Estos días ha saltado la polémica en torno a una purga de libros y cómics realizada por unas escuelas católicas en Canadá. Todo se ha sobredimensionado de tal manera que trasciende el hecho en sí. Además Suzy Kies, copresidenta de la Comisión de Pueblos Indígenas del Partido Liberal de Canadá (partido del primer ministro Trudeau) e impulsora de esta iniciativa, después del revuelo montado y de que se supiera que no tenía ancestros indígenas como ella afirmaba, ha dimitido.
Más allá de que deberíamos hacer un análisis psicológico de porqué hay tanto blancos que se hacen pasar por racializados (casi siempre para obtener algún beneficio personal), detrás de esto está el debate de si los niños deben tener acceso a estas historias o debemos protegerlos hasta que tengan la madurez suficiente para entender el contexto en que se escribieron y puedan abordarlos de una manera crítica. También el de si debemos proteger a los colectivos racializados de manifestaciones culturales que perpetuan su discriminación histórica.
Recuerdo en mi niñez las lecturas en la biblioteca de mi colegio. Había viejas colecciones de Tintín, Lucky Lucke y Asterix y Obelix que yo leía con ansia. Me encantaba leer esas historias, sobre todo Tintín, a pesar de lo dañinas que algunas de ellas eran para mi propia identidad. Claro está que en esos momentos no era consciente de ello. Como niña negra en España en los 80, mi mundo era completamente blanco y solo esa versión de todo que me rodeaba, estaba a mi alcance.
El caso de Tintín, que es el que me ocupa, es conocido. La historia de Hergé (Georges Remi), el creador de Tintín, está bien documentada. El dibujante trabajó durante la Segunda Guerra Mundial en un periódico filonazi. Además algunas de sus primeras historias de Tintín difundieron ideas de extrema derecha entre los niños. Los primeros cómics son los más controvertidos: Tintín en el país de los Soviets, publicado por primera vez en 1929, es tan claro en su propaganda anticomunista que el mismo Hergé intentó suprimir su publicación en años posteriores. En 1930, Tintín en el Congo, la aventura del héroe belga lo lleva a la antigua colonia de su país, de pasado terriblemente sangriento, donde «civiliza» a los nativos (que son retratados con una combinación de racismo e inferioridad paternalistas) y sacrifica animales como un gran cazador. Luego están Tintín en América o El templo del sol donde son los nativos americanos quienes son ridiculizados e inferiorizados.
Imaginaros una niña de 8 años hija de un hombre africano, con abuelos, primos y tíos africanos viendo en Tintín en el Congo una tribu africana adorando a Tintín, un jovencito blanco, porque en su estupidez salvaje creen que es un Dios. O en otra como después de que Tintín resolviera una disputa banal (que por supuesto ellos eran incapaces de solucionar), un miembro de la “tribu” diga: “Maestro blanco muy justo. Él muy buen blanco».
Este tipo de cosas son las que aparecen en esa viñetas y supongo que si alguien no ha sido una niña negra creciendo en España o Europa no es capaz de entender cómo afectó ese tipo de historias en mi imaginario. Me costó décadas aprender a amarme a mi misma, ya que vivía en una sociedad que hasta en los cómics infantiles me decía que era inferior, estúpida, poco más que un animal salvaje.
Y no es solo el efecto que causaron en mí, sino el que causan en los niños blancos que aprendieron a ver a esos otros como seres inferiores y estúpidos. Resulta sorprendente como incluso hoy en día la mayoría de la gente en este país tiene la idea de África como una tierra salvaje y selvática, poblada por gente ignorante que no sabe cuidarse a sí misma. Y por supuesto esto no es culpa exclusiva de los cómics de Tintín, pero esas historias forman parte de un ecosistema que mantiene al africano, nativo americano o asiático en su lugar, que siempre está por debajo del de los hombres y mujeres blancos.
Yo no soy de quemar libros, los amo, incluso los detestables. Creo que deben quedar como material de estudio y como prueba de un pasado odioso y racista, incluso en el cómic. Además es un error táctico.
Todas las escuelas e institutos del mundo reciclan libros y los libros reciclados son destruidos. El error ha sido el tratamiento que se ha dado. La quema de 30 ejemplares a modo simbólico ha dado pie a los enemigos del antirracismo, a derecha e izquierda, a evocar las quemas nazis de libros. Así los que quieren embarrar el terreno de juego pueden hablar de lo que les interesa y no entrar en el fondo de la cuestión, que es si los niños tienen que tener acceso en nuestras escuelas públicas a contenidos racistas. Porque son racistas.
Ya he afirmado que la destrucción y quema pública de libros siempre es un error. El conocimiento y la cultura siempre debe quedar, aunque sea para su crítica. Precisamente “Tintín en el Congo” sería una magnífica herramienta para estudiar el racismo europeo y ese debería ser su contexto, como elemento que utilizase el profesorado para hacer entender a sus alumnos cómo han funcionado los estereotipos para crear el mito de la inferioridad del africano. Estamos muy lejos de que esto suceda, desgraciadamente.
Pero al igual que nos parecería inconcebible que en una biblioteca de un colegio, hubiera cómics o libros al alcance de cualquier niño que normalizasen la homofobia o el maltrato a la mujer, con el racismo debe ser exactamente igual. A nadie se le ocurriría que los niños de 9 años conociesen “Mi lucha” de Adolf Hitler. Pues en estos cómics de Hergé hay visiones comunes con el famoso libro del genocida alemán.
¿Hay que eliminar toda la colección de Tintín? NO ¿Hay que borrar del mapa para siempre? NO. Pero hacer una selección no sería descabellado como quieren hacernos creer.
Porque el racismo no es solo una opinión, es una agresión, y como tal debe ser tratada.
Marián Cortés Owusu
Educadora.
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