Debemos deconstruir el color de piel del mismo modo que deconstruimos el género. Personalmente, en esto no tengo referentes. He leído y escuchado a hombres y mujeres cuyo color de piel no se asemeja al mío, pero sé que no basta. Así que estoy siendo proactiva en mi deconstrucción, consciente de que es un camino lleno de traspiés y equivocaciones, una ruta infinita.
Hace un año, me di de bruces con el hecho de que mi color de piel me ha dado muchos privilegios a lo largo de mi vida. Había creído que ser mujer me ponía de oficio en la categoría de lxs “no privilegiadxs”. Pero la facilidad con la que unx puede vivir su vida es inversamente proporcional a las causas de discriminación que acumula y, en mi caso, solo he podido ser discriminada por mujer.
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El primer privilegio del que he sido consciente es poder reírme de todo. Las pocas bromas que hieren mi identidad (que no mi sensibilidad) son las machistas. No he oído un chiste contra lxs blancxs en mi vida. Ni en España, ni en Francia, ni en Túnez, ni en la India, ni en Estados Unidos, ni en Indonesia, ni en Malasia. No he dado la vuelta al mundo ni entiendo todos los idiomas, pero mi identidad blanca jamás se ha visto atacada y eso ya significa mucho. Sin embargo, yo debo decir sin orgullo que me he reído de bromas propias de -ismos y -ófobos. He sido joven y borrega; no puedo sino pedir perdón por todas esas veces en las que debí alzar la voz y ni siquiera me di cuenta. No fue cobardía, fue pura ignorancia. La libertad de expresión, unida a la pretensión de lxs blancxs de ser la medida universal de todas las cosas, crea individuos ciegos. Lo que sí he escuchado hasta la saciedad es: “¿ya no se puede [bromear/hablar/opinar]? Qué exageradx”.
Yo jamás seré de otro color que blanco, ni siquiera por obra de la melanina, y por eso no puedo entender plenamente lo que significa oír el enésimo estereotipo contra un afrodescendiente. Nadie me ha dicho que mi color de piel es feo, o sucio, o que mi cabello debería ser más así o menos asá. Nadie me ha dicho que huelo, solo por ser del color o de la cultura que soy.
Lxs blancxs carecemos de ese tipo de experiencias porque hemos moldeado el mundo, nos guste aceptarlo o no. Por eso, ahora debemos hacer lo que nos es ajeno: callar y escuchar. Durante incontables horas. Leer, con la mente abierta a otras vivencias y realidades. Comenzar a comprender hasta qué punto andamos perdidos cuando se trata de espiritualidad, de pobreza, de discriminación y un larguísimo etcétera. Aprender. No es aceptable decidir por los demás lo que es una exageración y lo que no, sobre qué se puede bromear y, por tanto, aquello que los demás tienen que soportar de nosotrxs. Ha llegado la hora de escuchar POR QUÉ causa profundo desaliento ver una caricatura sobre el profeta, aunque a nosotros nos pueda dar igual que alguien caricaturice al niño Jesús. Nuestra cultura lleva siglos denominando a los demás como “salvajes” o “atrasadxs”. Claro, todo eso ya no está a la orden del día, pero no está tan lejos. ¿Cuántxs abuelxs de mujeres blancas se alegrarán hoy de que su nieta se case con alguien negro como el tizón? Eso es una buena vara para medir la pigmentocracia reinante. Esas ideas pretéritas siguen en(tre) nosotrxs, y también, de alguna forma, los valores que las sustentaban. Diluidos, inconscientes, pero están. Como los micro-machismos. Aunque no los llamaré micro-racismos porque su impacto merece un nombre que no los siga infravalorando.
Si no formas parte del colectivo del que se ríe la broma/estereotipo/comentario, no te rías. Puede parecer exagerado, pero prefiero “reír de menos” que “reír de más” y seguir dando la espalda a sensibilidades y vivencias distintas. No quiero seguir hiriendo a lxs demás y decidiendo que son ellxs lxs que no tienen razón. Lo que quiero, es comprender(te) y respetar(te). Lo que hago hoy, como mujer blanca, no compensará las atrocidades presentes y futuras. Pero si todxs lxs blancxs comenzamos a hacer este ejercicio, estoy segura de que la humanidad dará un vuelco positivo.
Farah Claudel
IG @crashstereotypes
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