumentación esgrimía que tampoco se veían ahí a chicas como ella, delgadita y con poco pecho, y que eso jamás le hizo pensar que no sería posible trabajar como reportera.
No es igual, le decía. Tú ves a gente como tú por la calle, en las revistas, en los periódicos y en el cine. Podrías parecerte a alguna de tus profesoras, a tus compañeras, a tus amigas o,incluso, a tus primas. Y, pese a que la televisión es un monstruo machista en el que, en el caso de las mujeres, no siempre basta con saber comunicar, hay más personas con las que puedes encontrar elementos afines a nivel físico. Tu pelo, tu color de piel, tu forma del cuerpo, tus facciones, tus apellidos 100% españoles. Eso lo encuentras en la tele y en la calle.
Tú sabrás cómo serás de mayor, porque aunque en la pequeña pantalla se rinda culto a la juventud perenne también aparecen, a veces, mujeres mayores blancas.
Tú te reconoces en televisión muchas veces al día. Yo no. Yo nunca, o… venga, casi nunca.
¿Sabes lo que significa no ver a esas personas como tú? Significa ser consciente desde tu más tierna infancia de que eres tan minoría que para muchxs ni existes. No existes, no sólo no estás, es que no eres o eres una “nadie”. Significa que cada vez que sale alguien como tú carga con el peso de una representación esperada por muchxs (responsabilidad que no acarrean de igual modo, o al menos, no en este sentido las personas blancas). Significa que creces sin referentes estéticos y te ves fea (o aspectos de ti, como el pelo, que te parece que lo son sólo por no ser los de la mayoría). Significa que vives, más allá de tu familia, sin modelos que te hagan pensar que tú puedes ser muchas cosas en la vida, desde el periodista que da las noticias hasta la doctora que sale entrevistada.
Y lo malo no es sólo eso, sino que cuando al fin, sale gente como tú, no diría que siempre, pero en demasiadas ocasiones, aparece instrumentalizada, ultra estereotipada y/o hipersexualizada.
Ejemplos, me pedía. Miles, tenía yo:
He sido la negra, negri, un Conguito, Webster, Arnold y Seedorf
Mi infancia coincidió con las hambrunas de los 80 de Etiopía. Lxs únicxs niñxs negrxs que veía por la tele eran víctimas de una emergencia humanitaria. En clase me preguntaban que si en África teníamos sillas, mesas y casas. Yo no había estado nunca ahí pero veía las fotos de mis familiares y me parecía que tenían todo aquello. Sin embargo, por si acaso, me empeñaba en preguntar con un temor creciente a mis padres, que si éramos pobres porque todxs los que se parecían a mí (o yo a ellos) lo eran, así que no iba a ser yo menos.
En mi adolescencia, siendo todavía virgen, me escogieron Miss Polvo Salvaje en el viaje de Ecuador de carrera de la facultad (el tema de los concursos de belleza daría para otro post pero no es el tema que me ocupa ahora). Evidentemente, nada es baladí. El imaginario de mis compañeros de clase era consecuencia de una juventud en la que las negras que se veían en la tele de aquí eran las Cacao Maravillâo y Regina Dos Santos.
Recientemente fui a presentar un acto e iba «de domingo», arreglada, como correspondía. Me preguntaron que si iba a ayudar a adecentar la sala.
Por supuesto, no hay problema en arreglar una sala, el problema reside en no concebir que yo pudiera ser la presentadora .
Jamás había visto a ningún afrodescendiente que hiciera lo que hacía mi familia en la tele. Yo iba muy reforzada porque siendo tanto mi padre como mi madre universitarixs, de mí se esperaba, como mínimo, que les superara y, no obstante, te afecta, no sólo por tus expectativas sino por lo que los demás ven cuando te miran. Teniendo en cuenta que somos seres sociales, por muy impermeable que seamos a lo que acontece a nuestro alrededor, nos salpica. En el caso de las mujeres negras, encima, racismo y machismo se cruzan todo el rato.
La reacción natural de mucha gente ante semejante retahíla de anécdotas y reivindicaciones es llamarte victimista. Mi respuesta, últimamente, es preguntar para qué. Sí, PARA QUÉ. ¿Para qué quiero darte pena a ti, amiga mía que, según tú, me ves como una igual? ¿Para qué quiero darle pena a gente que no me conoce? ¡Me parece horrible dar lástima! ¿Acaso mi queja va asociada a una petición económica? ¿A una demanda laboral? No, amiga, yo no necesito un trabajo, porque ya lo tengo, yo lo que quiero es conseguir que este país crezca a todos los niveles y eso pasa por reconocer a todas sus etnias, visibilizarlas y representarlas de forma fidedigna y en su diversidad*. Yo lo que deseo es que haya más niñxs de pequeñxs que quieran ser periodistas y que tengan claro que podrán serlo, que no piensen que porque ya sale una persona negra en determinado canal ya no habrá espacio para más.
Me resultó imposible sacarle de su obstinación «bienintencionada», así que cuando llegué a casa me puse a contar cuántas personas afrodescendientes recordaba haber visto en puestos de presentador/a o/y reporterx desde que tenía uso de razón (los actores/actrices merecen otro artículo). Pues bien, fueron 8** en casi 35 años, que son los Septiembres que pronto cumpliré. Ocho conmigo y merecen que les ponga nombre: Esther Nguema (con quien coincidí en la Facultad y en Telemadrid) que ahora presenta tan bien como ella sabe hacerlo en Antena 3; Mary Ruiz (también estudié con ella en la Complutense) que se desenvuelve con maestría como actriz, modelo y periodista; Desirée Ndjambo estupenda profesional a la que llevamos años viendo como reportera y presentadora en Tve; Sanáa Harraki uno de los rostros principales en el programa de la 2 “Con Todos los Acentos”; Johann Wald al que vi por primera vez en MTV cambiando del inglés al español sin despeinarse y entrevistando a músicxs que me moriría por conocer; Jennifer Rope que también presentó un programa de música durante muchos años y que ahora trabaja como actriz; Andrés Montes, que hasta su fallecimiento ha sido una de las VOCES, con mayúsculas, del deporte en este país y Francine Gálvez que, para mí, fue la primera y que sigue incombustible llevando sobre sus hombros los sueños de muchos “nadies”.
Que vengan más, que sean 80 u 800 en lugar de 8, que no podamos ni contarlas, que no sea ni noticia ni motivo de discusión. Que vengan, pero que vengan ya.
*En este punto me gustaría hacer un inciso para recordar la maravillosa campaña de la comunidad gitana en España:
** Me baso en las 8 que yo he visto, seguramente haya más en alguna otra cadena autonómica. De ser así, por favor, ¡mandadnos vídeo o foto de ella/él! Sumemos.
Autora: Lucía A. Mbomío Rubio
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