La importancia de la descendencia, de la ascendencia africana, a todos nos toca. Escenificarlo a través del manifiesto del arte es tratar de pagar la deuda que le debemos a esa magnánima raza, desbordante de civilización, y de aportaciones inquebrantables. La poesía de Yolanda Arroyo Pizarro enmarca la gratitud, la significancia que tiene para ella y para el mundo. Nos remonta al pasado, a la época dificultosa, aberrante; a la maldita época esclavista. Nos da el sabor amargo de aquellos sentimientos desgarradores y de impotencia, pero de lucha y de fuerza moral y espiritual.
La mujer, voz y protagonista. Ella es la senda por la cual la poeta se dirige. Ella es la encarnación de las miles de esclavas desfavorecidas por el dios de los cristianos; por ser negra africana. Hecho que debió ser una bendición.
La incorporación del español y del africano en los textos en inglés le da una cadencia de maracas y tamboras, de asimilación y conciencia. Yolanda nos anega en el inventario de sabrosidad del africano y de sus penas. Su religión o religiones, su alegría y jolgorio musical, lo afirma con la tinta de su Saeta. Encara la historia y propone la verdad. No se amilana ante la autoridad.
Ante esta pasarela de poemas dolorosos, vitoreantes, culturales y de amor ancestral pulcro y perspicuo, me levanto y me quito el sombrero que me regaló Ochún.
Javier Febo Santiago
- Saeta
el amo camina con aire vacilante
alrededor de ambas esclavas
omele, ravanne, sabar, sikulú
todos los tambores se encienden
no quiero este ruido
quiero el sonido de los míos
se deshace de las botas
una por una
detiene su andar en las sombras de las paredes
desamarra la bombacha de los listones del cuello
da vueltas alrededor de la habitación
iluminada por las velas
toca como tamboras
los abundantes senos de Tshanwe
ella baja el rostro
le llama Teresa
el cabello prieto
ensortijado
no le cae sobre la cara a Tshanwe
la blusa que el amo levanta
no está hecha de hilos importados
carnes firmes y joviales
al ras de esta piel oscura
el amo desprende la falda manchada de barro
con una mano
le abre las piernas
le vuelve a llamar Teresa
palpa su pubis
lo estudia con ávidos ojos
sus dedos se enredan con él
empuja a la negra hasta el lecho
pero antes retira el mosquitero
entra y sale de ella; entra y sale.
omele, ravanne, sabar, sikulu
otra esclava,Jwaabi
se ha quedado de pie
en mitad del aposento
las manos entrelazadas a la espalda
espera sin pudor su turno
- arrancada
negra cara negra
esa noche en el pedazo de espacio forrado de tierra
que hace las veces de cama
la esclava juega con la idea de regresar
recuerda escaramuzas fronterizas
Loango al norte
Ndongo al sur
los reinos de Mbangala al interior
las niñas congoleñas llevan el vestido naranja
producen granos que se convierten en juguetes
volver alguna vez
no parir en el Caribe
en esta isla de pieles blancuzcas
donde ahogar al recién nacido
y envenenarlo para evitar sus cadenas
es lo que hay que hacer
volver alguna vez
alguna vez a los suyos
verlos envejecer entre los sabios y sus magias
tocarles el rostro tatuado
con los colores de las plantas
al otro lado del desierto
el Namib y sus dunas de arena
tantas veces sirvieron de escondite
a ella y a sus parientes con los juegos de aldea
recordar los sonidos de chasquido
peculiares de su idioma
celebrar la llegada de bebés pequeños
con golosinas fruto de las palmeras
no parir en el Caribe
en esta isla de pieles blancuzcas
de idiomas enemigos
ver pujar a los elefantes
ver parirse criaturas
que de seguro
no serán atrapadas como ella
volver alguna vez
- alcanzó la punta de su nuevo amuleto
lo acarició con la yema de uno de sus dedos
emitió un silbido
fundido entre la noche y el ruido de las ranas
si alguien contestara el silbido
si tan solo alguien lo hiciera…
remembranzas de cuando niña
escuchaba la señal de las mujeres de Namaqua anuncios de eventos de guerra
pinturas debajo de los ojos
sobre la nariz
pasta hecha de especias
en tonos que conmemoran el amanecer
el amarre a sus espaldas
la lanza de combate
las cazadoras amarillas
sus flechas envenenadas
mujeres que desconocen el temor
presas de criaturas más claras de piel
secuestradas en barcazas
encadenadas
sortilegios y encantamientos
detonar la carne
- abrió y cerró los ojos
intentó convocar espíritus protectores
escuchó las voces
“eres como un perro”
“la sangre de los negros no es igual”
desconoce los significados
se mueve hacia el frente
intenta correr lastimada
apenas lo esquiva
pero la flecha partida le raya la cara
“¡sangra de verdad!”.
no se detienen
continúan espetando los filos
entran y salen sin compasión
los senos, el cuello, el abdomen de la esclava
marcas de rayas como tatuajes
hacen correr el líquido cálido
le hacen caer de rodillas debilitada
descarta,
— como posible repercusión de su defensa—
las ideas del calabozo, el cadalso
la viga del cepo en donde se aprisionan manos y pies
la soga estirándole el cuello y las extremidades
por uno de los caballos del amo
su primer acto de defensa
para que la dejen en paz
Tshanwe esgrime el puntiagudo objeto
la parte metálica de la saeta
termina incrustándose en el dedo corazón de él
comienzan los alaridos
lluvia de puños y patadas
su rostro es abusado
el inicio de la
golpes en el torso
“Valen caro los esclavos”
“es mi propiedad”
golpes a la espalda
posición fetal
sobre el piso que la protege
de algunas fracturas
dislocación de hombros
caderas que hincan
Tshanwe pierde la noción
- ágil como gacela
libre sobre la estepa del imponente paisaje rocoso
su tierra
así corre
así escapa
se embadurna de pinturas bélicas
que anuncian tempestad de dardos y pértigas
salta por encima de la extensión de piedra arenisca
más allá de las huellas de dinosaurio
grabadas en su superficie
desfila en un letargo
por el bosque selvático
habitat del petrificado enemigo
chasquidos de lengua
y una orden de ejecución en masa
silbidos que contestan silbidos
se prohíbe expirar
se prohíbe fenecer
la voluntad de sus ancestros
y su temple la dirigen de vuelta por el túnel
No fallezcas odalisca
No perezcas gladiadora
el tiempo de las edades pasadas te reclama
el transcurso de los siglos demanda tu existencia Millares de cebras, antílopes y núes,
miríadas de elefantes, leones y jirafas
marcan el carnaval de las heridas
lamiendo la carne descompuesta
luego de la batalla
los ríos se han convertido en arena
las corrientes de agua
no son más que hoyos fangosos infectados
cabezas de ganado vacuno, cabras, ovejas y camellos se han rendido y caído
para morir sobre la tierra reseca y quebrada
que ya no acoge a los pechos amamantando
Ahora esa tierra tiene sobreabundancia de escasez
sus hijas le han sido arrebatadas
- las gotas reaniman los párpados
y un chamán invisible la hace despertar
Namaqua y sus mujeres guerreras la amparan desaparece el cuerpo
también desaparece una de las ballestas del amo
tres días más tarde
nadie se explica el encantamiento
nadie comprende el embrujo
el amo y sus hombres arrojan sus propias flechas algún acto de hechicería hace regresar a una de ellas
como un boomerang
la saeta disparada
a través de la arboleda al final del llano
emite un silbido.
los espíritus
—es la única explicación— lo contestan
logra incrustarse en la frente del malvado
Nadie sabe cómo
Yolanda Arroyo Pizarro es escritora y activista puertorriqueña. Ha publicado libros que denuncian y visibilizan, con apasionados enfoques que promueven la discusión de la afroidentidad y la sexodiversidad. Su libro de cuentos Las negras, ganador del Premio Nacional de Cuento PEN Club de Puerto Rico en 2013, explora los límites del devenir de personajes femeninos en época esclavista, quienes desafían las jerarquías de poder. La autora ha ganado también el Premio del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 2012 y el Premio Nacional del Instituto de Literatura Puertorriqueña en 2008. Su más reciente obra se titula “Yo, Makandal, poemas”. Editorial Boreales. 2017.