Dar nombre al dolor, educar en la conciencia
Este domingo participé, junto a una plataforma de profesoras y profesores de Zaragoza, en una lectura pública de los nombres de las víctimas más jóvenes de la masacre en Palestina. La cita fue en las escalinatas del Paraninfo. Allí, al aire libre y ante muchas personas, escuchamos listas interminables de niños y niñas asesinados. Nombres de bebés de dos, tres años. Vidas que apenas empezaban y que ya habían sido arrebatadas.
Una cosa es escuchar cifras en la distancia, y otra muy distinta es prestar tu voz para leer esos nombres uno tras otro. Es en ese momento cuando la conciencia pesa: no son números, son vidas que ya no están. Participar como familia me dio un sentido de compromiso profundo, una forma de no permanecer indiferente.
Pero lo más conmovedor fue ver a mi hija, de 13 ...



