jueves, octubre 10

27 años del Genocidio de Ruanda, el gran fracaso de la comunidad internacional

Hoy se cumplen 27 años del inicio de la peor masacre de la historia reciente de África. Durante 100 días una ola de asesinatos arrasó la población de Ruanda, una región situada en el corazón de un continente demasiado habituado al dolor y al sufrimiento. Fueron tres meses de tormento para un país desahuciado por la comunidad internacional, la cual asistió impasible la matanza  de aproximadamente 1 millón de personas. Desde ese entonces se propone el 7 de abril como el día internacional para el recuerdo y reflexión de los horrores cometidos y para la conmemoración de las víctimas de Ruanda.

Foto reuters. Fuente Excelsior.

En  marzo de 2003, Consejo Ejecutivo de la Unión Africana recomendó a la ONU y a los miembros de la comunidad internacional que, en conmemoración de la victimas, proclamaran el 7 de abril como el Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en 1994 en Ruanda. Este día, además de recordar a aquellos que fruto de la crueldad fueron torturados, violados y asesinados injustamente, se plantea como una jornada para la retrospectiva. Resulta fundamental poner sobre la mesa y evaluar el papel que tuvieron los diferentes agentes internacionales durante aquellos acontecimientos atroces con el fin de que no se vuelvan a repetir. 

¿Qué ocurrió el 7 de abril de 1994?

Esta fecha marcó el comienzo de un intento planificado por el Gobierno hegemónico de los Hutus de exterminar el linaje Tutsi. Para entender la rivalidad entre ambas comunidades debemos remontarnos al siglo XIX, una época en la que los Belgas ostentaban el control de de Ruanda. Desde su posición de poder estos comenzaron a diferenciar y clasificar a la población según su etnia y a ofrecer ciertos beneficios. En ese entonces el territorio quedó dividido en tres grupos: Tutsis, Hutus y Pigmeos Twa. Por su parte, a los Tutsis -el 14% de la población- se les concedieron todos los privilegios posibles debido a su aparente semejanza con lo europeos. Por el contrario, los Hutus fueron relegados al más bajo estrato del sistema social y a las tareas menos cotizadas. Dicha inequidad generó ciertas tensiones y conflictos entre ambas comunidades. 

Tras la declaración de independencia de Ruanda la balanza de poder se invirtió favoreciendo en esta ocasión a la etnia Hutu. Por su parte, Juvénal Habyarimana tomó el  control del país y ocupó la presidencia a través de un golpe de estado. La llama del rencor entre las dos grandes etnias seguía viva y los conflictos no tardaron en estallar. Los Tutsis, que una vez estuvieron en lo más alto, se vieron obligados a exiliarse en los países vecinos. Desde el refugio fundaron en Uganda el Frente Patriótico Ruandés -FPR- y comenzaron a organizar un nuevo ataque contra el Gobierno y la población de Ruanda. Con el paso de los años las tensiones entre ambos grupos no parecían solucionarse. 

En 1993 el Gobierno Hutu y la guerrilla del FPR en aparente consenso firmaron los Acuerdos de Paz de Arusha. No obstante, un año más tarde se volvió a desencadenar la masacre: vecinos y compatriotas enfrentados en un escenario sin leyes ni compasión. Durante la noche del 6 de abril de 1994, el avión en el que viajaba Juvénal Habyarimana fue atacado y derribado por dos misiles. Este emprendía el viaje de regreso desde Dar es-Salam, ciudad en la que se habían llevado a cabo las negociaciones para prolongación de los Acuerdos de Arusha. A pesar de que no existían pruebas que incriminan a los Tutsis de dicho atentado se les inculpó de inmediato. 

Este hecho no hizo más que acrecentar el rencor del sector más extremista de los Hutus. Movidos por la ira desencadenaron una campaña que invitaba a asesinar a los Tutsi y a todos aquellos que, en un acto de compasión, los protegieran. Se calcula que a lo largo de los tres meses que duró la masacre 1 millón de personas fueron asesinadas y aproximadamente 400 mil niños quedaron huérfanos. Además, durante el conflicto las violaciones en masa fueron usadas como “arma de guerra” y como resultado la mayor parte de las mujeres que sobrevivieron -al menos 250 mil- fueron violadas en varias ocasiones. A día de hoy se desconoce el número de niños que nacieron fruto de la violencia sexual en la guerra.

Los gritos de auxilio que la comunidad internacional decidió ignorar  

«Se podría haber evitado. Las señales de alarma eran claras, pero no hubo un compromiso claro por parte de los actores internacionales relevantes para adoptar las medidas necesarias», declaró el asesor Especial sobre la Prevención del Genocidio de la ONU, Adama Dieng, en una entrevista para Europa Press. Lo cierto es que durante el desarrollo del genocidio la respuesta de la comunidad internacional fue nula y el papel de Occidente en el proceso fue lamentable. Estados como Francia, Bélgica o EEUU desestimaron desde un principio su intervención en el conflicto, anteponiendo sus intereses propios a la vida de miles de personas inocentes que estaban siendo asesinadas. 

La sombra de la indiferencia también alcanzó a las Naciones Unidas, que en una de sus actuaciones más cuestionables abandonó al país a su suerte.  El 11 de abril la Cruz Roja Internacional declaró que “aunque no pueden dar cifras concretas, decenas de miles de ruandeses están siendo asesinados ante la pasividad de la ONU”. En un principio, sus únicas aportaciones para apaciguar la masacre fueron 2.600 cascos azules, tropas que fueron retiradas cuando el conflicto se agravó.

Es cierto que la capacidad de la ONU para reducir el sufrimiento de las víctimas de Ruanda, en parte, estaba limitada por la disposición de los los Estados miembros a responder con tropas adicionales u otros medios. En numerosas ocasiones Washington retrasó la votación de las resoluciones para detener el genocidio. Cuando por fin reaccionaron y reforzaron sus actuaciones ya no quedaba nada que apaciguar, las  fértiles tierras de Ruanda ya estaban cubiertas de la sangre de miles de víctimas inocentes.

Judit Martín 



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