Un trocito de casa
Harlem
Siempre me ha parecido interesante como el sonido de muchas palabras resulta particularmente hermoso. Oigo resiliencia, entropía, serendipia, y todas las endorfinas de mi piel salivan de placer.
La primera vez que escuché la palabra gueto tenía diez años. Me pareció innecesariamente fea, inapropiadamente ultrajante. Quizás porque iba acompañada de la imagen de cuatro señores con indumentaria a rayas, que me miraban a través de una cerca vallada. La tristeza que los envolvía cayendo como lluvia de cenizas, plasmaba perfectamente lo que sentí cuando escuché por primera vez gueto. No la volví a sentir hasta pasado quince años.
Caminando por el Raval de Barcelona, escuché a una señora ataviada con bufanda de imitación de piel de zorro y cuatro perlas gigantes coronando su cue...