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sábado, julio 27

Sobre la fragilidad blanca en Puerto Rico

La gran mayoría de los puertorriqueños blancos –sí ya es hora de que vayan reconociendo esto y cómo se benefician de su blancura— son incapaces de entablar conversaciones sobre racismo sin asumir una actitud defensiva. Como ocurre en muchos lugares donde impera la supremacía blanca, los puertorriqueños blancos no acostumbrados a que se les cuestionen sus ideas sobre raza y racismo, tuvieron un colapso emocional la semana pasada. El detonante fue un comentario que hice en privado sobre una ilustración hecha por la artista Tere Marichal, que por alguna razón le llegó a la artista, y ella pensó que al hacerlo público se haría justicia. Su reacción y la de sus seguidores es lo que se conoce como fragilidad blanca(1). En Puerto Rico dicha fragilidad para nada tiene que ver con debilidad o perdida de poder, al contrario, es el arma más fuerte para mantener el status quo y el orden racial jerárquico. Es la manera de mantenernos en nuestro lugar. 

Cuando se padece de fragilidad blanca las reacciones son siempre las mismas(2): sacan su CV de activistas pro-derechos humanos e igualdad, reclaman no ver colores, enumeran a sus amistades y familiares de color más oscurito (usando su mismo vocabulario) o miembros de la comunidad lgbtq+ u otro grupo oprimido y por último lloran por la injustica que se ha cometido contra ellos.  Tere Marichal, a pesar de reclamar haber hecho trabajo antirracista, no fue capaz de detener la diatriba racista que sus seguidores, gente respetada por muchos y sobre todo educada, descargaron contra mí y contra todas las personas negras que intervinieron en ese intercambio. Me pregunto ¿para quién y qué tipo de trabajo antirracista hace? Incapaces de enfocarse en mi señalamiento y discutir sobre lo problemático o no de la ilustración reaccionaron con un linchamiento público e intento de desprestigiar toda aquella persona que no defendiese a la artista. Asunto que me lleva a afirmar que en Puerto Rico no se puede hablar de racismo sin reconocer las intersecciones de clase y género y que las mujeres negras como yo en general no somos tratadas con la misma sensibilidad que una mujer blanca. También que hay una jerarquización de saberes que es producto de la clasificación racial. Por eso no sorprende que me tildaran como ignorante, perdida o confundida, esto a pesar de tener un doctorado y estudiar temas como racismo, raza y diáspora africana negra que debió ser la discusión de ese post. 

No podemos negar ni tapar con la mano lo que ocurrió: las mujeres negras somos albo de ataques diariamente pues seguimos impregnadas en el imaginario colonial del archipiélago como seres de servicio, sumisión y complacencia. Nunca verán lo que se vio en ese post si el comentario detonante hubiese sido hecho por una mujer blanca. Y es que históricamente a las mujeres negras se nos percibe como personas fuertes y de una fortaleza emocional que les inhibe a las personas no negras a ser sensible y empáticas con nuestras emociones y reclamos. Por eso experimentamos una violencia de una manera desproporcionada como ocurrió en ese post de Tere Marichal. Y es por eso por lo que denuncio el racismo epistémico que surge del contexto blanco en Puerto Rico.  

Resulta que las personas blancas en Puerto Rico están tan acostumbradas a que el entorno social les proteja que reproducen un pacto de solidaridad blanca que desencadena en una serie de agresiones y manifestación de coraje, desconfianza y a veces en admisión de un pequeño desliz que les ayuda a restablecer el equilibrio racial transgredido. En el caso de Puerto Rico este comportamiento se debe a que, a pesar de haberse creído el mito de la democracia racial y la falacia de la mezcla de las tres razas, existe en el archipiélago una jerarquía racial que les salvaguarda y no se atreven a admitirlo. La intransigencia de todas las personas que participaron de ese intercambio no sorprende, pues para los estándares de la fragilidad blanca, es más ofensivo que alguien haga el señalamiento de racismo que el racismo mismo, por lo que asumir una actitud defensiva y de víctima es de esperarse. Han vivido por mucho tiempo sin ser cuestionados que esperan siempre ser idolatrados por su aportación, aunque sea ofensiva y de mal gusto ajeno a la realidad de las personas negras en el archipiélago puertorriqueño. 

Este escrito es de nuevo una invitación a pensar el mundo por otros lentes; un mundo donde otras formas de existir no sean marcadas por la violencia de la cancelación, silenciamiento y negación. Su resistencia a reconocer un privilegio por ser persona blanca debe ser superada para que se produzca un progreso significativo tanto interpersonal como social. Las personas blancas en Puerto Rico deben permitirse enfrentar los prejuicios implantados en ellos por una sociedad racista. Y a mis mujeres y femmes negres hay que quemar puentes y poner el dedo en las heridas cuando sea necesario. 


(1) El concepto de fragilidad blanca fue desarrollado por Robin DiAngelo en el 2011 para describir la actitud de incredulidad y defensiva de las personas blancas cuando eran cuestionadas por su racismo. Su libro, hay que leerlo con pinzas, pues en ocasiones minimiza la experiencia de las personas negras, pero es un buen lugar para comenzar.

(2) Para leer más sobre este tema “The Sugarcoated Language of White Fragility” por Anna Kegler.


Marissel Hernández-Romero

Académica negra puertorriqueña y profesora en la Universidad de Alfred (Alfred University). Su investigación aborda entre varios temas con qué frecuencia los sectores olvidados, marginados y excluidos de las sociedades latinoamericanas y caribeñas tienen voz en los movimientos culturales y la literatura contemporáneos. Actualmente está investigando el tema del afrofuturismo en América Latina y el Caribe hispano.


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