Cinco minutos antes de la cuenta atrás había nervios, inquietud y todavía quedaba algo de esperanza. Sin embargo, esta se desvaneció desde la primera campanada. La pasada madrugada del nueve de mayo, Madrid se vistió de gala y salió a celebrar como si les fuera la vida en ello, –y sin ser realmente conscientes de lo mucho que les va–. La Puerta del Sol, entre otros lugares, acogió a decenas de personas que, cambiando el champán por cerveza y otras bebidas, no escatimaron a la hora de bailar, gritar, abrazarse y divertirse para recuperar el tiempo y las festividades perdidas. La capital madrileña adelantó la Nochevieja hasta mayo, aprovechando para conmemorar la última que no pudieron celebrar en una reunión por la “libertad”.
Algo de razón habrá tenido Isabel Díaz Ayuso al afirmar que todos quieren vivir “a la madrileña”, porque la imagen vista en la capital se repitió por numerosas comunidades. Barcelona, Castilla y León, País Vasco, Sevilla o Valencia fueron algunos de los lugares que también se sumaron a este particular libre albedrío que solo es favorable para algunos. Los licenciosos salieron con todo, menos con sensatez, ya que la incidencia del coronavirus en los últimos catorce días en la capital sigue estando por encima de los 370 casos por cada 10.000 habitantes. O quizá nunca la tuvieron, teniendo en cuenta que coronaron como reina a una figura política cuya principal propuesta era la defensa de irse de cañas.
Decía también Ana Torroja en Un año más que cuando quedaran cinco minutos para las doce había que hacer el balance de lo bueno y malo. Yo prefiero hacerlo después, cuando ya se han guardado los matasuegras, los vestidos de gala y los ánimos parecen haberse aplacado. ¿Quiénes son las víctimas y quiénes los verdugos? ¿Quién tiene que hacer autocrítica sobre lo ocurrido? En el plano político, como siempre, se lanzan las culpas unos a otros como si estuvieran jugando al balón prisionero. Y, de paso, aprovechan para reírse un poquito más de los ciudadanos entre turno y turno.
Tras lo ocurrido el domingo, a Pablo Casado le faltó tiempo para salir a calificar a Pedro Sánchez de imprudente, y tildarlo como el único responsable de que se desate otra ola pandémica. Santiago Abascal, fiel escudero de la polémica, se unió a estas críticas. Resulta tremendamente curioso que los dos representantes de las formaciones que se han mostrado radicalmente críticos con perpetuar el estado de alarma, calificándolo de “vergüenza” o “inútil”, ahora se echen las manos a la cabeza cuando ven las consecuencias de eliminarlo y se afanen en hacerle un juicio público a los contrarios.
Otro que va sentando cátedra sobre el tema es José Luis Martínez-Almeida, quien aprovechó para condenar los actos acaecidos en la capital diciendo que “la libertad no consiste en infringir las normas”. Una frase muy acertada, sin duda alguna. Con lo que no está tan fino el alcalde es con la memoria, ya que parece haberse olvidado muy pronto de que sus compañeros de partido celebraron la victoria del cuatro de mayo en Génova 13 desde un balcón que tenía a sus pies a decenas de personas que no guardaban la distancia de seguridad. Y también parece haber olvidado que él mismo, al ser cuestionado posteriormente sobre este hecho por Ana Pastor, no paró de tirar balones fuera.
Desde el otro lado, Pedro Sánchez no se ha pronunciado sobre el asunto. Muchos lo culpan a él de lo ocurrido por no haberse atrevido a someter a votación la posibilidad de alargar el estado de alarma y argumentan que se equivoca al decir que la peor parte de la pandemia ha pasado. Como respuesta, Sánchez afirma que España está “a 100 días” de lograr la inmunidad de grupo. Sea como fuere, habrá que esperar a ver los datos de las próximas semanas, mientras todos cruzamos los dedos por debajo de la mesa para que no vayan a peor. Él el primero.
Resulta complicado dilucidar de quién es la culpa, pero parece que el resto españoles estemos pagando los platos rotos de Ayuso y su séquito. De la problemática de que, desde hace un tiempo hasta ahora, en la política se haya empezado a votar a candidatos y no a proyectos. Se podría decir que existe cierta relación entre que la presidenta haya arrasado en 176 de los 179 municipios de Madrid enviando al electorado una carta con un folio en blanco, donde no se recogían ninguna de sus ideas, y las personas que salieron el domingo a corear “¡Ayuso! ¡Libertad!” con sus bebidas en alto: el sobre de la presidenta estaba igual de vacío que lo están los cerebros de quienes la apoyan.
Lo que sí está muy claro en todo esto es quiénes no deben ser inculpados. No son culpables ni las personas que han fallecido, ni sus familiares y amigos; ni quienes se encuentran hospitalizados o en sus casas intentando ganarle el pulso al virus. Ni todos los profesionales que han estado en primera línea, ni los que han tenido que dejar de estarlo por la complicada situación económica derivada de toda esta situación. Ni quienes cada día, a pesar de la fatiga pandémica –porque sí, los que no somos abanderados de la libertad también la sufrimos–, intentan cumplir cada restricción de la mejor manera. Ni son culpables, por qué no decirlo, el resto de jóvenes que no salieron a las calles de Madrid, ni a las de ningún otro sitio, y que a partir de ahora van a verse afectados por las generalizaciones absurdas que los colocan como los únicos causantes de la pandemia.
Y decimos adiós y pedimos a Dios que en el año que viene, a ver si en vez de un millón pueden ser dos, canta Torroja, en una letra que ya se ha convertido en himno del Fin de Año. Como Madrid parece haber adelantado esta festividad hasta mayo, voy a aprovechar para pedir un par de deseos para el futuro, como se hace con las uvas, aunque no sea 31: un millón de líderes políticos responsables y dos de votantes consecuentes.
Nerea De Ara
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